Barcelona, Quito, Santiago… y Maduro tan feliz
El autor sostiene que Nicolás Maduro aprovecha las protestas en países 'enemigos' para desviar el foco internacional de la crisis que sufre Venezuela.
Maduro disfruta el momento. Tras años de enfrentar duras condenas por la represión a intensas protestas en su contra y un brutal asedio internacional para debilitar su control del poder, el tirano venezolano anima como el más ultra a cualquiera que haga que sus enemigos pasen las de Caín en sus respectivos países.
La derecha más conservadora ha acusado al Foro de Sao Paulo de incendiar Latinoamérica para recuperar las posiciones perdidas en los últimos años. Algunos, los más extremistas, rayan en la paranoia al ver la mano del comunismo hasta en la moción de censura que amenaza a Trump con acortar su mandato. Esta alerta ha llegado hasta las cúpulas del poder. El gobierno conservador de Colombia, por ejemplo, no ha dudado en advertir que ellos son los próximos en la estrategia presuntamente coordinada con perfección hollywoodense desde La Habana.
Pero la verdad está en los matices. Lo que sí está haciendo la llamada extrema izquierda es incentivar las protestas sociales originadas por la falta de tacto de los gobernantes de turno, unos de centro y otros de derecha. Hace unas semanas, en estas líneas, hicimos el símil entre el populismo y la adicción a los opioides: tras altas dosis, la resaca es tan brutal que el consumidor busca desesperadamente consumir nuevamente, cuanto antes. Por eso, para curarse de ambas adicciones, al enfermo hay que retirarle la dosis poco a poco, no de un solo golpe.
¿Ni a Lenín Moreno ni a Sebastián Piñera se les ocurrió que el pueblo iba a protestar ante la retirada inmediata de subsidios cruciales para quienes llevan una economía al día? El chileno es de derecha, pero el ecuatoriano es, cuando mucho, socialdemócrata. La falta de tacto no es inherente a la ideología. El comunismo aprovechó ese regalo para hacer lo que mejor sabe: agitar. En este caso, Moreno fue astuto. Al ver que la extrema izquierda subía la parada al exigirle una convocatoria anticipada de elecciones, el presidente ecuatoriano retiró inmediatamente el decreto de la discordia tras pactar con los indígenas y retomar el control del país. Como se ve, los comunistas no estaban detrás de la protesta sino que intentaron aprovecharla.
En Santiago de Chile el desenlace todavía está por verse. Una jornada de protesta destrozó la capital, y ese es justamente el tipo de manifestaciones que no son ni democráticas ni legítimas. Es algo tan elemental que se resume en lo que es casi un dicho popular: tus derechos terminan en donde empiezan los míos. Al momento de escribir este informe, Piñera había decretado el estado de emergencia para tomar control de la situación. Por cierto, ¿qué espera Sánchez para hacer lo mismo en Barcelona?
"La falta de tacto no es inherente a la ideología. El comunismo aprovechó ese regalo para hacer lo que mejor sabe: agitar"
Las imágenes que llegan desde Santiago son las de una ciudad desolada por la violencia, similares a las de Barcelona. Los primeros protestan por una subida de tarifa en los subsidiados tickets del metro, otros supuestamente por una sentencia contra unos dirigentes políticos que prefirieron violar la ley en vez de intentar sus objetivos dentro del marco constitucional. Como era de esperarse, el régimen de Maduro respaldó a los golpistas catalanes. “Venezuela ve con preocupación el incremento de la violencia en la Comunidad Autónoma de Cataluña, debido a las masivas movilizaciones por la libertad de presos políticos, y hace un llamado a disminuir las tensiones y exhorta a iniciar un proceso de diálogo nacional”. Vamos, lo dicen quienes tienen 466 presos políticos tras las rejas y se niegan a entablar una negociación por unas elecciones libres.
Con el respaldo a los golpistas catalanes, Maduro cumple con incentivar cualquier protesta social que socave a sus enemigos. No le importa si es a favor de unos subsidios desfasados o de una secesión ilegal. No le importa si el gobierno es socialdemócrata (Sánchez y Moreno) o conservador (Piñera). No es precisamente un tipo frío, calculador y consciente de su lugar en el concierto occidental. Es una marioneta de los movimientos anti-occidentales. Sus aliados son Rusia, Irán, Corea del Norte o Bielorrusia. Y los independentistas catalanes, no lo olviden. Ahí está la amistad de Maduro con personajes como Puigdemont y Anna Gabriel. O Monedero e Iglesias, si nos apuran.
Pero Maduro sabe, al igual que Guaidó, que Venezuela es una olla de presión. El líder de la oposición al régimen se prepara para canalizar ese descontento en las calles y, para ello, son fundamentales los dirigentes de las zonas populares. La respuesta del régimen es enviar al FAES, sus escuadrones de la muerte disfrazados de policía, a ajusticiar y calcinar a Edmundo Rada, dirigente del partido de Guaidó. El asesinado era un operador político fundamental en la parroquia caraqueña Petare, la favela más grande de Latinoamérica.
Sí, hablamos del mismo Maduro cuyo régimen acaba de ser admitido en el Consejo de Derechos Humanos de la ONU. ¿Cómo estrenará esa medalla el tirano cuando le estalle en la cara la nueva oleada de protestas populares en su contra? Esas manifestaciones no serán por un subsidio o una secesión ilegal. Serán en contra de la mayor inflación del mundo, de la que va rumbo de ser la mayor crisis migratoria del mundo, de los mayores índices de inseguridad del mundo y de la mayor cantidad de presos políticos en el mundo.
Cuando a Maduro le explote en la cara la olla de presión, ¿liberará a los presos políticos y no violentará los Derechos Humanos con el uso excesivo de la fuerza policial como exige que haga España? ¿Llamará a elecciones libres como exige que se haga en Ecuador?
*** Francisco Poleo es un analista especializado en Iberoamérica y Estados Unidos.