Qué tarde la de este jueves. Clarificadora en medio de la bruma. De repente los intereses nacionales, los compromisos con nuestros aliados y todo un sistema de valores parecen estar en juego. El tablero estratégico mundial se ilumina. Entonces la política pequeña se repliega y resurgen los grandes consensos, a costa de la postiza coalición gubernamental.
Por la mañana, los asistentes al desayuno con Félix Bolaños, en el Foro Nueva Economía del Ritz, habíamos salido desalentados por su descripción de la conducta del PP. En parte porque era verdad.
Como resaltó una de las presentes con importante rango institucional, el Gobierno tiene un arma formidable “en el tono sereno de Félix Bolaños”. “Sereno” y yo diría que también ignífugo, incombustible. Algo parecido ocurría con Salvador Illa, aunque en el ministro de la Presidencia se perciba ahora, además de esos mismos buenos modales y esa misma fuerza interior, un sentido estratégico de luces largas.
Bolaños cree lo que dice. Sobre todo, cuando pide volver a “dignificar” la política, desde la perspectiva del “servicio público” que sin duda ha abrazado. Su apelación a la “revolución del respeto”, frente a la “política del tuit, la mentira y el insulto”, sonó impregnada de la altura de miras de un hombre de Estado. En cierto modo era una vuelta a la edad de la inocencia.
Con Miquel Roca como presentador idóneo —nadie dejó de escuchar su advertencia de que gobernar supondrá adoptar pronto “decisiones que no comportan aplausos populares”— Bolaños recogió el guante de la defensa de los grandes acuerdos e insistió en ofrecérselos al PP. Sobre todo, para poner en evidencia su previsible rechazo.
Gran parte de lo que dijo resulta convincente. No se entiende que el PP lleve bloqueando la renovación del Poder Judicial desde hace más de tres años, ni que se resista a retirar de la Constitución la palabra “disminuidos” para referirse a las personas discapacitadas, ni que vaya a oponerse de plano a la liviana reforma laboral pactada con patronal y sindicatos.
Atención, por cierto, a la posición desairada en la que quedaría Casado, si finalmente fuera Vox quien terminara liberando al Gobierno del chantaje de sus socios, contribuyendo con su abstención a la convalidación del Real Decreto como ya hizo con los fondos europeos. El día que el PP pierda el carácter de oposición constructiva y responsable, perderá también la condición de alternativa.
El día que el PP pierda el carácter de oposición constructiva y responsable, perderá también la condición de alternativa
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Es verdad que Bolaños sólo contó su mitad de la película y omitió toda referencia a la insistencia europea en que se modifique el sistema de elección del CGPJ, a la negativa de Sánchez a pactar una ley de pandemias con el PP o a la falta de mecanismos de concertación en el reparto de los fondos europeos.
La última vez que Casado estuvo en la Moncloa, hace ya casi 17 meses, salió celebrando que se había puesto de acuerdo con Sánchez para que una “agencia independiente” controlara la distribución de los fondos. Nada más terminar de decirlo, el Gobierno aclaró que el presidente sólo había prometido “estudiarlo”. Pronto se supo que la consecuencia de ese “estudio” era descartarlo.
Fue un desaire de los que no se olvidan, pero ese chasco tampoco justifica la ofensiva del PP llevando a los tribunales el reparto de fondos, en base a la supuesta discriminación a favor de los municipios del PSOE en el reparto de una partida de 9 millones, y menos aún las dudas sembradas en Bruselas. Hasta Vox, insisto en la advertencia, se lo ha afeado.
No es tanto que el PP esté haciendo el “ridículo”, según dijo Bolaños, utilizando su única palabra más alta que otra, como que da la impresión de estar poniendo la venda antes que la herida, alentando sospechas preventivas. Eso puede entorpecer el libramiento de los fondos, cuando España va por delante de los demás países receptores, y sobre todo retrasar su distribución interna —nuestro mal endémico— al generar entre los funcionarios un mecanismo defensivo de cautela y parsimonia. Justo lo contrario de lo que necesitamos.
Claro que Bolaños tampoco habló del esperpento que a menudo rodea al Gobierno cuando le toca entenderse con sus socios y aliados. Él mismo ha tenido que dejar en vía muerta la ley de Memoria Democrática, al pretender Esquerra meter de matute la amnistía, y todo indica que ese mismo camino seguirán la ley de Vivienda contraria al derecho de propiedad o la ley Trans que prioriza la subjetividad del género sobre la objetividad del sexo para indignación del feminismo auténtico.
Tras el gatillazo de la reforma laboral, sólo le queda a Podemos la fantasía de una reforma fiscal confiscatoria, pero dudo que ni siquiera pueda llegar a pelearla. El retraso en la recuperación y la virulencia de la inflación empiezan a dejar sin margen al Gobierno para subir los impuestos en los quince meses que quedan para la campaña de las municipales, con las andaluzas de por medio.
Tras el gatillazo de la reforma laboral, sólo le queda a Podemos la fantasía de una reforma fiscal confiscatoria, pero dudo que ni siquiera pueda llegar a pelearla
Y las generales estarán luego a la vuelta de la esquina. Mejor dejar esas “decisiones que no comportan aplausos”, profetizadas por Roca, para después del ciclo electoral.
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Una vez aprobados los segundos presupuestos, la gran prioridad de Sánchez ya no puede ser otra que la de durar, disfrutando del papel internacional que le otorgarán dos hitos reseñables: la cumbre de la OTAN de este mes de junio y la presidencia española de la UE en el segundo semestre de 2023.
