Da igual que el sábado en Barcelona se manifestaran cien mil o un millón: son gente que miente. Bueno, no da igual, porque cuanta más gente mienta peor. Y son muchos los que están mintiendo. En España no hay presos políticos. Esto no es una opinión, sino una verdad. Se puede pedir la libertad de los independentistas encarcelados, por las razones que sean; pero no se puede decir que son presos políticos. El que lo dice, miente. O, en el mejor de los casos, se miente. (Y si se cree su propia mentira, se engaña).
Es escalofriante, pues, una manifestación como la del sábado con tanta gente mintiendo. O una huelga como la del miércoles. Gente que lleva a sus niños y les ponen la pegatina mentirosa. Profesores que mienten a sus alumnos. Políticos, periodistas, filósofos, escritores y escritoras que mienten. Alcaldesas que mienten. ¿Qué diálogo es posible con esa gente que miente? Se plantan ante la cámara –como el otro día una política de la CUP en el programa de Ferreras– y con una rigidez robótica, sin mover un músculo de la cara, entreabriendo la boca al mínimo, se ponen a emitir sus mentiras, una tras otra, montándolas como ladrillos verbales que erigen una realidad falsa.
Qué pesada es esta técnica de Goebbels de insistencia en la mentira. Su efecto último, por supuesto, no es que esa falsedad se haga verdadera, sino que la verdad se falsee. Es una técnica de socavamiento de la verdad; y, por lo tanto, de la realidad.
Un argumento poderoso –para mí, infalible– contra las aspiraciones independentistas es que se fundan en la mentira. Abusiva, abrasivamente. Uno podría imaginarse (porque en abstracto sería posible) un independentismo aseado, racional, respetuoso de la realidad, ilustrado, democrático. Frío. Pero no: el que ha surgido entre nosotros es poco higiénico, irracional, despreciador de la realidad, oscurantista, antidemocrático. Calenturiento.
La razón es sencilla: no tiene razones. Por eso, por su sinrazón, no le queda otro recurso que el de la mentira. Con la independencia Cataluña no solo no tendría ganancias reales, ni en derecho ni en prosperidad, sino que tendría pérdidas, en ambos aspectos. Por eso los independentistas deben mentir.
La independencia solo tendría sentido si la España franquista y monstruosa que pintan fuese la real. Por eso la pintan. La gran paradoja de nuestros independentistas es justo esa: si han podido llegar tan lejos, es precisamente porque la España de la que hablan es falsa; pero solo pueden autojustificarse si hablan de esa España falsa.