A Jorge Calabrés, jefe de Deportes de este periódico. Y a todos los madridistas que lo leen o lo escriben.
Dicen los clásicos que la jerarquía de un periódico es lo más importante. El otro día nos contaba Raúl del Pozo en el Varela las "peleas a muerte" entre los redactores del diario Pueblo para lograr ser "primera página". Él se batió por vez primera con un reportaje sobre las ratas que cercaban Madrid. Se bajó a la alcantarilla acompañado de un fotógrafo cojo y unos poceros de Cuenca.
Podemos concluir, a grandes rasgos, que las noticias que asoman por arriba son las más importantes. Entendiéndose por "importancia" una combinación de novedad, interés informativo e influencia.
Este lunes por la mañana, antes de ir a la radio, muy pronto, leí este periódico con la ilusión del niño que abre los regalos el día de reyes. Busqué con inusitada pasión, pero no estaba. Pensé en llamar a los de Tecnología, pero eran las 5:00 de la mañana. Estaba seguro. Tenía que ser un error informático.
Olisqueé de arriba abajo. Merodeé esta portada con la misma entrega con que el maestro Raúl recorrió el cenagoso inframundo en busca de las ratas allá por los 60. No hubo manera. Nuestro periódico estaba cojo, igual que aquel fotógrafo. No había rastro de una de las noticias más importantes del día anterior.
Osasuna había expulsado al Real Madrid del liderato. Un equipo con cuatro chavales de Pamplona había arruinado la teoría de Florentino Pérez: que el fútbol es como el petróleo, que da igual el sentimiento, que la victoria siempre puede traducirse en millones. La camiseta roja había engullido los argumentos (si es que pueden definirse como tal) de la Superliga.
Era tan pronto que tuve que llorar en soledad. Me peleé denodadamente con el principio de la jerarquía. ¡Cómo era posible! En el periódico de Pedro J., ¡que aprendió el oficio siguiendo al Club Atlético Osasuna! Sé, querido Pedro, que no olvidas el olor a chistorra en aquella redacción de Diario de Navarra. Sé que quizá un día vuelvas a utilizar la primera persona del plural para referirte a Osasuna. Y sé también que cumplirás con tu promesa y encontrarás en el trastero los textos que firmaste en el Norte Deportivo acerca de las hazañas rojillas.
Por fortuna, como solía decirme mi madre, casi todo tiene solución. Y si la crónica de ayer apenas lució en estas páginas, puedo volver a intentarlo con estas líneas. Porque estuve en el Santiago Bernabéu. Ese estadio que da nombre a una sección en este periódico.
Vamos con ello. Procuro no pisar el campo blanco más de una vez al año. En esta época tan líquida, me consuela confirmar que hay cosas que no cambian. Sigue sin existir la afición del Real Madrid. Se trata, como me dijo un buen amigo madridista, del único verde donde es el equipo quien anima a la gente, y no al revés.
Y es normal. Paseaba por los alrededores y sólo veía turistas. Eso es el Bernabéu, una especie de teatro adonde van los turistas. Pienso en Amancio, que salió a hacer el saque de honor, y lo imagino nostálgico, ajeno a tanto. Ajeno a casi todo.
Leo en muchos medios (en medios como este) todas esas historias de la buena educación que da el Real Madrid a sus jugadores, sobre todo en el caso de los jóvenes. Es cierto, pero el verbo debe conjugarse en pasado. ¿Dónde han ido a parar los buenos modales de Vicente del Bosque, Miguel Pardeza o Emilio Butragueño? ¡Del propio Florentino Pérez!
Ayer, cuando un jugador de Osasuna fue justamente expulsado, Vinicius se mofó de él saludándole con la mano. Minutos después, levantó los brazos al cielo y se puso a celebrar el gol de Benzema antes de que el francés tirara el penalti. Qué pena, Vinicius. ¿Por qué no bailas ahora una jota o un aurresku?
Muchos en este periódico me dicen: "¿Y montas todo esto por un empate?". No se trata de un empate, tampoco de sus efectos en la clasificación, ni siquiera de la resurrección del Barça que podría suponer. Que Osasuna sea imbatible en el Bernabéu significa mucho más.
Significa que la grandeza de la Liga pasa por momentos como este. Significa que el fútbol todavía es algo más que un negocio. Significa que el fútbol todavía vertebra sociedades (y no patrimonios). Significa que el fútbol todavía puede parecerse a aquella mañana en el Café Kutz de la Plaza del Castillo, donde un joven dijo: "Si es necesario para fundar el equipo, empeño mi gabardina". La empeñó. Y aquí estamos.