Este lunes hubo controversia en EL ESPAÑOL. Ocurrió durante la reunión con el director Pedro J. Ramírez en la que se decide la portada del día siguiente. La protagonista del debate era Gara Santana, antigua jefa de prensa de Irene Montero, que ha sido llamada a declarar como imputada por un presunto delito de malversación.
El meollo de la investigación es el presunto abuso de poder de Irene Montero sobre varias de sus subordinadas. Subordinadas a las que la ministra de Igualdad habría utilizado como niñeras y asistentas personales mientras estas cobraban un salario público como jefas de prensa (el caso de Gara Santana), como escoltas (el caso de Elena González) o como jefas de gabinete (el caso de Teresa Arévalo).
Según algunos redactores del diario, Gara Santana era sin duda alguna la jefa de prensa de Irene Montero, ejercía como tal y lo hacía además de forma ejemplar. La acusación sería producto de la investigación prospectiva de un juez, Juan José Escalonilla, obstinado en crucificar a los altos cargos de Podemos.
Según otros miembros del staff de EL ESPAÑOL, una cosa no quita la otra. Porque es posible que Gara Santana ejerciera de jefa de prensa de Montero, pero también de niñera y asistenta personal. Algo de lo que, supuestamente, Santana se habría quejado en privado a la escolta Elena González.
"La estuve llevando meses a la casa [de Galapagar]" dice Elena González de Gara Santana. "Me decía 'vengo a ver a los pequeños' o 'ya me vengo a pelear con los niños'. También decía que estaba cansada de tener que hacerlo. Todo el mundo hacía lo que Irene quería". Según la escolta, el hecho de que Santana tuviera que dedicar parte de su jornada laboral a ejercer de asistenta doméstica de Irene Montero provocó las quejas de esos otros trabajadores del partido que se veían obligados a cubrir su trabajo.
Elena González no es la única persona que acusa a Irene Montero de haber usado a su equipo de trabajo como asistentes personales. La antigua responsable de Cumplimiento Normativo de Podemos, Mónica Carmona, ha confirmado también dichas acusaciones.
El caso de Gara Santana es representativo de la endogamia morada. Santana llegó en 2015 a Madrid de la mano de Victoria Rosell, jueza de guardia de la formación, donde empezó una relación con el diputado de Podemos Rafael Mayoral, se convirtió en jefa de prensa de Montero, luego en jefa de prensa del partido, y posteriormente en jefa de redacción de La última hora, el blog que Pablo Iglesias le regaló a su antigua asistenta Dina Bousselham y que funciona como órgano de prensa oficioso de Podemos.
En el entorno de Podemos se quita hierro al asunto. "Todos hemos sujetado a los hijos de Irene alguna vez. Imagina que tuviéramos que pasar todos por el juzgado por eso".
Pero quizá sea ese, precisamente, el problema. Que una ministra que consiguió su cartera mientras era la pareja de Pablo Iglesias y que cobra 74.858 € anuales cargue con sus hijos durante su jornada laboral como si fuera una campesina malaya sin mayores alternativas. A sabiendas, además, de que su agenda profesional es incompatible con el cuidado de esos hijos, a no ser mediante el uso y el abuso de sus colaboradores.
Porque sujetar al niño de Irene Montero durante media hora, mientras esta es atendida en el dentista, es un gesto irrelevante entre amigos. Pero sujetar al niño de la ministra durante media hora, mientras esta participa en un Consejo de Ministros, demuestra su talante autoritario, además de una escasa capacidad cognitiva para distinguir el plano de lo personal y lo oficial, de lo privado y lo público. Rasgos de personalidad ambos que demuestran la insuficiencia de Montero para ejercer como ministra del Gobierno.
A partir de ahí, la diferencia entre la malversación de fondos públicos y el despotismo mariantonietil sin mayor repercusión penal puede ser objeto de docenas de tertulias de salón. Pero lo que es obvio es que Irene Montero ya habría sido obligada a dimitir por el presidente del Gobierno en un país en el que el modelo de relación de un ministro con su equipo de trabajo no fuera el de la Guinea Ecuatorial de Teodoro Obiang.
Lo llamativo, en cualquier caso, es el contraste entre lo que Podemos defiende en público y lo que hace en privado.
Por ejemplo. Cuando Yolanda Díaz habla de "cambiar el paradigma de la mirada en cualquier política pública" en relación con el mercado laboral, ¿de qué está hablando en realidad? ¿Y qué está haciendo ella para que Podemos y el propio Gobierno de la Nación no sean el espacio de trabajo tóxico y sexista que dejan entrever las declaraciones de Elena González y Mónica Carmona? ¿Y qué diría Yolanda Díaz de Irene Montero si la ministra militara en Vox en vez de en Podemos?
El trabajo no puede ser fuente de malestar, ansiedad, depresión o tristeza.
— Yolanda Díaz (@Yolanda_Diaz_) April 8, 2022
La precariedad laboral es incompatible con la salud mental. Avanzar en empleos decentes es avanzar en condiciones de vida dignas. pic.twitter.com/DL8pGhjMiV
Cuando Díaz dice que "la empresa no puede ser un lugar de sufrimiento", o cuando recuerda la importancia de "los cuidados", o cuando reivindica la "matria", ¿cómo encajan ahí, entre tan huecas boberías, Irene Montero y Pablo Iglesias, que han convertido Podemos en un cortijo en el que se ha tratado a los trabajadores con la misma condescendencia de un señorito de Los santos inocentes?
Como símbolo de estatus, eso sí, llevarse a tus hijos al trabajo puntúa extraordinariamente alto. Y el lector sólo tiene que pensar en quién es la única persona de su empresa que podría llevarse a su hijo al trabajo sin mayores problemas para darse cuenta de cuál es el concepto del servicio público que tienen los líderes de Podemos.