Los acuerdos programáticos solo pueden alcanzarse entre fuerzas políticas que comparten una cierta visión del mundo. En nuestro caso, una parecida concepción sobre los límites de lo público, un espíritu constructivo y reformista, un rechazo a la vía revolucionaria o a las políticas de hechos consumados, un escrupuloso respeto a los procedimientos y a sus solemnidades —la democracia es forma—, una disposición a gobernar para todos los ciudadanos y, por supuesto, un escrupuloso sometimiento al imperio de la ley. A este respecto, un partido político puede ser considerado constitucionalista en la medida en que respeta y propugna el respeto a la Norma Suprema, aun cuando discrepe de ella; la clave es que proponga su reforma ateniéndose a la propia Constitución y no por medio del golpe de Estado o de la derogación de facto por normas de rango inferior, como los Estatutos de Autonomía.
Llegados aquí, se nos han caído unos cuantos partidos como posibles socios de un acuerdo programático. Se nos han caído las formaciones golpistas y Podemos, que quiere una Constitución de plastilina (hasta que impongan la suya, que será de platino iridiado). También se ha caído el PSOE sanchista, entregado a los anteriores. Un PSOE no sanchista, y el Partido Popular, son socios adecuados de gobierno, o de legislatura, o de investidura, para una formación liberal como Cs en la medida en que comparten elementos sustanciales en lo programático. No hace falta ningún acto de fe; hay pruebas: el acuerdo de gobierno PSOE-Cs que frustró Podemos provocando la continuidad de Rajoy, y el acuerdo de investidura PP-Cs que acabó abruptamente cuando Rajoy prefirió que gobernara Sánchez a convocar elecciones.
Se dirá que el primero de los acuerdos citados se firmó con alguien a quien ahora se descarta. La forma más breve de responder a eso es que Sánchez todavía no era sanchista cuando firmó el Pacto del Abrazo. No me detendré a argumentarlo; simplemente consulten las declaraciones de Pedro Sánchez por aquellas fechas. Aquel hombre se avergonzaría del Pedro Sánchez presidente.
He dejado para el final el último requisito que debería cumplir un posible socio programático de los liberales: además de respetar la Constitución, hay que compartir el espíritu que la informa, la “sociedad democrática avanzada” que menciona el Preámbulo. Algo incompatible con cualquier nacionalismo, que es, al contrario que el patriotismo, una ideología, un sistema de prejuicios historicista, pre ilustrado, frentista, homogeneizador, xenófobo y anti europeísta; que prima lo identitario sobre lo individual, que muestra una absoluta falta de respeto por los hechos cuando no confirman sus ideas, y que extiende allá donde alcanzan sus fuerzas la lógica amigo-enemigo.