A medida que se acerca la efeméride de la noche del martes al miércoles, al entrar y salir de casa, yo interpelo cada día con más insistencia, a mi ilustre vecino.

-¿Es cierto, don Emilio, que aquella madrugada, cuando ya lo vio todo perdido en el Congreso, usted "advirtió secretamente" al general Serrano y fue entonces cuando el general Pavía "actuó en consecuencia"?

A Castelar no se le mueve ni un pelo del bigote. Aguardo unos segundos y vuelvo a la carga.  

-Perdone mi insistencia, pero así consta en un informe del embajador italiano que invoca como segunda fuente al embajador inglés. Y además el embajador francés decía que "desde septiembre" usted se veía con Serrano "dos veces por semana"

¿Quién tiene más razón, Sánchez o Feijóo?

¿Quién tiene más razón, Sánchez o Feijóo? Javier Muñoz

Pero Castelar ni siquiera interrumpe la muda perorata que, con su mano derecha alzada, compendia en piedra la elocuencia de su oratoria. Comprendo que me remite a lo que dijo en aquellas primeras horas intempestivas del 3 de enero de 1874, al defender la moción de confianza que le habría permitido seguir al frente de la Primera República: 

-Si triunfáis, aunque invoquéis mi nombre, aunque os cubráis con mi bandera, tenedlo entendido, nos encontraréis entre los vencidos; a una victoria por esos medios, preferimos la proscripción y la muerte…

-Perdone, don Emilio, pero esas palabras tan dignas, con las que cerró su intervención de las cinco y pico de la madrugada, podían ir dirigidas por igual a los milicianos federalistas que esperaban la consigna de Pi y Margall para entrar en el Congreso como a los militares que finalmente lo hicieron. Sí, ya sé que había dos golpes en marcha… pero por el que le pregunto es por el que ganó.

A base de tanto insistir y escudriñarle, he terminado entendiendo que, con esa mano abierta y desplegada, Castelar también quiere decirnos que los hechos están ahí. Que primero hay que conocerlos y luego interpretarlos. 

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Esa noche de hace 150 años, se dirimía la continuidad del único gobierno de la Primera República que se había atrevido a plantar cara a la rebelión cantonalista, sometiendo a la mayoría de las ciudades insurrectas. Quedaba el limán de Cartagena, cuyos estrafalarios dirigentes confiaban en la caída de Castelar para mantener su experiencia bajo un gobierno más afín. 

El resentimiento contra Castelar de su antecesor, Nicolás Salmerón, fue determinante. La derecha republicana se fragmentó y la moción de confianza quedó derrotada por 120 votos contra 100.  

Un revolucionario apodado 'Carbonerín' advirtió a Salmerón, presidente de la cámara, de que una unidad militar al mando del general Pavía se dirigía a las Cortes por el Paseo del Prado

El Gobierno iba a ser sustituido por una coalición del centro y de la izquierda, presidida por Palanca, pero controlada en realidad por Pi y Margall. El ideólogo del tan absurdo como nefasto "pacto sinalagmático" o "federación desde abajo" había armado a los cantonalistas, cuando tras la espantada de Figueras se encaramó a la presidencia de la República. Castelar se había empeñado en derrotarlos. 

Ahora Pi y Margall volvía a mover los hilos. La primera medida del nuevo ejecutivo iba a ser la amnistía para los sublevados. 

Eran cerca de las siete de la mañana. Las facciones que se habían aliado contra Castelar pugnaban por el reparto de carteras, cuando un revolucionario apodado "Carbonerín" advirtió a Salmerón, presidente de la cámara, de que una unidad militar al mando del general Pavía se dirigía a las Cortes por el Paseo del Prado. 

El más famoso grabado de la época, publicado en La Madeja Política, muestra a Pavía calzado de espuelas, dirigiendo sable en ristre el asalto al Congreso, mientras dos guardias civiles se llevan preso a Castelar. Nada de eso sucedió, aunque Salmerón adornara el Diario de Sesiones con falsos conatos de resistencia. 

Ilustración de Pavía entrando en el Congreso, publicada en 'La Madeja Política'.

Ilustración de Pavía entrando en el Congreso, publicada en 'La Madeja Política'.

Pavía ni siquiera entró en el Congreso. Ni a pie, ni menos aún a caballo. A las siete de la mañana envió a un emisario con un ultimátum de cinco minutos para que los diputados abandonaran el recinto. Todos lo secundaron con mejor o peor ánimo y se fueron a sus casas sin impedimento alguno. "Nadie cometió ningún desmán, ni de palabra: el acto no pudo ser más tranquilo, más breve, ni más rebelde", resumió Pirala.

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La fantasía de la irrupción de un general a caballo en el Parlamento resurgió con el ruido de sables de comienzos de la Transición. En el Congreso Extraordinario en el que Felipe González recuperó el control del PSOE, en septiembre del 79, Alfonso Guerra fue más lejos que nunca con sus bravatas: "Si el caballo de Pavía entrara en el parlamento, Suárez se subiría a su grupa". Eso sí que eran insultos y no los pescozones del PP que tanto escuecen a Sánchez.

