Así como la teología nos enseña que Dios es uno y trino, Pedro Sánchez se ha empeñado en que asumamos que España es diecisiete y una. Una, cuando le interesa lograr el minuto de oro en los telediarios del fin de semana con sus mensajes a la Nación en plan “unidos venceremos” y el “nadie va a quedar atrás”, y diecisiete justo cuando llega la vuelta al cole y las mejores palabras del teleprompter amenazan con derretirse a la que salte el primer caso de coronavirus en un aula.
El terror a que el caos -no la mortandad- en los colegios sea remotamente parecido al vivido en las residencias de ancianos, explica que Sánchez haya desaparecido de escena como alma que persigue el diablo. Ocurre que canta un poco, sobre todo después de haber chupado más cámara que el presidente de Estados Unidos en esas pelis para idiotas que tanto me entretienen en las que los marcianos atacan la Tierra y dejan flotando su nave nodriza sobre Washington.
Sánchez quiere convencernos de que después de haber “salvado decenas de miles de vidas” y tras haber salido airoso en las encuestas de esta “guerra total” (los entrecomillados son suyos) está dispuesto a dejar que su obra la rematen otros, no vaya a creer alguien que quiere acaparar protagonismo.
El mando único fue un espejismo para quienes soñamos con un país caminando al mismo paso, siquiera en la desgracia. Dos meses después, cuando España se prepara para afrontar la segunda oleada de la peor epidemia de su historia, el presidente se saca de la manga el oxímoron de los diecisiete mandos únicos y los diecisiete estados de alarma. O sea, lo de la Santísima Trinidad multiplicado por seis. O casi. Y la argamasa que ofrece Sánchez para dar aire de homogeneidad a ese batiburrillo es un grupo de soldados reconvertidos a rastreadores en un cursillo acelerado.
Pero si la España diecisieteava es más eficaz ahora, ¿no lo era también al principio de la pandemia?
Esa contradicción, una contradicción superior incluso a por qué Irene Montero prefiere salir en Diez Minutos en lugar de hacerlo en Jot Down como Pablo Iglesias, es lo que me lleva a pensar que Sánchez busca matar tres pájaros de un tiro: evitar el desgaste en el momento en que el coronavirus más le puede pasar factura; contentar a los nacionalistas que le auparon a la Moncloa, y a los que les produce urticaria el come together aunque sea de Lennon; y alejar de sí el cáliz de un nuevo confinamiento nacional que significaría el ridículo internacional, la ruina del país y la estaca en el corazón de su gobierno.