Imagínese que un buen día alguien en el que confía construye una frase con el verbo empoderar. O que un escritor al que admira conjuga invisibilizar. Que alguien a quien quiere le habla de marcos y relatos o convierte en abstracto el sustantivo pueblo. Imagine que al fin la gente habla como los autodenominados representantes de la gente dicen que habla la gente. Imagine un mundo en el que las conversaciones se parecen a esas respuestas de Twitter tras las que uno siempre advierte a un púber orgulloso de su media docena de lecturas. Podría ser el argumento de una distopía sobre la corrección en la que el mundo se hubiera convertido en una facultad de Sociología.
Yo espero que esa pesadilla no se haga jamás realidad pero lo cierto es que el lenguaje se nos va contaminando de una jerga de apariencia técnica que sirve para comerciar con un producto inventado que ha usurpado el nombre de la dignidad. Porque se trata de eso, de una jerga comercial.
Estoy leyendo las excitantes memorias del escritor cubano Juan Abreu (Debajo de la mesa, Editores argentinos) y cuenta el día que siendo niño fue a rogarle a su vecina que le dejara ver un poco la televisión y la muy avara se negó de malos modos y su madre le dijo "¡Cuando uno no tiene se jode, pero no se humilla ante nadie!" y esa lección le impidió "ser indigno a pesar del miedo y de las innumerables miserias".
Porque la dignidad es algo que a uno le acompaña siempre y a lo que puntualmente puede renunciar por miedo, privación o codicia. No es un objeto con el que traficar. Se puede ser indigno pero nadie puede devolverte la dignidad porque nadie puede tampoco arrebatártela.
La estafa de la dignidad extraviada -tan profundamente indigna- es la próspera actividad de los mercaderes de miseria. Porque si la dignidad es una cualidad inherente al ser humano, únicamente de su responsabilidad, y no un objeto precioso y delicado que alguien te da y alguien te quita, ¿de qué vivirían ellos, los custodios de la dignidad perdida?
En Venezuela, por ejemplo, llevan años escuchando la letanía de la dignidad. Tanto que la promesa de que la dignidad les será devuelta es el programa único con el que los venezolanos han sido gobernados por el chavismo.
Prueba de que todo esto de la dignidad, de Caracas a La Habana pasando por Somosaguas, es siempre un mercadeo es la dignidad con la que algunos venezolanos lo están soportando.