Para entender mejor qué sucede en Ucrania, nada mejor que El hombre en busca de sentido, la obra cumbre de Viktor Frankl. En realidad, para entender mejor el mundo, nada mejor que Viktor Frankl.
Quien fuera el prisionero 119.104 del campo de concentración de Theresienstadt, Dachau y Auschwitz, pudo no haberlo sido. El neurólogo, psiquiatra y filósofo austríaco, brillante en sus logros profesionales antes de la segunda gran guerra, había logrado por ello una visa para huir a Estados Unidos antes de que los nazis taponaran todas las salidas.
Pero la dejó caducar. No quiso dejar a sus padres, y al resto de sus familiares, a merced de los nazis. O, más bien, aún sospechando con nítida claridad, y también temiendo, la furia que iba a devastar a los judíos de Austria, decidió compartir su destino con ellos.
Estas últimas semanas, principalmente en estos cincuenta días que ya dura la guerra de Ucrania, me he preguntado qué te lleva a quedarte a luchar contra el invasor. Cuál es el grado de solidaridad necesario para, como hizo Frankl, enfrentarte a un destino cruel sabiendo que va a serlo, y pudiendo evitarlo.
Me he preguntado qué hubiera hecho yo si el país vecino pretendiera invadir el mío y aniquilarlo. Me he interrogado sobre qué decisión hubiera tomado finalmente, si quisiera que mis hijos huyeran de la masacre que viene al mismo tiempo que intentara que a mis padres, que no pueden hacerlo, no los mataran.
Esto mismo han debido plantearse cientos de miles de ucranianos atrapados en un país del que no pueden salir (los hombres lo tienen prohibido) y bombardeado diariamente en todas sus esquinas por los agresores rusos.
Las estimaciones señalan que alrededor de cinco millones de ciudadanos de ese país han buscado refugio en otros lugares. Muchos de ellos sin apenas dinero, sin conocer otro idioma, sin grandes posibilidades de hacer algo más que sobrevivir, dejando atrás, quizá para siempre, todo lo que tenían, y todo lo que eran.
Otros treinta y seis millones permanecen en una nación abatida por las penurias provocadas por la ofensiva y las agresiones rusas.
De entre todas las barbaridades por las que los hombres podemos avergonzarnos en estos tiempos bélicos, destaca el uso de las violaciones de mujeres y niñas como arma de guerra. Soldados, no violéis a las mujeres.
Ni a los hombres. El alcalde de Bucha ha confirmado los abusos a veinticinco niñas y adolescentes de entre once y catorce años, que estuvieron encerradas durante un mes soportando las agresiones sexuales a las que las sometían los soldados rusos. También hemos conocido la historia de un guardia ucraniano, en la misma ciudad, que fue torturado, violado y después asesinado.
Desafortunadamente, es muy probable que el número de víctimas de este comportamiento por parte de las tropas rusas resulte mucho más elevado. La politóloga Olga Aivazovska intenta documentar estas atrocidades y habla de "cientos de miles de casos" de distintos tipos de abusos sexuales a los civiles.
No es nueva, ni mucho menos, esta manera de violentar a la población civil en los territorios conquistados por los militares. Tampoco es algo que sea exclusivo de los soldados de Vladímir Putin. Pero, lógicamente, eso no lo hace menos abominable.
Las sistemáticas torturas a los hombres y las violaciones a las mujeres constituyen un elemento más por el que los responsables de esta gran tragedia deberán ser juzgados en tribunales internacionales, ojalá que pronto.
Las heridas que están provocando los rusos en Ucrania, su grado de brutalidad, su locura criminal (que es la de su presidente), no sólo están desgarrando un país contra el que se están cometiendo crímenes contra la humanidad. Moscú también está poniendo en riesgo la convivencia en el planeta.
El exministro ruso de Exteriores Andréi Kozyrev, que ahora reside en los Estados Unidos, considera que Europa "ya está en guerra con Rusia". Aún está por ver si es cierto, o si lo será de un modo más evidente, en las próximas semanas o meses.
Viktor Frankl sobrevivió, increíblemente, al calvario al que le sometieron los nazis cuando, en septiembre de 1942, lo deportaron a un campo de concentración cerca de Praga. Su único propósito entonces era superar cada día, sólo ese, porque tenía un objetivo: volver a ver a su mujer.
El también escritor no supo que a ella la asesinaron nada más llegar al campo. Su porqué (verla) le mantuvo vivo los casi tres años que sufrió encerrado en el mayor de los infiernos. Pero, como él explicó a lo largo de su lúcida carrera posterior en el mundo de la psicología, "si tienes un porqué siempre hay un cómo".
Ucrania, con su presidente al frente, tiene un gran porqué que explica su admirable capacidad de lucha. Para vivir en paz y con libertad. Ojalá que los países que defendemos esos mismos valores seamos lo suficientemente valientes y solidarios para ayudar al gobierno de Zelenski, y a su gente, en su búsqueda del cómo.