Los primeros días del año son para sudar el agua de azahar de los roscones y la ginebra ingerida por culpa de tanta cortesía obligada. Ese ejercicio helénico, que no tiene otro objetivo que el de cincelar el cuerpo, conviene acompañarlo de una emisora de radio cualquiera. Así uno corre por el parque sin darse cuenta, abandonado a una conversación ajena que poco le importa. Hasta que ese torbellino de voces sin rostro arroja un rayo de luz: "2019 tendrá 52 lunes. Ni uno más, ni uno menos".
¿Sólo 52? La ducha, el líquido isotónico, la cena... Y ya son 51. Dejando a un lado el verdadero sufrimiento -muertes, enfermedades o amistades rotas-, las incomodidades suelen cifrarse en lunes. Creemos que lo malo ocurre al inicio de la semana. Si la desgracia cae en martes o jueves, entonces zanjamos: "Parece lunes". Visto el año entrante con perspectiva, 52 días negros se antojan pocos. Desde que desaparecieron los estoicos, un grueso de la humanidad tiende a magnificar sus desventuras. De ahí que muchos, preguntados por los lunes del recién fallecido 2018, hubiéramos hablado de cien por lo menos.
Y es injusto. El lunes, como el cáncer, es una palabra armónica, afinada, que ha tenido la mala suerte de toparse con un significado atroz. "Lunes", dice la RAE, viene de "lunae", luna en latín. Una catástrofe. Incluso con damnificados entre los satélites. Que se lo digan al trópico, emparejado contra su voluntad con un término tan feo como metástasis. O a los Mussolini, bellísimo apellido, asociado ya por siempre al cruento dictador. Por fortuna, se hizo justicia semántica con la varicela o la sífilis.
Estábamos en el lunes, esa palabra tan sexy que acabó condenada a definir la miseria cotidiana hace ya muchos siglos. La sacrosanta academia se quedó en un sucinto "primer día de la semana", pero si el CIS del artificio, que acepta cualquier tipo de edulcorante, recogiera las descripciones más frecuentes, obtendríamos una lista de este tipo: "Día más proclive a las putadas (...) Día que habría que arrancar de la semana (...) El gran día de las desgracias (...) El día para olvidar".
Para más inri, el amor patrio, siempre tan cainita, somete al lunes a una liposucción de sus éxitos. Nadie recuerda una gesta -ni siquiera un ascenso, un ligue o una buena partida de póquer- apuntalada en el estreno semanal.
Teniendo en cuenta que los lunes seguirán existiendo, convendría maquillar, cambiar el término. Decía Wenceslao Fernández Flórez que hay un par de costumbres que los españoles no pierden ni bajo pena de muerte: hablar a gritos y cerrar de portazo. Las calles están repletas de manifestaciones, de chillidos para casi todo. Este país sufre un exceso terrorífico de minorías ruidosas, pero Google no detecta ninguna secta empeñada en rebautizar los lunes y librar a la luna, lunae de tan cruel correctivo. Así nos va. Luego no se quejen cuando pisen el charco.