Si la memoria no me fallara, que lo hace por costumbre, porque como dice Beatriz Manjón, nada limpia tan blanco como ella, juraría que en El cuaderno gris, de Pla, el narrador pasea con un amigo por los jardines de St. James's Park cuando uno de ellos le pregunta al otro si habla en serio o en broma. Él parece encogerse de hombros y responde: "¿Hay alguna diferencia?".
Si la definición de sátira necesitara una actualización, el del catalán sería un modelo ideal de empalabramiento. La sátira es lo que surge cuando la confección de la burla se toma en serio.
En la fila de atrás, dos mujeres y un hombre joven ríen y un señor, insertado entre ellas, contempla serio la pantalla con dos deditos en la sien y otro en la mejilla. Cuando me recoloco en mi asiento los vuelvo a mirar. Lo hago con frecuencia. Necesito apoyar el cuello en el reposacabezas. Desde mi sitio, los agujeros de la nariz de Margot Robbie y Ryan Gosling adoptan el tamaño de una tiburón ballena en edad preescolar.
El día del estreno de Barbie, en el cine más cercano sólo resistía libre una butaca. Esquina izquierda, primera fila. Salí de la sala haciendo estiramientos de cervicales y de fotogramas: activé la banda sonora de la película antes de alcanzar el final de la cola de quienes esperaban la siguiente sesión.
En las redes sociales ya estaban los de siempre estimulando el atractivo del botón 'silenciar', empeñados en demostrar que hay un tipo de gente a la que por las venas les corre sangre. A otro, horchata. Ya otro, ellos, emulsión de vinagre y cilantro.
Que si os la han colado con el marketing, que si os están sacando los cuartos para que os creáis que importáis y solo les importa vuestro dinero, ¡Gerwig: petarda!, que sois unas pringadas, sintiendo desde vuestro sillón que hacéis el mundo mejor, pero caéis en la trampa del capitalismo, ahora con lacito woke. Todo gesto es ataque para quien se observa como víctima.
Barbie es un viaje del héroe con sátira (if I’m a man with no power, does that make me a woman?), números musicales, voz en off, historia de crecimiento, destellos de animación marypoppinesca, branded content (el logo de Chanel sólo se hace visible en el vestuario de Margot Robbie cuando conquista al fin su identidad), manifiesto político, una adolescente de la generación Z que le grita "¡fascista!" a la muñeca, rupturas de cuarta pared, referencias a Matrix y a 2001: Una odisea del espacio, arengas de película romana, flashazos de telefilme.
La protagonista descubre que algo ha cambiado en ella cuando la posibilidad de la muerte aparece en su cabeza. Se humaniza cuando los tacones le incomodan y la celulitis le agujerea los muslos. Se adueña de sus decisiones con unas Birkenstock en los pies. Unbreakable Kimmy Schmidt le da a Margot Robbie la sonrisa disociada de Ellie Kemper y a Greta Gerwig y Noah Baumbach, guionistas, el humor de Tina Fey.
Ryan Gosling se encarna en el mejor tipo de grima (Will Ferrell, en el peor) para cantar y bailar como si se hubiera extraviado en su camino al rodaje de un capítulo de Crazy Exgirlfriend. Barbieland es un Pleasantville siempre en color. Pero en esta pantonera, el rosa no es para niñas. Tampoco para niños.
Barbie se burla del feminismo para encumbrarlo. Les busca los agujeritos a los eslóganes manoseados y se ríe de ellos. Remienda otros antes de defenderlos. Convierte en un producto de consumo rápido un ideario político. Y lo hace desde la fiesta. Bob Black en el libro La abolición del trabajo: You may be wondering if I’m joking or serious. I’m joking and I’m serious. To be ludic is not to be ludicrous. Play doesn’t have to be frivolous, although frivolity isn’t triviality: very often we need to take frivolity serious. I’d like life to be a game, but a game with high stakes. I want to play for keeps.
Greta Gerwig también.
Barbie es Todo a la vez en todas partes. Con mayúsculas y sin ellas. Arranca la carcajada, la lágrima, el ojo en blanco y el repelús. Quizás esa es la gracia. This Barbie can be anything. Aunque no pasaría nada por ser sólo Ken. Pero nadie habla de Ken nunca.