Una cosa que me parece flipante año tras año es que sobreviva la mentira colectiva de los Reyes Magos, y qué bueno que así sea. Es sorprendente en un mundo loco y digital donde los niños de pecho ya casi tienen acceso a internet: ¿cómo es que no se documentan, cómo es que no descubren la ambiciosa trama en la que andan involucrados los adultos, su tremenda conspiración mundial, con un googleo rápido? Eso debe ser la fe. La inocencia. Las cosas que perdimos, las cosas extraviadas. Líneas que se cruzan para siempre: la virginidad y el derrumbe de los dioses y los mitos, por ejemplo.
Me estuve riendo un buen rato cuando en 2018, Chiquetete se disfrazó de Gaspar en Carmona y empuñó el micrófono frente a un auditorio a rebosar de críos: “Yo he trabajado en muchas partes del mundo y he trabajado en partes muy pobres”. Hasta ahí, bien. Pero al notas se le empezó a ir la cabeza, le pudo el ego, qué sé yo, y espetó: “Yo no soy Rey Mago, niños. Yo soy Chiquetete. El señor que canta La Cobardía”. Con un par. Para que no quedara ni rastro de dudas acerca de su identidad, se arrancó a cantar su estribillo mítico. Vaya percal. Me imagino la cara de esos muchachos, la sonrisilla helada para siempre ante la tragedia del mundo. Es que no me jodas. Ya no es que los Reyes Magos no existan, es que los Reyes Magos son Chiquetete. Como para reponerse.
Fue un punto de inflexión descubrir que los adultos mentían, que los padres mentían. Freud se revolvió y a nosotros se nos cayó el chiringuito. ¿Cómo podríamos volver a confiar en alguien si nuestros todopoderosos nos habían estafado? Pensábamos que eran gente seria. Gente solvente, honesta. Esa pregunta nos la haremos por el resto de nuestra vida: se la hago yo, con un poco de maldad, a mis amigos cuando brindamos: ¿sois felices o ya sabéis la verdad?
Aprendimos algunas cosas, no obstante, como que a los reyes magos había que escribirles con respeto (como a los ancianos), que la caligrafía es buen gusto y la ortografía, derechos humanos. Aprendimos a escrutar nuestro deseo, a atinarlo. Aprendimos a pedir poco para no volvernos imbéciles, para no creer que la vida es una barra libre. Aprendimos a honrar aquello que es más sabio que nosotros, más viejo que nosotros, más grande que nosotros. Aprendimos a dar las gracias. Que no se nos olvide.
También entendimos que el mundo es un teatro y mamamos capacidad performática e imaginación, porque si no qué carajo nos queda para darle relieve al cotarro. Algunos seguimos narrando historias. Algunos seguimos colgados de lo fantasmal: todo lo que vino después (el amor, el sexo, la vocación, las grandes preguntas y algunas respuestas) sólo ha sido un eco de aquello, de aquel pensamiento mágico consumado, de una fascinación, un misterio, una extrañeza y una épica insuperables, purísimas por última vez.
Eso sí: ahora ya no sabemos para quién portarnos bien, si nadie nos mira. Es extraña y hermosa esa soledad, también un poco liberadora. Cuando murieron los Reyes Magos nació la conciencia propia y para ella trabajamos, para no convertirnos en seres viles, para no tener un precio, para vestirnos por los pies, para tener ética y no ser unas ratas de río (como hay tantas). Ahora somos nuestro propio ojo cíclope y más nos vale no traicionarnos. Más nos vale no avergonzar al niño que fuimos. Más nos vale conversar con él alguna vez y protegerle siempre.
A ver si el año nuevo nos trae a una Paz Padilla que deje de decir memeces como que el amor lo puede todo. A ver si nos trae un poco de tiempo para pasear por la tarde, para leernos novelas enteras, para desayunar en la calle con zumo de naranja y con la boca abierta al sol, como los abuelos tan vivos y desdentados. A ver si nos trae osadía para decir “basta” cuando nos pisen el cuello. A ver si nos trae amor propio para defendernos de los cánones de un mundo enfermo. A ver si nos trae salud mental y fiestas largas abrazados a los nuestros. A ver si nos trae buenas conversaciones y no perdemos ni un minuto más con gente que no cuenta nada interesante ni por equivocación. A ver si entendemos por fin que las Magas son siempre las Reinas. Feliz año y prósperos besos nuevos.