Jesús Quintero, que estás en los cielos: tú dijiste que una entrevista consiste en “conducir al otro gentilmente a lo que es”, y nadie preguntó como tú, porque nadie pregunta ya como Aristóteles, como los psicoanalistas, como los niños; porque nadie pregunta ya con la profundidad, con la intimidad ni con la gracia rebelde de tus grandes cuestiones.
Tú dijiste, por ejemplo, que a Tejero uno no puede espetarle un “mire usted, cabrón, golpista, ¿no le parece una barbaridad lo que hizo?”, sino que lo suyo sería comenzar a abrirle la carcasa con un sugerente “tuvo que ser emocionante eso del golpe de Estado, ¿no?”, porque tú no eras un torturador, Jesús, ni un juez, ni un cura, y desde luego, seguro que no un policía, porque a la verdad se llega con empatía, con seducción y con un poco de humor socarrón, porque ante ti era fácil revelarse con lentitud y dulzura, como un carrete añejo de fotos.
Y todos salieron de tu lente tal cual eran, ni muy guapos ni muy feos. Simplemente, y esto es lo más grave, con la cara que merecían. Con la cara que todos ponemos cuando creemos que nadie nos ve.
“Había tenido un día de perros y sospechaba que la noche no iba a ser menos dura, pero con eso ya contaba cuando decidí investigar el corazón humano”, recitaste, antes de una entrevista colosal a Jon Idígoras. Y le trataste de frente sin elevar el tono para preguntarle si le gustaba el olor de la pólvora o si colaboraba con ETA. “Si usted mata a un hijo mío, ¿cómo me lo explica?”. Y él respondió, y sonó el objetivo de tu cámara invisible, sonó como un disparo interior, lo capturaste, y entonces todos le vimos en su verdadera altura.
Garzón lo encarceló en 1996, pero tú ya habías mostrado quién era tres años antes, en una charla que salió publicada de milagro, amigo, de milagrito. Qué rápido, Jesús, qué torero, qué largo siempre. Qué moderno, al final, qué anticipado, aun con tu estela de poeta decimonónico y tu fular fuera del tiempo. Tan libre a tu manera golfa. Mirando siempre al fondo del ojo, rascando el destino de Fulano o Mengano como una gitana médium.
Jesús, un poco brujo sí que eras. Lo de la objetividad, las 5W y toda esa cátedra soporífera a ti te la pimplaba: tú estabas a lo tuyo, escribiendo tratados del alma humana, y para eso lo mismo te daba Adolfo Suárez que el Risitas. El alma es el alma.
“Equivocado o no, era un hombre”, recordaste, a cuento de Idígoras. Y ahí estaba todo.
Porque tú defendías que hay que dejar hablar a la gente sin excepción, hasta a los sospechosos de asesinato: si no son culpables, para que se defiendan, y si lo son, para entender por qué lo han hecho. Tú le hiciste biopsias sin despeinarte a la maldad, al fanatismo, a la corrupción. Tú te encogiste de hombros ante los dogmáticos, ante los censores y los débiles mentales y les hiciste ver que el periodismo va de contar lo que existe, no de guardar la mierda debajo de la alfombra.
Tú nos enseñaste que se puede preguntar todo, radicalmente todo, sin faltar el respeto a nadie, sin mancharse de soberbia o de morbo: no hay preguntas indiscretas, sólo entrevistadores sin carisma.
Tú demostraste que la gente se acorrala sola y se define en su prédica.
Tú, como los novelistas finos, entendiste muy pronto que creer que hay personajes enteramente buenos o enteramente malos es mentecato y burdo, cortito de miras: somos complejos, poliédricos, contradictorios. Amasamos ternuras, debilidades, pecados. Tenemos vicios y honores, estamos hechos de traumas y de canciones viejas. Tú sabes muy bien que para conocer a un hombre hay que preguntarle qué tipo de niño era.
Jesús, dile tú ahora a los chungos de Twitter de qué va la vaina: si le haces entrevistas a sus enemigos, te llamarán colaboracionista. Si hablas de los matices del mundo, te llamarán equidistante o tibio. Esta España hace rato que no es la tuya, en esta fiesta ya no te sacan a hombros. Entiendo que hayas recogido tus bártulos.
Jesús, ¿quién mide la vida? "La vida tiene que ser intensa, no extensa. La vida, que en cualquier caso es corta, tenemos que hacerla más ancha", ¿te acuerdas? Nosotros fuimos a ensancharla leyendo poemas, escuchando coplillas, rumiando la frase que lo resumiese todo y fumando en la noche como condenados a muerte, pero quién no lo está.
Jesús, te reíste con todos sin reírte de nadie. ¿Tú sabes lo difícil que es eso?
Yo quiero verte reírte otra vez, con la cabeza hacia atrás, rendido a la coña marinera de este país infestado de trepas. Los fuiste a llamar, en un libro que nunca escribiste, Mis queridos hijos de puta. Siempre te pudo la boca, rumbero.
Locos estaban los otros, Jesús. Tú eras nuestro Quijote.
Jesús, qué sé yo: sólo hay un tema y es la vida. Casi todo lo importante es aún un misterio. Pero tú hablaste de amor con Antonio Gala, de sexo con Rocío Jurado o de drogas con Lola Flores. A Mario Conde le preguntaste si se agachaba a coger una peseta cuando se caía al suelo. Escarbaste en las tremendas obsesiones de nuestra especie, y todo sin salir casi de las peñas flamencas de Triana, como el filósofo más mainstream del lumpen castizo.
Jesús: viva el vino, muera la muerte. Yo abrazo tu desastre, tu pillaje, tu cosilla manirrota. Yo abrazo tu decadencia y te mando paz y agradecimiento.
Jesús, sé lo que estás tramando. Ahora vas a preguntarle a Dios si existe.
Me estudié tu teatralidad, tu don como director y productor de atmósferas. Aprendí que se cuentan más secretos con un cigarro en la mano que sin él y que el silencio es elocuente. Por ti analicé las estrategias del clímax. Por ti supe que cuando acaba la conversación empieza la barbarie.
Jesús, entiéndeme: si no te admirara tanto, trataría de imitarte, pero a mí me da vergüenza. Qué lástima que a otros no. Todo lo que no es Quintero, siempre será parodia.