Si me preguntaran ahora mismo cuál es el peaje más incómodo que debo pagar por ejercer el periodismo, diría que el de sentirme obligado a hablar de noticias que, objetivamente, no tienen la más mínima relevancia, ni importancia, ni gravedad. Lo cual es una doble paradoja.
En primer lugar, porque nadie me obliga a ello, y mucho menos en EL ESPAÑOL, el medio más libre en el que he trabajado jamás.
En segundo lugar, porque el que sí me obliga es el manipulador que ha tergiversado en primer lugar la noticia, colocándome en la posición de a) no responder y contribuir a que esa interpretación tergiversada sea la que cuaje, o b) responder a la sandez sin desactivarla por completo porque ni soy tan importante ni tengo la menor influencia en aquellos abducidos que seguirán creyendo en ella diga lo que diga yo.
Con la primera opción cedo terreno sin presentar batalla, lo cual incentiva al manipulador de turno a seguir intoxicando. Con la segunda, contribuyo a darle aún más relevancia y notoriedad a la intoxicación del intoxicador, sin remediar más que en una medida muy pequeña el daño causado.
Tema sin relevancia es, por ejemplo, el de Felipe VI respondiendo a una pregunta de la prensa con una obviedad del tipo "esperemos que se encuentre una solución de Gobierno, pero si no se encuentra, la Constitución prevé unas segundas elecciones, aunque lo ideal sería lo primero". Para el caso, el Rey podría haber leído los artículos 62 y 99 de la Constitución, que a fin de cuentas es lo que hizo, aunque con sus propias palabras.
Pero, ¡ay!, esas declaraciones coinciden con una campaña antimonárquica de la extrema izquierda y el nacionalismo catalán y vasco y ¿cómo no sacarlas de contexto para hacerle decir al Rey lo que no dijo? Así que aquí ando, opinando sobre una declaración perfectamente banal que los redactores turiferarios de los Pravda de turno han convertido en una intromisión intolerable del monarca en el ámbito político y en una ruptura del principio de neutralidad que rige la actuación de la Corona.
No-noticia es también el escándalo organizado por media docena (no más) de licenciadas en humo, es decir en Estudios de Género, a cuenta de la campaña de la Junta de Andalucía contra la violencia doméstica. Una campaña en positivo, admirable desde cualquier punto de vista sano y que promete un horizonte de esperanza a las mujeres que han sido víctimas de agresiones en vez de presentarlas como condenadas a un trauma eterno, insuperable e indeleble, que es como prefieren verlas muchas izquierdistas que se dicen feministas.
Se entiende en cualquier caso el escándalo de la media docena porque les va el sueldo en ello. Y de ahí que lo suyo no sea tanto ofensa por la hipotética escasa sensibilidad de la campaña con el dolor de las víctimas como alboroto por la ruptura de una narrativa demente que no ha logrado evitar jamás una sola víctima, pero sí que unas cuantas aspirantes a sacerdotisas de la religión de turno vivan, y muy bien, de fingir una congoja insoportable. Hasta se ha llegado a medir la sinceridad de esa congoja: 97% interés propio, 3% apoyo a las víctimas.
Dice Nassim Nicholas Taleb, un tipo inteligente aunque tan soberbio como insoportable, que la desgracia de la era de la información "es que la toxicidad de los datos aumenta con mucha más rapidez que sus beneficios". A veces es inevitable sentirse como alguien que intenta defenderse de ese tsunami de toxicidad achicando agua con un cazo.