"¡Con Rivera no, con Rivera no!" exigían a gritos los mil simpatizantes socialistas concentrados frente a Ferraz para celebrar la victoria del PSOE. Y fue ahí cuando Pedro Sánchez, que salió al escenario al mismo tiempo que Albert Rivera y Pablo Casado en sus respectivas sedes, puso la peor de sus sonrisas -que es mejor que la mejor de las nuestras-, mandó callar al respetable y ejecutó una chicuelina que será analizada hasta la extenuación durante los próximos días: "Nosotros no vamos a hacer como ellos, que ponen cordones sanitarios".
A más de un socialista se le congeló la mueca en la boca y el que más el que menos se fue a casa cavilando sobre lo que había querido decir en realidad su futuro presidente. Esos socialistas descubrieron que 123 escaños no permiten los mismos lujos que los 140 que prometían los sondeos más optimistas.
Y es que el votante socialista quería certezas. "Entre un Pablo Casado presidente y un Oriol Junqueras indultado, prefiero lo segundo", decía uno de ellos en Twitter durante la jornada de reflexión, reflejando el sentir mayoritario en la izquierda de este país. Así que ni pacto con Rivera ni cesión alguna a la derecha. A la derecha nacional, por supuesto: las derechas nacionalistas vascas y catalanas, por periféricas y refractarias a la Constitución, si son bienvenidas en la España socialista.
Y por algo los concentrados frente a Ferraz cantaban "sí se puede, sí se puede", que no es un eslogan socialista sino de Unidas Podemos. Difícil lo va a tener Pedro Sánchez para contentar a un electorado que no desea un partido socialdemócrata sino uno populista de izquierdas, pero mayoritario. Es decir, a un partido con el logo del PSOE y que gane elecciones como el PSOE pero que aplique las políticas de Unidas Podemos.
El peligro del PSOE en estas elecciones era el mismo que el de Vox. Es decir, el de no estar a la altura de las inmensas expectativas creadas. Finalmente el PSOE casi dobla al PP. Sánchez quería legitimidad, y la obtiene, aunque en una dosis ligeramente menor de la deseada. Tiene ahora la opción de gobernar con Ciudadanos, probablemente su opción preferida, aunque difícil de confesar en público.
Sánchez ha obtenido este domingo la victoria que faltaba en su currículo. Ningún perdedor había llegado jamás tan lejos como Pedro Sánchez. Su camino hacia la presidencia del Gobierno empezó en 2011, cuando quedó fuera del Congreso, por un solo escaño, como número once de las listas del PSOE por Madrid. Tres años después, ya era secretario general del PSOE tras vencer en las primarias al favorito Eduardo Madina.
El 26 de junio de 2016 obtuvo los peores resultados electorales del PSOE en toda su historia. Pocos meses después fue fumigado, más que expulsado, de la secretaría general del partido tras un grotesco comité federal en el que alguien cercano a su equipo escondió varias urnas detrás de una cortina. Recorrió España al volante de un modesto Peugeot 407 implorando uno a uno el voto de los militantes y ganó de nuevo las primarias de su partido arrasando en todas las comunidades excepto Andalucía y el País Vasco.
De vuelta a la secretaría general de su partido en mayo de 2017, alcanzó la presidencia del Gobierno tras una moción de censura y con el apoyo de nacionalistas y populistas de extrema izquierda. Fue humillado tras descubrirse que plagió buena parte de su tesis electoral. Convocó elecciones anticipadas obligado por la negativa de sus propios aliados a aprobar sus Presupuestos y tras haber cedido hasta en trece ocasiones frente a ellos.
Hoy, lunes 29 de abril de 2019, el eterno derrotado que perdió todas las batallas y ganó todas las guerras ha conseguido por fin el último de sus anhelos: la legitimidad de una victoria incontestable en unas elecciones generales. El peligro es que aquel que venció a todos sus enemigos teniéndolo todo en contra, muera de éxito ahora que lo tiene todo a favor. Está por ver, en fin, que Pedro Sánchez tenga tanta suerte en la gloria como la tuvo en la hecatombe.