Siempre había algún niño en clase que recibía repetidos avisos mientras se balanceaba con la silla adelante y atrás: "Te vas a caer". El niño se sentía invencible. Caerse son cosas que le pasan a otro. A otro menos listo. Menos coordinado. Menos guay.
Nunca faltaba el grupo que deseaba la caída y que cuando llegaba (porque siempre llegaba) la celebraba secretamente. Quería desplome, brecha, llanto, hospital y tres grapas. A ser posible, cerca del ojo.
Lo consideraban justicia poética. El mundo nunca estaba a su gusto y siempre había algún ajuste de cuentas que hacer. ¿Te balanceas en la silla cuando no toca? Ojalá te caigas. ¿Te vas a buscar los restos del Titanic con tus cuatro colegas multimillonarios en un submarino mal construido casi a propósito? Allá te hundas. Es la lógica relación entre causa y efecto que permite que el mundo siga girando.
Cinco personas han muerto en la profundidad del océano y a algunos sólo se les ha ocurrido aprovechar la ocasión para contar lo mucho que los ricos merecen todo lo malo que les pase en la vida. La muerte de un rico en altamar es, como poco, lo justo.
"Es bueno cuando le pasan cosas malas a gente mala", ha llegado a afirmar alguno en Twitter.
sorry you can’t understand the core concept “it’s good when bad things happen to bad people” https://t.co/Oma3JTgEGc
— broccoli rob 🥦 (@turnip_tops) June 20, 2023
Si esto ocurre, además, al mismo tiempo que se sigue buscando a cientos de desaparecidos por el hundimiento de un barco de migrantes frente a la costa de Grecia, ¿qué más quiere el tuitero deconstruido del siglo XXI para enfadarse?
Si se leen algunos tuits, uno podría llegar incluso a pensar que los millonarios perdidos se dedicaban a beber sangre de refugiado antes de embarcarse en su aventura.
Para algunos, la actualidad informativa está al servicio del autorretrato. Migrantes muriendo en el mar. Siento pena. Millonarios muriendo por un capricho personal. Siento satisfacción.
Bien. Ha respondido usted correctamente al examen de ciudadano del mundo emotivo. Ha desbloqueado el siguiente nivel de politólogo de Twitter.
¿De verdad no caben los dos sentimientos? Por supuesto que el contraste es evidente. Que el mar sea la tumba de quienes huyen de la muerte y de quienes van a su encuentro porque se sienten invencibles es la prueba de que la tragedia no discrimina, de que el ser humano puede ser muy estúpido y de que la vida es injusta. Todo cosas que se aprenden con la madurez.
Pero parece que muchos no han llegado a ese estado aún. Quizá siguen pensando que el mundo es un patio de colegio. Si no eres popular es porque los ricos no te han dejado sus juguetes.
Claro que irse a buscar los restos del Titanic en un submarino después de haberte jactado de que te has saltado las reglas para construirlo es una auténtica locura. Nada sienta peor que un multimillonario que no respeta las normas. Pero nadie merece la muerte por eso.
Si para decidir qué víctima de un drama merece tu empatía tienes que conocer primero su cuenta bancaria, no eres mejor ni tienes más conciencia de clase. Sólo has decidido poner tus filias y fobias por encima de las personas.
the people on that missing titanic submarine when they "wake up" tomorrow pic.twitter.com/SjSsqG6HWr
— SLUMPTX (@SLUMPTX) June 20, 2023
Esta actitud esconde un deseo obsesivo por estar siempre cerca de la víctima más empática. Todo accidente es potencialmente analizable en función de opresores y oprimidos y todos aspiran a estar en el segundo bando. Es hipócrita. Porque si examinamos al ciudadano medio occidental de acuerdo con esos parámetros, probablemente todos estemos más cerca de los millonarios perdidos en su submarino que de los inmigrantes desaparecidos.
Y por eso el esquema que aspira a dividir el mundo en ricos y pobres no nos sirve para nada. No pasa nada por sufrir cuando una estupidez lleva a la muerte a cinco personas. Y no pasa nada por sufrir cuando la desesperación y la indiferencia llevan a la muerte a cientos. Odiar a los ricos no te convierte en mejor persona.