Ningún sector del PSOE parecía sentirse incómodo ante el hecho de tener que celebrar el 40 aniversario de aquella adhesión a la Alianza Atlántica que tanto combatieron, con toda la pompa que implica servir de anfitriones a los guardianes de Occidente. E incluso los herederos de aquella izquierda antiyanqui que se movilizó por el “no” en el referéndum y gritó durante la visita de Reagan “OTAN no, bases fuera” estaban dispuestos a mirar para otro lado, como si no fuera con ellos, desde sus asientos en el Consejo de Ministros.
La escalada en la crisis de Ucrania lo ha complicado, sin embargo, todo. La noticia del envío de la fragata al mar Negro y el escuadrón aéreo a Bulgaria, junto con el recordatorio de nuestra presencia en Letonia, sumergió el jueves por la tarde a la clase política en un baño de realidad. Resultaba que lo propio de una organización militar era exhibir disuasoriamente las armas para tratar de salvar la paz y prepararse para utilizarlas si la guerra resulta inevitable.
Nuestra generación vive ahora su propia encrucijada de Múnich, con Putin ejerciendo de manera cada vez más convincente el papel expansionista de Hitler y Ucrania convertida a la vez en Austria, Checoslovaquia y Polonia.
Pablo Iglesias, digno de atención no como émulo fiel de los Savonarola radiofónicos de la ultraderecha sino como líder fáctico de Podemos, se ha apresurado a comparar a Sánchez con el Aznar de las Azores; pero todos sabemos que desearía que tanto él como Macron, Draghi, Scholz y el propio Biden jugaran el papel de Chamberlain.
O sea, ver reducidos a la OTAN, Estados Unidos y la Unión Europea al rol de espectadores pasivos de la agresión a una pequeña democracia que bracea desesperadamente por no sucumbir ante los zarpazos del oso ruso. Ucrania ha sobrevivido a la mutilación que supuso la anexión de Crimea, trata de retener la región secesionista del Donbás, equivalente a los sudetes checos, y busca el apoyo del mundo libre —si es que aún es capaz de honrar este adjetivo— para proteger sus fronteras.
Una vez superada la fase más crítica del coronavirus, gracias a la compra masiva de deuda por los bancos centrales y los fondos Next Generation, la extrema izquierda revolucionaria ve ahora en el totalitarismo de Putin un paradójico aliado para sembrar el caos. Es el remedo del pacto nazi-soviético entre Hitler y Stalin, una tenaza destinada a desestabilizar las democracias occidentales, dando una nueva oportunidad a la subversión.
La extrema izquierda revolucionaria ve ahora en el totalitarismo de Putin un paradójico aliado para sembrar el caos
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Biden vaciló y resbaló en la cáscara de plátano de la debilidad de su liderazgo cuando en su rueda de prensa del miércoles distinguió entre una “incursión menor” —que poco menos que quedaría impune— y una invasión en toda regla. También las potencias europeas y especialmente Alemania tratan de eludir la confrontación para no perder el suministro de gas ruso en plena crisis energética.
Pero, como dijo el otro día Blinken, “el mundo entero está observando” y, a diferencia de lo que ocurría con la crisis de Irak, el “casus belli” sería flagrante si las tropas rusas cruzaran la frontera. También lo sería la humillación colectiva si, tras lo ocurrido en Afganistán, Washington cediera a las pretensiones del Kremlin y permitiera que Ucrania se convirtiera de facto en su satélite. Todo un orden mundial se desmoronaría y China aguarda esa oportunidad para abalanzarse sobre Taiwan.
Los dados están rodando en esta última ventana abierta a la diplomacia. Nadie confía en el autocontrol de Putin y sólo se duda del cómo y el cuando ocurrirá lo inexorable.
Ha bastado, en todo caso, un esbozo de esa confrontación que de una manera u otra se avecina para que Casado haya expresado su apoyo a Sánchez y los cuatro quintos de Gobierno que controla; y para que el quinto restante se haya declarado en abierta rebeldía frente a ese amplio consenso que, ochenta años después, vuelve a concluir —por mor de la vieja geopolítica y de los nuevos valores democráticos— que “Rusia es culpable”.
Culpable no “de la muerte de José Antonio Primo de Rivera”, como proclamó Serrano Suñer al despedir a la División Azul en junio del 41, pero sí de asesinar a Nadia Politoskaya, Alexander Litvinenko, Boris Nemtsov y tantos otros disidentes; culpable de envenenar, encarcelar y torturar al opositor Navalny; culpable de atizar las guerras del Caúcaso y de Siria; culpable de apuntalar la feroz dictadura de Lukashenko en Bielorrusia; culpable de manipular las elecciones americanas en favor de Trump, el referéndum británico en favor del Brexit y el procés catalán en favor del separatismo; culpable en suma de erosionar un orden mundial basado en el respeto a los Derechos Humanos y la seguridad jurídica para obtener impunidad para su tiranía y tolerancia para su imperialismo expansionista.
Y en este diagnóstico, como en tantas otras cosas fundamentales, concurre una gran mayoría de españoles, poniendo en evidencia que, como dice un querido amigo, a la hora de la verdad “no hay nada tan parecido a un votante del PSOE como un votante del PP”. Lo cual es completamente independiente de que les guste o no a sus líderes.