¿Qué hará con nuestros votos, señor Casado?
“Si tu enemigo está decidido a ganar la batalla, déjale que gane la batalla equivocada” (Clifford Cohen)
Con frecuencia, los partidos que aspiran a gobernar, pero pierden unas elecciones, quedan noqueados, sin saber muy bien por dónde les llegaron los golpes. Esta confusión temporal les resta un tiempo valioso de recuperación, que el rival aprovecha para lograr una distancia aún mayor. Si está usted pensando en que con esto me refiero al PSOE de las últimas elecciones madrileñas, se equivoca. Aunque suene extraño, me refiero al PP.
El PP dejó el Gobierno de España tras la moción de censura de 2018 y desde entonces sufrió una debacle electoral en las elecciones de abril de 2019 y una recuperación parcial en las de noviembre de ese mismo año.
Cómo hacer para recuperar el poder es algo que no ha quedado muy claro hasta este mes de mayo, cuando Pablo Casado y su equipo han interpretado la victoria de Isabel Díaz Ayuso en Madrid como el preludio de un éxito nacional que casi se puede tocar con los dedos. Según este razonamiento, tanto si hay elecciones anticipadas como si se agota la legislatura, el desenlace será el mismo: un aumento del apoyo electoral al PP, que se espera sea suficiente para llevarlo al gobierno.
El PP apuesta todo al cambio de ciclo político, al hartazgo con Pedro Sánchez y a los líos en que se ha metido su gobierno, además de a las dificultades económicas a causa de la pandemia y la ausencia de reformas. Dificultades que los fondos europeos no podrán paliar en esta legislatura, si llegan a desembolsarse.
Sin embargo, no hace falta ser un experto en teoría de juegos para saber que cuando un jugador cambia de posición (por ejemplo, cuando las encuestas reflejan una mejora de sus expectativas electorales), el resto de jugadores tenderá a modificar la suya también.
Es cierto que el PSOE ha indicado que su estrategia durante los próximos dos años pasa por seguir liderando la lucha antifascista. Otros veintiséis años de infierno, nos dicen, con la posibilidad de que la derecha los extienda al conjunto del país, acabarían con el Estado de bienestar, la democracia y hasta con la paciencia de más de uno.
Considerar al PSOE como un partido natural de gobierno no es recomendable porque le otorga la capacidad de decidir las fronteras del debate público
No obstante, la testarudez de un PSOE convertido en cazafantasmas en busca de ultraderechistas bien podría tener los días contados, sobre todo porque no parece servir para ganar elecciones. No sería de extrañar que el batacazo sufrido provocara una reacción de vuelta a la racionalidad y a un programa más parecido a la socialdemocracia arrinconada por el sanchismo. Si parece útil para mantener el poder, el presidente dará su bendición y cambiará de discurso, de socios y de ministros tanto como haga falta, que a pragmático (otros dirían oportunista) no le gana nadie.
Si el PSOE cambiara caras y estrategia, volviera a una socialdemocracia reconocible como tal en una situación postpandemia más o menos normalizada y vendiera bien (que no ejecutando) el plan europeo de rescate, ello podría coger al PP con el pie cambiado, y quizá por mucho tiempo.
Para conjurar esta posibilidad, el PP debería plantear un programa de centro, liberal y reformista, atractivo y coherente. No sólo para seducir a los votantes, sino también para desterrar la idea de que el PSOE es el partido natural de gobierno en España, ese que muchos esperan deje de hacer barbaridades para poder votar de nuevo. Estos días, respetados intelectuales liberales y progresistas han declarado que les gustaría volver a votar por él, casi implorando que les dé un motivo para dejar de apoyar al PP, algo que les provoca una cierta incomodidad.
Considerar al PSOE (o a cualquier otro partido) como un partido natural de gobierno no es algo recomendable. Entre otras cosas, porque le otorga una inmerecida capacidad de decidir las fronteras del debate público aceptable. Si uno cree de verdad que la democracia no puede proteger la libertad de los individuos sin reconocer el pluralismo, entonces debe comprometerse a ensanchar el mercado de las ideas y a reconocer la legitimidad de todos los actores que quieran expresarlas.
Por otra parte, es precipitado que el PP dé por hecho que los votantes de Ciudadanos van a seguir en masa a Pablo Casado como si este fuera el flautista de Hamelin.
La batalla de ideas es necesaria, pero eso no significa que el PP tenga que perder el tiempo refutando las obsesiones de la izquierda woke
Es cierto que las perspectivas a corto plazo del partido naranja no son muy halagüeñas (porque en España al perdedor no se le tiende la mano, sino que se le patea en el suelo). Pero dar con un discurso no oscilante, plantear bien unas hipotéticas elecciones anticipadas en Cataluña, encontrar o mantener unos cuantos buenos líderes en algunas comunidades autónomas que puedan salvar los muebles y tener algunos éxitos inesperados en elecciones locales podría hacer que el partido sobreviviera.
Porque lo que nunca se rechazó fue su programa reformista, todavía atractivo para muchos. Y si fuera tarde para Ciudadanos, no se puede descartar que aparezca otro partido que recoja el testigo. El centro liberal no va a ser absorbido por completo ni fácilmente por el PP.
La batalla de ideas es necesaria, pero eso no significa que el PP tenga que perder el tiempo refutando las obsesiones de la izquierda woke. Tampoco las ensoñaciones de la derecha que venera a don Pelayo. Más bien se trata de decirle de forma clara y explícita al votante moderado de derechas, al de las ciudades y al de las zonas no urbanas, al de centro e incluso al socialdemócrata desencantado con la deriva sanchista, qué va a hacer con su voto, más allá de hacerle elegir entre libertad o socialismo. Algo que funcionó en las circunstancias muy especiales de Madrid, pero que no tiene por qué hacerlo en el resto de España.
Aunque sorprenda, además de que no nos encierren en casa y de que nos dejen trabajar, a los ciudadanos nos importan muchas otras cosas y somos capaces de sopesar varias opciones electorales mientras nos tomamos un vermut en esas terrazas que, afortunadamente, vuelven a abrirse por todo el país.
*** Francisco Beltrán es profesor de Política Europea en la Universidad de Toronto, Canadá.