Qué lache da España cuando se levanta pacata y sermoneadora, cuando se levanta curita. Esta semana va y pone el grito en el cielo por el vídeo sexual de Santi Millán, en un doble salto mortal de su moral esquizofrénica, medio casquivana, medio sacerdotal: qué fuerte, qué fuerte esto, ¿no?, éste era el tío de Siete Vidas, no jodas, qué bárbaro, pero déjame que lo vea, qué horror, escucha, ¿me lo buscas?, ¿me lo pasas?, qué vergüenza, ¿este hombre no tiene familia?, oye, ya en serio, ¿dónde me lo descargo?, Españita hipócrita de patio de corrala, ciega por masturbarse en secreto como auguraron los párrocos de nuestros colegios, Españita culpable, morbosa, puritana hasta que moja, Españita incel de mis amores, célibe involuntaria, Españita reprimida y represora, comes dos veces si comes callado, Españita adoradora de vírgenes en los templos y aún en las calles, qué haremos contigo, un día nos matas por putas y eso que jamás cobramos, te juro: que nos registren.
España, como la pilles tonta, te reinserta sin mucho escrúpulo en 1978, el último año en que aún era ilegal ser adúltero, y te zarandea por los hombros como un padre castrador dispuesto a tomarse la justicia por su mano: como te haya dado por engañar a tu pareja vamos a filtrar tus vídeos sexuales, guapo, o guapa, o guape, qué sé yo ya, en el pecado llevarás la penitencia, a ver si aprendes, so trápala, a ver si mamas camino recto. Ésta ha parecido ser la lógica semanal en un país donde ya no tiramos cabras desde los campanarios pero desde hace dos ratos, porque nos sigue molando la fiesta de la sangre y del oprobio, caterva de togados cañís sin rastro de oposiciones. Y todo por un polvo.
Ni las cuentas santurronas les salen, porque resulta que -aunque es del todo irrelevante en este contexto delictivo de difusión de un vídeo íntimo- ni siquiera hay cuernos acá, perdonen ustedes las molestias. No se llevarán los beatos esa extraña satisfacción, no se les llenará la boquita con un “te pillé”. Ha llegado Rosa Olucha, la esposa de Millán -nivel Kill Bill, armada de argumentos poderosos, honorables y libérrimos- a desactivar las bombas del melindre, la afectación y la gazmoñería.
La peña fue a llamarla tontorrona en su cara, oscilando entre el relato clásico del “pobrecita la cornuda” y el de “vaya pringada que lo consientes”, también más viejo que un gnomo. No le cabía en la cabeza a España -y dime tú si no es cabezona- que una mujer pudiese pactar con su compañero una relación abierta, y, es más, desearla y disfrutar de ella por su parte. “Yo no soy una víctima y aquí no hay bandos ni propiedades. Ni él es mío ni yo soy suya”, ha dicho ella. “Existen muchos tipos de familia. En la nuestra, la libertad, el respeto y la tolerancia son los pilares sobre los que hemos construido este proyecto”. Trocotó.
Cómo va a ser eso, piensan los meapilas, si a la hembra la conocemos desde siempre temerosa de la promiscuidad intrínseca del varón, si la recordamos ingeniándoselas para mantener al maridito entretenido a su lado, espantándole angustiada a las zorras de aquí y de allá, como mosquitas cojoneras, recordándole al notas el calor de la leña del hogar, que cómo mola, que a eso gusta volver después de las fiestas.
Como va a ser eso, si la libido de una mujer es contenida, si a ella con un cuerpo amado le basta y le sobra, pa’ qué va a querer más, si ya tiene al padre de sus hijos para yacer de vez en cuando en el lecho, si el amor para una buena chica habita el mismo compartimento que el sexo. Todo ese largo, tedioso y misógino etcétera de argumentos subterráneos sobre lo que se espera de la vida digna de una mujer, tentáculos deformes de la mismísima Sección Femenina de la Falange.
Nada fue por maldad, sino por placer, pero es curioso que en este lugar se entienda más lo primero que lo segundo.
Ya nadie se acuerda de que hace sólo tres años, una mujer de 32, llamada Verónica y madre de dos hijos, se suicidó por la difusión de un vídeo sexual suyo entre los compañeros de su empresa, Iveco. No era la primera. Ya nadie se acuerda de qué caras salen las gracias. Los adultos patrios lucen como los líderes del bullying en el instituto: te amargan la vida y si te quejas, encima se molestan contigo, a ver si es que no se puede ya ni hacer una broma. No montes un número, o no te mates, al menos, que este estropicio después habrá que limpiarlo.
Qué sucios, qué viles, qué matones. Qué ecuménicos mamonazos.
Y todo por un polvo.