El problema de España (todas las columnas, incluso las del Wall Street Journal, deberían empezar siempre con estas cuatro palabras) es que sigue sin decidir, cuarenta años después de conquistar la democracia, qué coño quiere conquistar luego. Ahí va un spoiler de los próximos 50 años. No, esa burbuja de sostenibilidad mediambiental, Estado del bienestar siempre en expansión (sobre todo para los que nunca han contribuido a él) y entropía diplomática estática puede ser una fantasía consoladora para los miembros de la UE, pero contradice todas las leyes de la física política y no la verán nuestros hijos.
La mala noticia para nosotros, los europeos que no tiramos a nuestros niños al mar como un Marruecos que sabe bien que la compasión es la mayor de las debilidades que Occidente ha heredado del colonialismo, es que no existen los vacíos de poder y que estos tienden a ser ocupados de inmediato por aquellos que llevan décadas esperando su oportunidad histórica para empatar el partido. España se fotografiaba en 2003 en las Azores junto a George W. Bush y Tony Blair, y hoy se fotografía junto a Sudán mientras Marruecos se alía con Francia y se encama con Estados Unidos. Sólo han pasado 18 años entre una y otra foto, la edad de un adolescente todavía en proceso de desasnamiento.
Ahora miren un mapa. El Atlántico, es decir Estados Unidos, al oeste. Francia al norte. Marruecos al sur. En el Estrecho, Gibraltar, que es lo mismo que decir un Reino Unido fuera de la UE y volcado tras el brexit en su relación con los Estados Unidos. Al este, la I y la G de PIGS: Italia y Grecia. En medio, los Balcanes. O sea, la nada.
Y ahora, apuesten todo su dinero por el caballo ganador en estas circunstancias. ¿España o Marruecos? Antes de responder piensen con el bolsillo, que es infinitamente más inteligente que el cerebro. O lean a Houllebecq. No por su retrato del islam, sino por su condición de avispado notario de la decadencia europea. Si tuviéramos al sur a Vietnam e Indonesia en vez de a Marruecos y Argelia, también nos comerían por los pies.
En el mundo real no existen, como pretende la UE, las órbitas diplomáticas estables. Esas que nos deberían permitir a los europeos, como si fuéramos una Suiza de 746 millones de habitantes genéticamente diseñados para la neutralidad, sobrevivir a los conflictos de las próximas décadas. Porque una nación X se verá siempre atraída por uno u otro cuerpo celeste masivo, llámese este China, Rusia o Estados Unidos, en función de sus intereses nacionales. Intereses nacionales que sólo en Occidente, y esa es la gran ventaja de la Barbaria que nos acecha ahí fuera, suelen ser confundidos con la bondad.
Ahí va otro spoiler. De la misma manera que sólo un rico puede permitirse el lujo de ser izquierdas, sólo los déspotas pueden concederse el capricho de ser bondadosos. Hasta que la Unión Europea no entienda este principio elemental de la realidad política será piel en manos de sátrapas a los que les importan una mierda columnas como esta o la indignación de labios fruncidos de Charles Michel y Ursula von der Leyen. En este planeta existen violencias de muchos tipos (militar, económica, tecnológica, cultural, religiosa) pero sólo la UE ha renunciado a todas ellas. A todas, de la primera a la última.
Cree la UE, en su infinita ignorancia de civilización vieja, que esa es precisamente su ventaja estratégica: su renuncia a cualquier tipo de responsabilidad que vaya más allá de proporcionarle a todo el que aparezca por Europa, sea por la tradicional vía sanguínea o por la más brutal vía inmigratoria, un cheque al portador en forma de sanidad, escuela y habitación por el mero hecho de existir en este punto del espacio-tiempo. Un mérito que en la UE amerita pasta, y no poca precisamente.
Mientras tanto, en España, un Gobierno que centrifuga hacia arriba (la UE) y hacia abajo (las comunidades) todas sus responsabilidades que no sean instagrameables (y ahora sólo lo son el reparto de los fondos de la UE, la vacunación y los eslóganes vacíos), asiste con perplejidad y siempre en el papel de víctima reactiva a las cínicas tácticas de un Marruecos que, a diferencia de España, sí sabe lo que quiere ser de mayor: la España de 1492.