"En el principio fue el verbo", dicen los Evangelios. La frasecita se las trae y ha dado pie, durante siglos, a todo tipo de interpretaciones teológicas. Sánchez nos regala hoy otra a su altura: "En el principio fue la Segunda República".
El presidente no lo ha expresado exactamente con esas palabras, pero cabe la licencia. Su máxima "hay tres fechas gracias a las cuales hoy España es un gran país, tres fechas con un vínculo indisoluble", pronunciada ayer en el Parlamento, encierra el mismo aire misterioso y espiritual que el versículo de Juan el Apóstol.
La frase desprende un vaho religioso muy en la línea de "tres jueves hay en el año que relucen más que el Sol: Jueves Santo, Corpus Christi y el día de la Ascensión", pero sin rima.
¿A qué tres fechas se refiere el presidente? Él mismo nos lo aclara: "La primera, el 14 de abril de 1931, la segunda el 6 de diciembre de 1978 y la tercera el 12 de junio de 1985, cuando España firmó el Tratado de Adhesión a la Unión Europea".
Yo, y seguramente millones de españoles, hemos creído estos años que la legitimidad de nuestra democracia se fundamenta en el gran acuerdo de la Transición.
Para el hombre que hoy está en la Moncloa, nuestro sistema de libertades empieza a forjarse con la salida de España de Alfonso XIII y la llegada de un régimen con el que, subraya, el actual tiene "un vínculo indisoluble". Hay quien, por menos, podría pensar que le está enseñando la puerta a Felipe VI.
Pero ¿qué lleva al presidente a plantarse en 1931? ¿Por qué no se remonta, por poner por caso, a 1820, cuando el Trienio Liberal? No es ningún disparate. Los republicanos lo hicieron. Y el propio Azaña. Por eso adoptaron la marcha de Riego como himno nacional.
La explicación que da el presidente de por qué se detiene en 1931 es demasiado imprecisa: "Aquel ambicioso proyecto buscaba la modernización de nuestro Estado y también de la sociedad española". ¿Cuántos proyectos no han pretendido lo mismo? Lo raro es encontrar a algún gobernante que se propusiera de forma premeditada buscar el atraso del país.
En realidad, escoger un antecedente, un principio entre todos los posibles sobre el que edificar un proyecto supone, en última instancia, una decisión caprichosa. Un acto de fe. Una superstición. Y eso es la Segunda República: una vieja superstición que sólo congrega a sus creyentes. Es su verdad. Les respeto. No me la impongan.