Es difícil hablar de otra cosa en estos días que parecen ser la antecámara de una época umbría. La locura egocéntrica de un ser macabro mantiene en vilo a la humanidad y recuerda aquellos pasajes descritos por Stefan Zweig en su El mundo de ayer. También vienen a la mente las historias, mil veces leídas, de científicos que vieron truncadas sus carreras por la aberración de una guerra. Personas que trasladaron sus teorías desde el encerado a los laboratorios escondidos y de allí a un arma mortífera que aún hoy nos sigue acechando.
Pero sigue siendo mi labor hacer ciencia. Porque amo la sabiduría y difundirla por vocación.
Revisando los últimos avances científicos publicados, ha llamado mi atención el descubrimiento de una bacteria visible a simple vista debido a su exagerado tamaño. Amén de que semejante hecho destierra la antigua clasificación de microorganismo para toda bacteria (si no necesitas un microscopio para verla no es un microorganismo, pero sigue siendo una bacteria) esto me hizo recordar otros muchos trabajos recientes donde aquello que siempre hemos mirado con repulsión se convierte en el centro de la atención científica para resolver problemas de salud. Hablo de las heces.
Hasta hace poco, la comunidad científica le prestaba mínima (por no decir ninguna) atención a ese compendio de bacterias que pernocta en nuestros intestinos. Algo que llamamos microbiota y también microbioma, a pesar de no ser exactamente lo mismo.
La microbiota es la comunidad de microorganismos vivos residentes en un nicho ecológico determinado, como el intestino humano. El microbioma es el conjunto formado por los microorganismos, sus genes y sus metabolitos.
Hace algún tiempo, estuvimos analizando en mi laboratorio las heces de pacientes que padecían cáncer colorrectal. Nuestro propósito era comparar la composición de sus microbiotas, es decir, de los microorganismos que aparecen en sus heces, con la de personas sanas. Luego examinaríamos las posibles correlaciones con la evolución y la respuesta a tratamientos antitumorales, en busca de pistas.
¿Por qué se nos ocurrió esto? Unos cuantos datos nos indicaron que las defensas se modulaban con arreglo a la microbiota. Por otro lado, estábamos convencidos de que las defensas son esenciales para la buena evolución del paciente con cáncer.
Largas fueron las charlas que mantuvimos con Ramón Cantero Cid (cirujano especialista en sistema digestivo), debatiendo ideas a horas intempestivas, muchas veces utilizando un grupo de WhatsApp llamado Stool ("heces" en inglés). Queríamos abrir una nueva puerta para atacar ese emperador de todos los males llamado cáncer.
Desafortunadamente, el proyecto se frustró por falta de financiación. ¡Oh, qué novedad!
Otros investigadores fueron dando buenas noticias en ese sentido. Primero aparecieron reportes en modelos animales donde se demostraba que cierta composición de la microbiota favorecía la acción de alguna medicación antitumoral.
Los experimentos parecían contundentes. Por la ventana de la ilusión iban apareciendo algunos puntos luminosos señalando un camino aún poco definido. Pero no olvidemos que eran modelos animales.
Muchas veces digo que cada semana se curan varias enfermedades graves con dichos modelos, algo que se anuncia con rimbombancia en las grandes revistas científicas. Sin embargo, los hospitales siguen llenos de pacientes con esas mismas enfermedades. La prueba de fuego siempre está en la traslación a los humanos. Y parece ser que esto, parcialmente, ha llegado.
Vayamos por partes. Uno de los grandes avances del presente siglo ha sido lo que denominamos inmunoterapia. Con ella logramos que el sistema inmunológico, las defensas, se reactive y luche con eficiencia contra los tumores. En el caso del melanoma avanzado, el uso de la inmunoterapia ha dado resultados espectaculares en pacientes que hace una década no tenían esperanzas
Pero no siempre funciona la inmunoterapia. En algunos pacientes aparece una especie de resistencia. En ensayos preclínicos con roedores se observó que la eficacia de la inmunoterapia se correlacionaba con el microbioma. Esto aceleró la aprobación de un ensayo en pacientes con melanoma a los que, además de la inmunoterapia, se les realizó un "trasplante" de microbiota.
¿Qué quiere decir esto? Pues exactamente lo que imaginas (y que quizá te haya producido alguna arcada): se tomaron muestras de heces de personas sanas cuya microbiota intestinal se asemejaba a la que favorecía el funcionamiento de la inmunoterapia en los modelos de roedores.
Una vez limpias de impurezas, las heces se encapsulan y el paciente las ingiere. Esta acción podría favorecer un cambio en la composición de la microbiota que fomentara el funcionamiento de la inmunoterapia.
Según los investigadores que publican este estudio en la revista Science, la combinación fue bien tolerada, proporcionando beneficio clínico en seis de quince pacientes. Los respondedores cambiaron el microbioma intestinal y, lo más interesante, reprogramaron el microambiente tumoral para superar la resistencia al funcionamiento de la inmunoterapia.
Este efecto modulador de la microbiota no es exclusivo de un solo campo. Otros trabajos científicos apuntan a su influencia en enfermedades neurológicas y en el VIH. Es tiempo de ir desempolvando los tratados de Microbiología y tener en cuenta a esos pequeños habitantes del intestino que, como dije al principio, no siempre son microscópicos.
Ahora sólo esperemos que, al igual que la colaboración científica logró detener la resistencia a la inmunoterapia en esos seis pacientes, la acción conjunta de todo el planeta detenga el ansia de poder del inquilino del Kremlin.