Al ver el odio que entre muchos suscita Ciudadanos suelo acordarme de lo que escribió Bertrand Russell sobre Spinoza en su Historia de la filosofía occidental: “Spinoza es el más noble y el más amable de los grandes filósofos. Intelectualmente algunos le han superado, pero éticamente es supremo. En consecuencia, durante su vida y un siglo después de su muerte, se le consideró un hombre temiblemente malvado”. Sé que es exagerado comparar a un partido medianito como Ciudadanos con un filósofo enorme como Spinoza, pero los comparo justamente por eso en lo que resultan comparables. Al fin y al cabo, Ciudadanos no es odiado por sus defectos –que los tiene– sino por sus virtudes.
Tengo para mí que ese odio es un síntoma de lo que va mal en España, un país con una relación conflictiva con lo político: dejado (pasivo) en un extremo y excesivamente ideologizado en el otro. Una ideologización esta última que tiende más que nada a lo pegatinesco: hace de la ideología un complemento del vestir que ejerce como rasgo identitario. Así, entre votantes desinteresados y votantes partidistas parece que nunca llegan a afrontarse los problemas que tienen que ver con la realidad. Solo, acaso, los económicos, cuando acucian. Pero nunca los educativos, los judiciales, los relacionados con la corrupción, ni verdaderamente los territoriales. Los partidos suelen derrochar sus energías en sus propias derivas ilusorias (y eso en el tiempo que les deja libre la lucha por el poder, dentro del partido y con los demás partidos).
A Ciudadanos no termino de verlo como partido de poder, y no sé qué va a pasar cuando el poder le caiga encima. Supongo que tarde o temprano vendrá la decepción para quienes lo estamos votando. Mi deriva ilusoria particular era (es) la de verlo como una especie de partido corrector: de corrector del bipartidismo por la incompetencia de los dos grandes partidos, únicos responsables de la crisis del bipartidismo.
El nacimiento de Ciudadanos en 2006 fue, en realidad, un fracaso: nació porque el PP y el PSOE lo habían hecho mal. En primer lugar en Cataluña, que fue donde Ciudadanos nació: tras el entreguismo del PP y del PSC/PSOE a los nacionalistas. Ciudadanos ha ido creciendo en los últimos años a nivel nacional (tras el suicidio del otro partido reformista, UPyD, que fue igual de odiado), y ha crecido también espectacularmente en Cataluña. El odio que le tienen Podemos y los nacionalistas es normal, porque Ciudadanos combate lo que ellos representan. Lo que no es tan normal es el odio que le tienen el PP y el PSOE: porque Ciudadanos representa lo mejor de lo que ellos deberían representar y se resisten a representar. Y este es el signo de un gran fracaso.