Los hechos pusieron pronto a cada uno en su sitio. Mientras Suárez dimitió, al no encontrar suficiente respaldo de Juan Carlos para oponerse a los militares golpistas, fue el PSOE el implicado en las tramas preparatorias del 23-F, a través de la reunión de Enrique Múgica con el general Armada en Lérida. 

Aunque el militar que en 1874 no entró en el Congreso triunfara y el que sí lo hizo en 1981 fracasara, la similitud entre ambos golpes salta a la vista. Tejero fue Pavía con tricornio y televisión en directo.

Pero si la memoria de lo ocurrido hace 43 años va camino de difuminarse ya en la neblina del olvido, los acontecimientos de hace 150 años ni siquiera han estado nunca presentes en el imaginario colectivo de las actuales generaciones.

Todo el siglo XIX sigue siendo un arcano para los españoles de hoy. El bicentenario del Trienio Liberal ha pasado sin pena ni gloria, circunscrito a un escueto seminario en el Senado. Pero al menos ha quedado su huella en el Decreto de Significación de los Lugares de la Memoria Liberal, promovido por Bolaños.

En el caso que ahora nos ocupa, ni eso. Esta efeméride de la fulminante caída de la Primera República, a los once meses de haber sido proclamada, ni siquiera ha asomado en agenda oficial alguna. 

Ni Pavía ni el propio Castelar aceptaron formar parte de ese Gobierno de unidad que, tras el golpe, terminó aupando a Serrano, 'el general bonito' a la presidencia del Poder Ejecutivo de la República

Merece sin embargo la pena subrayar la mirada comprensiva con que Jorge Vilches, en el único estudio importante publicado este año, presenta al general Pavía: "Fue un idealista del que se aprovecharon los dirigentes constitucionales y radicales, usando el miedo a la realidad caótica de La Federal y la idea del Gobierno nacional como salvación del país". 

Ni Pavía ni el propio Castelar aceptaron formar parte de ese Gobierno de unidad que, tras el golpe, terminó aupando a Serrano, "el general bonito" a la presidencia del Poder Ejecutivo de la República. Fue un mero preámbulo a la Restauración monárquica cuya Constitución de 1876 todavía sobrepasa en longevidad a la hoy vigente.  

Aunque Castelar nunca volvió a ocupar el poder, su republicanismo "posibilista" fue parte del sistema alfonsino, hasta el extremo de que cuando se aprobaron el sufragio universal y la ley del jurado, consideró cumplidos los grandes objetivos de su vida

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Es una lástima que la estatua de don Emilio no me conteste sobre si aquel 3 de enero estaba conchabado o no con Serrano, pues eso podría dar pie a un interesante debate sobre hasta qué punto los actos reprobables quedan legitimados cuando generan consecuencias beneficiosas. Es decir, hasta donde puede eximirse al gobernante que rompe algunos huevos, cuando intenta "hacer de la necesidad, virtud" y los hechos le dan la razón. 

Aunque teóricamente la frontera del orden legal no debería rebasarse nunca, ahí queda también la respuesta de Castelar en ese debate nocturno de hace siglo y medio al diputado que le preguntó por el proyecto de Constitución federalista que estaba debatiéndose en las Cortes: "¿El proyecto? Lo quemasteis en Cartagena. No me diréis que no soy franco"

Ni la sociedad española ni la coyuntura internacional tienen hoy nada que ver con las de hace 150 años. Pero la tipología de las amenazas que se ciernen sobre nuestra democracia evoca sin duda las de entonces. La alianza entre los cantonalistas y los "gorros rojos" de la extrema izquierda se reproduce fielmente entre los socios de Sánchez. Y el integrismo de los carlistas que tanto atemorizaba a la burguesía urbana tiene su trasunto en las palabras y obras de Vox.

Tras la desaparición de ETA, por ninguno de los dos lados ha llegado esta vez la sangre al río. Ni los CDR y Tsunami pasaron del ensayo general con todo, ni el salvaje papirotazo de Ortega Smith a la botella del concejal de Más Madrid tuvo mayores consecuencias. Pero si aprendemos las lecciones del pasado, los conatos de violencia hay que abortarlos en agraz.  

Por eso hay que exigirle a Vox que reclame a Ortega Smith que deje tanto el acta de concejal como la de diputado. Pero sería un esperpento que simultáneamente eximiéramos de toda responsabilidad y permitiéramos acceder a las instituciones a quienes agredieron a policías, cortaron carreteras, bloquearon el aeropuerto y fabricaron explosivos.

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La ley de amnistía está hoy tramitándose de forma muy similar a como Pi y Margall y la izquierda republicana pretendían hacerlo en enero de 1874. Y los pactos con Bildu evocan sus alianzas con los bakuninistas, anarquistas y otros extremistas partidarios de desmembrar España, para luego federarla desde abajo. 

