La noche se vuelve de esparto cuando llegan las elecciones. La distancia entre la izquierda conceptual y la izquierda real crece como una herida abierta.
Madrid, rompeolas de todas las bobadas, ha contemplado atónita cómo Ángel Gabilondo, una de las pocas esperanzas de la izquierda ilustrada y templada, se dejaba impersonar por un ventrílocuo de la factoría Sánchez. En las últimas semanas, el sensato profesor ha hecho suyas las consignas más delirantes del Aparato. Ha sido una decepción para quienes todavía nos resistíamos a votar en clave nacional en las elecciones autonómicas. Es decir, para quienes confiábamos en que “PSOE” se escribía con S de socialismo, no de sanchismo.
En Madrid es importante hablar de fiscalidad, de los centros de atención primaria, de las residencias de ancianos, de las cuotas voluntarias de la escuela concertada o del precio de las matrículas universitarias.
Sin embargo, la izquierda ha preferido hablar de fascismo. Sí, han hablado algo de impuestos en el marco de una supuesta voluntad de armonizar los tributos en todo el territorio nacional (comunidades forales aparte, claro). Ya saben, el famoso dumping fiscal madrileño, la competencia desleal, ¡el secesionismo mesetario!
El problema es que la oposición a Isabel Díaz Ayuso ha hecho frente común con grupos que no tienen el bienestar de Madrid entre sus prioridades. Y ahí está el punto ciego de la izquierda de Madrid. No exigen una subida de impuestos para proteger a los obreros madrileños, sino para dar gusto a la burguesía catalana. No les moviliza la sed del pobre, sino la envidia del rico.
Esta es la razón por la que se plantea la subida de impuestos como un fin en sí mismo. Ningún madrileño quiere, porque sí, que suban los impuestos. Si acaso, querrá que mejoren los servicios públicos, y acepta que esa mejora se financie con el aumento de ciertos tributos. Las subidas de impuestos, como todas las decisiones de un gobierno, han de tomarse por los motivos correctos.
Pero a nuestra izquierda antifascista le importan los obreros madrileños tanto como los extremeños: nada. Su interés no está en repensar el modelo económico madrileño (eficaz en la generación de riqueza, pero mejorable en su redistribución) sino en griparlo. Madrid roba talento, Madrid acapara instituciones, Madrid es competencia desleal.
La realidad es que Madrid lidera la economía nacional en el momento de mayor descentralización territorial desde los Austrias y esto resulta intolerable para las distintas castas nacionalistas que recurren a la izquierda para bajar los humos a las inferiores razas mesetarias.