Querido Ramón: llegados a este punto, ya lo sabes. No estamos hablando de España, ni siquiera del Gobierno. Es verdad que existen las mociones de censura que se ganan perdiéndolas, como la de Felipe González a Adolfo Suárez en 1980. Pero no va a ocurrir eso con la tuya. Porque las mociones perdidas sólo pueden ganarse por dos caminos: el de una mayoría (casi) suficiente a favor y el de la brillantez del candidato.
El primer sendero quedó anegado en cuanto Feijóo te dijo por teléfono que ni de broma. Esta moción sería una victoria si construyese una mayoría transversal en torno a ti. PP, Vox, Ciudadanos, los cántabros, los navarros... Pero es imposible.
Nos encontramos esta mañana, ahora, justo antes de empezar, ante un desafío intelectual: el segundo de los caminos. Eso ha sido tu vida: seducir al de enfrente. No te han importado las siglas, tampoco los escudos. La cuestión era –y es– la brillantez. El triunfo del individuo. ¡Hayek! El talento. El cine y el teatro.
Por eso tuve esperanza hasta que se filtró tu discurso. Tenías una oportunidad, la del cuerpo a cuerpo. Agujerear a Sánchez con la espada de la ironía, la caballerosidad y el parlamentarismo. Podías devolver la dignidad a la tribuna. Qué más daba el programa de Vox. ¡Podías hacer tantas cosas! Por eso grité en la tele y en la radio todos y cada uno de los días: "¡Vamos, Ramón!", "¡dale, Ramón!".
Confiaba en que aquellos 31 folios fueran el epílogo a tus memorias. Parafraseando el título de aquel tocho de casi mil páginas... tuve la esperanza de que fueran "algo más que un discurso".
Corrí. Imprimí. Empecé a leer. Una lágrima recorrió mis mejillas cuando no había terminado el primer folio. Era una mala versión del profesor Tamames. No había nada de Ramón. Con su índice incluido, me tope con una tesina, un trabajo de fin de máster. Te imaginé pidiéndole a la maldita inteligencia artificial un "discurso de moción de censura".
Hallé un sinfín de datos encuadernados a duras penas. Un sujeto, verbo y predicado digno de computadora. Nuestro amigo Sánchez Dragó, que se inventó todo esto, también tiene que saberlo. Estoy seguro de que lo piensa. Has escrito un discurso que no es un discurso. Ni siquiera una alocución. Esos 31 folios están a punto de destruir esa reputación que con tanto mimo has ido construyendo a lo largo de seis décadas.
Siempre que me he cruzado contigo, Ramón, he aprendido algo. Y he aprendido divirtiéndome. Te recuerdo, apoyado en la muleta, en el último foro convocado por este periódico. Me susurraste cuatro o cinco cosas que no puedo revelar debido al off the record. Pero puedo prometer y prometo que fueron cinco hallazgos, cinco genialidades.
A lomos de la vejez, podrías explicar a los agresores del consenso cómo se escribe una Constitución. A los peores diputados de la Historia, podrías amenazarles con la guillotina eléctrica en la Puerta del Sol de la que hablaba otro Ramón. Con noventa años, se puede decir eso y mucho más.
Cuando te llamen "facha", podrías mentar, con algo de gesticulación, cómo fue la última paliza que te dieron los grises. Aquella de 1976, muerto ya Franco, en la Gran Vía. Y a los de Bildu, que hoy condicionan la política del Gobierno, podrías contarles lo que de verdad fue ETA partiendo de aquella conferencia que diste en la cárcel a decenas de terroristas.
[Sánchez empleará la moción para desgastar a Feijóo situándolo en la orilla de los poderosos]
Ramón, tú mismo dices que este será tu canto del cisne. Y los cisnes no pueden cantar desafinado. Si has decidido exponerte, no nos emborrones el recuerdo con la lectura dramatizada de ese tostón que hemos conocido.
Sé que eres el mismo, Ramón: aquel chaval que se colaba en la tertulia de don Pío en la calle Ruiz de Alarcón. Sé que no has cambiado, Ramón: volverías a convencer a Ava Gardner para que saliera a cenar contigo.
No nos hagas esto, querido Ramón Tamames. Sal a la tribuna y déjate llevar. Quema esos folios. El jazz puede salvarte. Casi todo está perdido. ¡Improvisa! ¡Es tu última vez! ¡Mira el techo de la Cámara! ¡Los disparos de Tejero! ¡Véngate de todos los que te hemos dado por muerto! ¡Demuéstranos que la filtración era una jugada maestra y que tu discurso, el de verdad, va a desconcertar al presidente! Déjanos decir cuando te marches, ahora que emprendes "este último viaje" (las palabras son tuyas), que fuiste un loco. Pero un genio loco.