Premonitorio, un poco sí, metafóricamente hablando. Unos pies, con sus zapatos y sus piernas embutidas en calcetines largos, inertes, suspendidos en el aire a pocos centímetros de una silla escolar. Un niño que da un salto o uno colgado. La “Vuelta al cole 2020” de El Corte Inglés.
El anuncio poco después se retira. La imagen induce a error. Hay quien interpreta en ella el suicidio de un niño. Me pregunto si de no mediar la pesadilla del bicho a alguien se le hubiese ocurrido pensar en ahorcados.
Pero iba a la metáfora y permítanme que vea en esos pies en suspensión, un salto eterno, un paréntesis muy largo, la imposibilidad de tocar tierra porque el uniforme escolar (de eso van los mocasines, los calcetines largos y los pantalones cortos) necesita una escuela en la que aterrizar y sobre esa cuestión, a 27 de agosto, existen casi tanta incógnitas como colegios hay.
Cuando los libros deberían estar comprados y forrados, y la mochila, y la interminable lista del material escolar. Cuando la fama de duro del próximo tutor, los nuevos compañeros de clase o la ilusión de encontrarse con los de siempre, deberían ser el tema de conversación. Cuando habría que limitarse a apurar los últimos días de vacaciones con la pereza de volver a la rutina, a pesar de que ésta se perdió no en junio, sino en marzo. Y cuando agosto con sus calores, sus días más cortos y sus tormentas inesperadas, se acaba, no se sabe nada. O nada con certeza.
Niños, padres y profesores se enfrentan a un inicio de curso que todo el mundo ignora si será tal. Todos pagarán por ello.
“Nadie lo vio venir”. Dando por bueno algo que no me creo, resulta inverosímil que alguien vuelva utilizar la misma excusa. Septiembre ha estado ahí a la vista de todos y los retos que planteaba, también. Uno a uno, circunstancia a circunstancia, escuela a escuela, realidad a realidad. Soluciones para los profesores, medidas para los niños, alivio para los padres, todo coherente, todo pensado, todo valorado. Ha habido tiempo suficiente.
Pero no. Por si no bastaron los casi cien días de estado de alarma en los que Su Persona y su nutrido consejo de ministros nos tuvieron silentes y entretenidos esperando llegar, fase a fase, a la “nueva normalidad”, dos meses después volvemos a estar en el punto de partida sólo que esta vez la culpa es nuestra y la responsabilidad de las Comunidades autónomas en las que vivimos.
Y claro, si hablamos de Educación, precisamente la competencia transferida, madre de todas las competencias, ahí sí que ni Su Persona, ni su ministra, tienen nada que decir y mucho menos responsabilidades que asumir.
La falacia está clara pero resulta efectiva: protestabais por el estado de alarma y por el mando único, os di la cogobernanza y se os ha desbocado la cosa. Ahora me pedís que os coordine y yo os digo que el problema es vuestro (pero el reparto del “maná” europeo es mío). Y cuando digo problema me refiero a realidades como la vuelta al cole –aparta de mí ese cáliz-, porque cuanto más lejos esté Mi Persona del carajal que se va a montar, mucho mejor para mi imagen y para mi estado mental.
Y no, no es eso, no. Siempre hubo la posibilidad de un plan B aunque Sánchez lo ocultase. Y lo ha habido para coordinar –no hoy, sino en mayo o en junio- una respuesta común, con una base normativa clara, para enfrentarse a la vuelta al cole. Algo que no tuviese en suspenso a las 17 taifas, esperando instrucciones que no iban a llegar y dilatando el momento de tomar decisiones.
Puede que esta nueva dosis de propaganda triunfe, sin duda. Pero lo pagarán los niños, su formación y su socialización. Lo pagarán los padres, puede que, a falta de conciliación, con su empleo. Y lo pagarán los profesores y los colegios, intentando como pollos sin cabeza suplir la inoperancia de quien debería haber tomado las decisiones antes.
Los pies de un niño suspendidos en el espacio. Eso.