Ninguno de los grandes debates políticos actuales tendrá la más mínima relevancia dentro de quince o veinte años. El presentismo, la idea de que sólo existe el ahora y que en los partidos de izquierdas se suele manifestar en forma de adanismo, nos induce a creer que el feminismo, el ecologismo, el movimiento LGBT y las políticas de la identidad son los cimientos de la ideología que sustituirá al capitalismo cuando sólo son los escombros de ese socialismo que falleció allá por noviembre de 1989.
Si cientos de miles de españoles siguen observando esos escombros con cara de bovina admiración es sólo porque sus dogmas de fe han acabado siendo, en la práctica, tan optativos como los de los Diez Mandamientos. Cosa diferente es, por supuesto, el buen hacer de los community manager de la socialdemocracia, que eso son o han sido Obama, Trudeau, Macron y Sánchez.
Consumimos noticias a tanta velocidad que hasta un muerto con buen marketing, y ejemplo paradigmático de ello son Greta Thunberg, Megan Rapinoe o Alexandria Ocasio-Cortez, pasa por vivo cuando sólo haría falta detenernos durante un minuto para que el hedor cadavérico de sus estupideces llegara hasta nosotros.
Tampoco es casualidad que la mayoría de las ferósticas teñidas que han ocupado el espacio que antes pertenecía a cardenales, arzobispos, presbíteros y diáconos sean mujeres. Los tiempos modernos son lo suficientemente prósperos como para que el votante, que finge indignación hueca porque eso es lo que las multinacionales que venden calcetines para runners le venden como conciencia social, haya dejado de sentir la necesidad de votar a padres severos y pragmáticos para pasar a votar madres amantísimas de las que riñen, pero jamás castigan.
Hasta un niño aprende en pocos meses que las amenazas de una madre nunca se cumplen y que el vaso de Cola Cao seguirá apareciendo puntual en la mesa por más que pinte al gato con plastidecores. Y de ahí el obstinado éxito electoral del PSOE en el país donde mejor se vive de toda la UE.
La paradoja no es que el PSOE gane elecciones a pesar de las chuminadas de Carmen Calvo, sino que no las gane siempre precisamente porque Carmen Calvo y sus predecesoras han brillado en lo de soltar tonterías como pianos. Hasta el español menos dotado para eso de la psicología sabe detectar a quien finge rigor pero acabará soltando la paguita frente al primer par de ojos de cordero degollado que le pasen por delante.
Los tiros no van, en cualquier caso, por ahí. Mientras en Occidente nos entretenemos con controversias de primer curso de puericultura –o de estudios de género, que viene a ser lo mismo–, China y Rusia andan enfrascadas demoliendo ese viejo axioma bienintencionado que dice que el progreso social y económico es imposible sin A) democracia y B) capitalismo. No parece que ese sea, precisamente, su caso.
Mientras nuestras ferósticas teñidas acumulan me gusta en sus cuentas de Twitter llorando frente a la valla de un parking, agitándose con el salero espasmódico de una merluza recién pescada o preguntándose, muy profundas ellas, si el futuro pasa por una democracia sin capitalismo, chinos y rusos trabajan para que este pase más bien por un capitalismo sin democracia.
El gran error de la socialdemocracia es haber creído que la democracia era la estructura y el capitalismo, la ideología superpuesta a ella, cuando es exactamente al revés: la estructura es el capitalismo y la democracia, sólo una capa de ideología superficial fácilmente reemplazable por cualquier otra.
Una ideología particularmente flexible, además. En occidente, la democracia vigente es la del tipo socialdemócrata, con su Estado del bienestar y de sus minorías sociales perfectamente protegidas de peligros que sólo existen a causa de esa misma socialdemocracia, pero existen muchas otras posibles. Si la política española elevara su vuelo apenas unos palmos por encima del nivel gallináceo, veríamos esas alternativas con claridad.
Mientras estas obviedades pasan desapercibidas, las ferósticas teñidas, que apenas dan para unos pocos lemas de taza de Mr. Wonderful, muestran a chinos y rusos cómo socavar un sistema próspero aprovechándose de la tolerancia de ese mismo sistema hacia aquellos que pretenden derribarlo no por necesidad, sino por aburrimiento. No cometerán el mismo error, pueden darlo por seguro. Quizá la de nuestros hijos sea la última generación que vote. Al tiempo.