La grotesca cuenta atrás de Pedro Sánchez con los días que faltan para la inmunidad de rebaño (permítanme que siga usando esta palabra, ya que el presidente nos pastorea) es la expresión del fracaso de su política. Pese a que él la presenta como un triunfo. Tal viene siendo su política.
También lo es la frase que ahora repite como un autómata (así como sus ministros, que tienen el mismo guionista): “El estado de alarma es el pasado, hay que mirar al futuro”. Ese futuro en que las vacunas, no él, habrán hecho su trabajo.
Me gustaría ser Antonio Muñoz Molina y descansar en su algodonoso exilio interior. Ese en el que, como ha escrito en El País, la oposición “pone tan descaradamente por encima del bien común en un tiempo de crisis la determinación metódica de hundir cuanto antes al Gobierno saboteando las tareas ya tan difíciles que tiene por delante, tareas literales de vida o muerte, de supervivencia o ruina”.
Por desgracia, en mi exilio interior (que no es algodonoso, sino con pinchos) tengo abiertos los dos ojos y no sólo uno como Muñoz Molina. Por eso, además de lo que él ve (que no se me escapa), yo veo la infame conducta de este Gobierno justo en un tiempo de crisis, pese a las tareas ya tan difíciles que tiene por delante, tareas literales de vida o muerte, de supervivencia o ruina.
A la irresponsable lucha cortoplacista del PP por alcanzar el poder en estas circunstancias, hay que añadirle la irresponsable lucha cortoplacista del PSOE por mantenerse en el poder en estas circunstancias.
Y por esto nos comen los demonios a los cuatro que estamos en el exilio interior de verdad. A los cuatro (quizá exagero el número) que vemos todos los ingredientes de este asqueroso pastel.
Naturalmente, la responsabilidad mayor es del PSOE, puesto que él forma el Gobierno, con Podemos y con el apoyo de los nacionalistas golpistas y los proetarras (¡qué doloroso se me hace ver a Muñoz Molina apoyando eso; mi exilio interior no se lo deseo a nadie!).
A Sánchez le correspondía liderar la respuesta de Estado. En lugar de eso, se ha dedicado a dividir y actuar en beneficio propio desde el comienzo.
Es Sánchez el que ha marcado el tono. Y a ese tono, cierto, se ha sumado el PP. Cuando Pedro Sánchez le dijo el otro día a Pablo Casado que se le había puesto cara de Albert Rivera, se equivocaba. En realidad, se le ha puesto cara de Pedro Sánchez.
Pero todo estaba sentenciado desde la moción de censura, como repite Manuel Arias Maldonado, por aliarse con quienes se alió por conseguir el poder. Incluso desde antes. Desde aquel “no es no” fundacional de Sánchez, por el que fue incapaz de tener una conducta de Estado cuando el Estado lo reclamaba.
La trayectoria política de Sánchez se ha fundado en eso: en la división. Jamás ha actuado para todos. Y su desgracia (nuestra desgracia) es que se ha encontrado con una pandemia que le exigía ser el presidente de todos o todo sería un desastre. Y como lo primero iba frontalmente contra lo que él ha sido, ha hecho y ha representado, todo es un desastre.