Si yo fuera presidente del Gobierno, llevaría muy mal el chorreo cotidiano de críticas. Los editoriales, las tertulias, los monólogos de opinión de las estrellas de la radio matinal.
Me sería muy difícil resistir la tentación de lanzarles una pulla, aprovechar mi altavoz para responderles airado, señalarles con el dedo para que los míos acudieran en mi rescate y me defendieran a coro. Es solo una de las millones de razones por las que no puedo ser presidente del Gobierno. (Ni cargo que remotamente se le asemeje).
Se nos está acabando la partida de ¿Quién es quién? con la que Pedro Sánchez empezó planteando su batalla contra esos conspiradores de chiste de Forges que dibuja como sus enemigos. Aquellos que quieren abortar su propósito de amortiguar el impacto de todas las desgracias –siempre de origen externo- que asolan a la clase media y trabajadora. (En los últimos días lo que parecía un guion -“clase media-trabajadora”- ha tornado en conjunción –“clase media y trabajadora”-).
¿Es de Cuevas de Almanzora? ¿Presentó Sábado Noche con Bibiana Fernández? Vamos derribando fichas y una de las pocas que nos queda en pie es la de Carlos Herrera sobre un logo de la Cadena COPE. Diario de Sesiones:
Señor Baldoví, habla de debilidades y habla del relato. Es que las fuerzas progresistas y la España progresista tienen enfrente un poder que no es menor, que es el poder del dinero; y ese poder, el poder del dinero, tiene sus terminales. Usted como yo se desayuna leyendo la prensa madrileña, también escuchando a la Conferencia Episcopal hablando a través de la radio y también aquí tenemos a las terminales políticas de esos intereses que representan al dinero, pero creo que confundiríamos cuál es el debate y eso es lo que ellos quieren.
Un malvado diría que Sánchez está ensayando desde la tribuna de oradores el tono de los pódcast que presentará cuando sea un jubilado de la política. Su joint venture con Pablo Iglesias le ha acabado convirtiendo en el alumno más aventajado del fundador de Podemos.
En el discurso contra los medios de comunicación y otros contrapesos de la democracia liberal parecen el pasatiempo de las siete diferencias en su grado más alto de dificultad. Desde la Moncloa, el presidente de todos los españoles ya teatralizó el señalamiento a dos de ellos: Ana Botín e Ignacio Sánchez Galán. Desde la sede de la soberanía nacional, parece reprochar casi la mera existencia de un medio de comunicación con una línea editorial crítica.
En realidad, sólo está verbalizando la rabieta que lleva toda la legislatura imponiendo por la vía de los hechos. Desde su investidura de enero de 2020, Pedro Sánchez ha acudido en seis ocasiones a ser entrevistado en la radio. Todas han sido en el mismo programa (Hoy por hoy) de la misma cadena (SER). Ni Herrera ni Carlos Alsina han obtenido esta gracia del jefe de ejecutivo en estos dos años y diez meses.
Ni siquiera Íñigo Alfonso, que conduce las mañanas de Radio Nacional de España, la cadena pública de titularidad estatal. (La última vez que charlaron ante el micrófono, en la campaña de noviembre de 2019, Sánchez pronunció la famosa pregunta retórica sobre la Fiscalía que tan bien compendia su visión política). Las ofertas matinales de COPE, Onda Cero y RNE suman, según el último EGM conocido, 4.890.000 oyentes.
La actitud de los presidentes de este periodo democrático con los medios de comunicación es mejorable. Quizá merezca algo parecido a un elogio la capacidad encajadora de José Luis Rodríguez Zapatero.
Sánchez ha decidido ir un paso más allá. Porque no es un calentón, sino una estrategia bien definida y desarrollada con mucho cálculo al menos desde el mes de junio. Está en su derecho a elevar quejas si considera que la crítica legítima ha echado mano de una brocha demasiado gorda en la adjetivación, por ejemplo. Pero el señalamiento es la versión, solo ligeramente más refinada, del fake news! con el que Trump despachaba a CNN o The New York Times.
La convivencia civilizada entre los dirigentes políticos y los medios de comunicación no afines es un síntoma de salud democrática. De ahí que las palabras de Sánchez suenen como una tos. Menos mal que tiene a María Jesús Montero a solo siete escaños de distancia. Seguro que lleva Juanolas. O Ricolas.