Recuerdo los versos sublimes de Borges: “Que no hay otra venganza que el olvido / ni otro perdón / Un dios ha concedido / al odio humano esa curiosa llave”. El poema sirve para todos los que, como Borges o como yo, sólo tenemos que perdonar a nuestros semejantes algunos desmanes sin consecuencias: la infidelidad de un mal novio, la traición de un amigo, la injusticia de algún superior, la jugarreta de un compañero.
El problema está cuando ocurre algo que no puede someterse a la tibia disciplina del tiempo. Borges no sabía que no es posible olvidar todo, o quizá sí lo sabía, pero le estorbaba para el poema (los escritores sacrificamos la verdad por una buena frase, y mucho más aún los poetas), y por eso escribió un verso hermoso y con un punto cínico. Me pregunto a cuántas víctimas de ETA se les ha aconsejado que olviden para seguir viviendo. Cuántas viudas, cuantos huérfanos, cuantos padres sin hijos fueron animados a olvidar. A pasar página. Porque sus recuerdos estorbaban a tanto hipócrita con buenas intenciones. Cuántas veces alguien les dijo, quizá secándoles las lágrimas, “hay que olvidar”, y tal vez les citó a Borges.
Sé que algunas de las víctimas de ETA optaron por el perdón, y me parece bien. Igual que me parece bien que otros hayan elegido el rencor eterno. Hay odios que se enquistan en el alma y echan raíces, porque no los sostiene la rabia, sino un dolor que no se va. Y esos odios perduran y hay que respetarlos. El perdón, igual que el arrepentimiento, es un acto voluntario. Y eso pensaba mientras veía en TV3 a ese desecho humano llamado Josean Fernández, un etarra que se pavoneaba de su falta de arrepentimiento: “¿Y si yo no tengo la necesidad de pedir perdón, por qué voy a hacerlo?”, decía, en el plató de una tele pública.
Piensen ahora si admitiríamos que cualquier otro tipo de delincuente, un estafador, un maltratador, un proxeneta, fuese a una tele pagada por todos a chulearse de sus crímenes. Pero esa escoria es un etarra, y a esos hay que medirlos con otra vara distinta. Se les puede llevar a la televisión a decir que a lo hecho, pecho, y aquí no pasa nada. Estos son malos tiempos para la gente decente. Malos tiempos para los que sufrieron, para los que lloraron, para los que ponían los muertos. No sólo tuvieron que sobreponerse a la desdicha. Ahora, encima, tienen que pasar página para no aguar la fiesta a tanto miserable.