Vendrán otros más informados y comprensivos, politólogos incluso, a explicarnos las sutiles diferencias programáticas entre la suma de Díaz y la podemia de Iglesias y sus dignas sucesoras. Pero para los filosofetes desencantados (los auténticos woke) al final todo parece siempre lo mismo.
Es casi imposible entender las diferencias de fondo que hay a la izquierda de la izquierda, porque ya es casi imposible entender lo que las diferencia del propio PSOE más allá del ímpetu legislativo o de la capacidad de empecinamiento en el error. Diferencias que hemos visto en las batallitas por las cuestiones más fundamentales, como la ley trans o la del sí es sí.
La única diferencia evidente es de tono. Del tono de perdonavidas bolivariano de la izquierda pablemita a la feminidad susurrante de esos partidos pequeñitos que no se fían del lobo, que no han acabado de integrarse en Podemos y que atraviesan la geografía española de este a oeste, de Colau a Díaz.
Podemos nació para decirnos que el miedo tenía que cambiar de lado. Que estaba bien y que era justo y necesario odiar a la casta y tomar apuntes de sus direcciones postales. Y Sumar nos dice que ahora, que ahora que gobiernan (eso ya lo digo yo) lo que toca es quererse mucho y cuidarse los unos a los otros. Quedará en España, confían, algún hippie que aquí vea progreso. Pero en lo fundamental, que es lo peligroso, no hay ninguno.
Lo fundametal es que la izquierda de la izquierda cree muy sinceramente que su función principal es la de dirigir nuestras emociones. Y de ahí que su preocupación principal es el estado de ánimo de los españoles. Su tranquilidad, su ilusión, su felicidad y, en pseudocientífico, su salud mental y su bienestar emocional.
No es casual que sea desde ese entorno y ese ambiente (ambientazo, incluso) que se insista tanto en que lo personal es político. La historia de Podemos es para el espectador, ya digo, quizás politizado pero no politólogo, muy parecida a una telenovela sudamericana.
La convicción, profundamente totalitaria, de que lo personal es político ha llevado de momento a que toda la política se haya ido reduciendo a los buenos y malos rollos y rolletes entre los dirigentes políticos. Sus amoríos y sus apuñalamientos. Hasta llegar al momento actual, en el que toda discrepancia no parece ser nada más que la justificación intelectualizada de los tragicómicos juegos de la pornografía del poder.
Por eso es obsceno de tan explícito. Pero lo fundamental, lo fundacional incluso de Sumar, es que a Yolanda Díaz la quiso Iglesias y la quiere ahora Sánchez. Y como ya todos los partidos son familias amorosas con corazoncitos en vez de principios ideológicos, de ese amor de emoticono depende ya todo.
Eso es lo que posibilita que Sánchez y Díaz se estén presentando ahora como dupla, al más puro estilo de la demónica democracia americana. Y que el PSOE parezca encantado con la idea de abrazarse a Yolanda. Como si no hubiesen visto ni en cunetas ni en documentales cómo se las gasta mamá oso cuando ve peligrar el tarro de miel.
Y será error o será genialidad electoralista del PSOE, otra más. Pero lo importante, lo fundamental, es que entre el presi y la vice haya el buen rollito que con el tiempo se había ido perdiendo con la parte morada de la coalición. Hay que cuidarse, repite Yolanda. Hay que cuidar la coalición. Hay que cuidarse fuerte.
Digo yo que no será casual (porque estas cosas las piensan muy pero que muy bien) que la parte célebre del discurso de Pocoyolanda sea que ni ella ni las mujeres son de nadie. Por si no lo habían pillado, se refiere a Pablemos.
Llegaron a la política gritando que venían a liberarnos de cualquier mal. Y ya sólo son capaces de susurrar que nos van a liberar de Pablo Iglesias. Aunque visto así, y pensándolo mejor, el progreso es evidente.