Con el surgimiento en Egipto de los Hermanos Musulmanes como respuesta a la caída del sultanato turco se ponían las bases de un movimiento, ahora extendido por todo el mundo árabe, que representa la contraposición doctrinal, y también práctica, al llamado kemalismo. La idea del nacionalismo turco, con Mustafá Kemal (Atatürk) como líder y tomando como modelo el laicismo occidental, comenzó a andar en Turquía cuando, tras la I Guerra Mundial, el "hombre enfermo de Europa" (como los zares llamaron al Imperio turco) se quebró inevitablemente (el gran Braudel afirmaba que el Imperio otomano había perdido el tren de la revolución industrial).
El despertar de la nueva Turquía se produjo a través de la idea de Nación, en el sentido político contemporáneo, quedando sus fronteras ceñidas a la península de Anatolia y a la pequeña parte incluida en el continente europeo.
La reacción fundamentalista fue el surgimiento, en Egipto, de los Hermanos Musulmanes (embrión del fundamentalismo islámico actual), que consiguieron implantar la idea de que la Nación (y por tanto el kemalismo) era una engañifa de Occidente para dividir la Umma islámica.
Los Hermanos Musulmanes defienden la restauración de un Imperio (de un califato o de un sultanato), tras la caída del turco, que se postule como líder espiritual del mundo islámico. El nacionalismo turco, el egipcio, el iraní, etcétera, debilitan la unidad espiritual musulmana, que no debe quedar presa de intereses nacionales espurios, que no son otra cosa que un órdago occidental para dividir e imperar sobre el islam.
El kemalismo (representado en figuras como Naser, en cierto modo Gadafi, el propio Sadam Hussein), está en franco retroceso, por no decir desaparecido, adquiriendo peso, como contramodelo, el Irán de la revolución jomeinista, en el que se inspiran Hamás y Hezbolá y que, más allá de las satrapías dinásticas (Arabia Saudí o el propio Marruecos), es un modelo exportable por todo el mundo islámico.
Y es que el kemalismo, que es un modo, en efecto, de occidentalización, ha entrado en crisis con la propia crisis de la hegemonía geopolítica occidental, en total retroceso en favor de potencias no occidentales, como China o la India (y en cierto modo el propio Israel), que se están modernizando sin occidentalizarse. Las cifras las ofrece con todo detalle Huntington en su Choque de civilizaciones.
Y esta es, creo, la guerra sorda que está ganando Hamás, en Gaza y Cisjordania (y Hezbolá en el sur del Líbano), frente a Israel. O, por lo menos, frente a la influencia de las potencias occidentales en la región.
Cuando la pleamar de la primera plana se pase, y el conflicto palestino-israelí regrese a un segundo plano, la morfología institucional implantada allí por Hamás y Hezbolá (servicios, comercio, hospitales) continuará adelante, con una población completamente cómplice y plegada a los intereses de los grupos islamistas (recordemos que Gaza y Cisjordania son las regiones con los índices de crecimiento natural más alto del planeta), sin que Occidente tenga nada que hacer ni ofrecer. Y a Israel sólo le quedará resistir al siguiente aluvión.
Es la consecuencia del final del kemalismo.