Castelar sólo concebía una "República para todos" (monárquicos incluidos), capaz de garantizar la unidad nacional y el orden público mediante cuantas medidas de autoridad fuesen necesarias. Se habría identificado con el PSOE de González, de Rubalcaba o de Page

Su pérdida de la mayoría en el Congreso, tras poco más de cien días de gobierno, auguraba de tal forma la descomposición caótica del Estado que generó un movimiento reactivo hacia la "salvación nacional", según los cánones de la época. 

Ahora también se hacen llamamientos melodramáticos desde la extrema derecha para evitar la ruptura de España. No mediante un golpe como el de Pavía (la era del pretorianismo quedó felizmente liquidada el 23-F) pero sí con requerimientos a que el Rey se enfrente a Sánchez o con apelaciones a seguir acosando las sedes del PSOE.

Son iniciativas sin recorrido alguno. El Rey ha demostrado en su mejor mensaje navideño que es consciente de la situación y que no va a abdicar de su papel, pero tampoco va a traspasar sus límites porque cada "institución" debe cumplir con su deber constitucional. 

Y en cuanto a las algaradas y escraches en Ferraz, sólo sirven, como la referencia de Abascal al final de Mussolini o el brote de intemperancia de Ortega Smith, para reforzar los cimientos de la coalición gubernamental.

¿Quién es la 'gente'? ¿Dónde está la 'mayoría'? ¿Quién tiene más razón, Sánchez o Feijóo? No va a ser Tezanos, tramposo y fullero, quien nos lo diga

Pero lo relevante no son estas expresiones del decrépito entorno de Vox, sino la mezcla de indignación e inquietud que se percibe en gran parte de la sociedad por el cambalache de la amnistía, las negociaciones secretas con los separatistas o la entrega de Pamplona a Bildu. 

La intensidad de esa percepción va por barrios y tiene, claro está, un alto componente subjetivo. Los más apegados a los valores de la Transición creemos que es el resultado inexorable de la conducta temeraria y en cierto modo sacrílega de Sánchez, de espaldas a los grandes consensos y al valor de la palabra dada. Desde el entorno del Gobierno se relativiza mucho ese clima de opinión, presentándolo como un fenómeno "madrileño", fruto de un supuesto sesgo de los medios de comunicación.

Lo que de verdad le importa a la gente (se nos viene a decir) es la marcha del empleo, la contención de los precios o el acceso a la vivienda. Que Sánchez haga lo contrario de lo que prometió respecto a la amnistía, se reúna con el prófugo Puigdemont o estreche sus lazos con Bildu son debates efímeros que no mueven a la mayoría.

¿Quién es la "gente"? ¿Dónde está la "mayoría"? ¿Quién tiene más razón, Sánchez o Feijóo? No va a ser Tezanos, tramposo y fullero, quien nos lo diga.

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Por fortuna disponemos de un mecanismo mucho más admisible y eficiente que el del caballo de Pavía para afrontar el patente conflicto que implica una experiencia política a la vez legítima y anómala. Me refiero a las urnas.  

Ya hay dos elecciones convocadas y con fechas a la vuelta de la esquina, en las que los votantes van a tener pleno conocimiento de causa de lo que Sánchez dijo antes del 23-J y de lo que Sánchez ha hecho después. Tenemos las gallegas el 18 de febrero y las europeas el 7 de junio. Además, entre unas y otras, se celebrarán las elecciones vascas, y crece la probabilidad de que las catalanas se adelanten al otoño.

[El PP ganaría al PSOE por 7,6 puntos y cinco escaños si las elecciones europeas se celebrasen hoy]

Aunque en cada una de esas cuatro convocatorias se diriman cuestiones específicas sobre el poder territorial o la representación en Europa, es obvio que todas ellas por separado, y no digamos en su conjunto, van a suponer también un plebiscito sobre lo que está haciendo Sánchez. Y que, de igual manera que las urnas de julio le dieron la vuelta a la situación creada por las urnas de mayo, las urnas de 2024 pueden cambiar radicalmente, en un sentido o en otro, la situación creada por las urnas de 2023.

Si el PP no revalidara su mayoría absoluta en Galicia, no ganara con amplitud las elecciones europeas y siguiera arrinconado en la irrelevancia en el País Vasco y Cataluña, tocaría deducir que los españoles no consideran justificada la oposición frontal a Sánchez y Feijóo tendría que asumir las consecuencias

En cambio, si el PSOE queda aplastado por la hegemonía del PP en Galicia, pierde por goleada las europeas, retrocede en el País Vasco y no logra arrebatar la Generalitat a los separatistas, Sánchez tendrá que entender que ha sido censurado por la ciudadanía y carece de respaldo social para seguir pagando el precio de su investidura.

De aquí a un año sabremos, pues, si esta es una legislatura con visos de viabilidad o si Sánchez empieza a oficiar su propio funeral. Todos deberíamos asumir sin triunfalismo los avales que nos ofrezcan las urnas y aceptar con honestidad las rectificaciones o matizaciones que nos impongan. Desde la responsabilidad que supone habernos convertido, mes tras mes, en el diario con mayor audiencia de España, según todos los sistemas de medición existentes, EL ESPAÑOL se compromete a hacerlo.