Cuando éramos niños, en general, sentíamos muy poca simpatía por la monarquía. Ellos lo tenían todo a cambio de que nosotros tuviéramos menos. Nunca conocí alguien en clase que fuera realista. Como mucho, algún despistado de Donosti al que no habíamos conseguido hacer de Osasuna. A la monarquía, hoy, sólo se llega por el pragmatismo. O por el cinismo. Ya no nacen monárquicos de sangre.

Leonor, durante una visita oficial.

Leonor, durante una visita oficial. GTres

Con la monarquía en España ocurre lo que decía Churchill de la Democracia: "Es el menos malo de los sistemas conocidos". Luego nos hicimos mayores y algunos comenzamos a sentir lástima. Fue cuando se nos pasó eso de mirar a príncipes e infantas y decir: "¡Malditos ricos! ¡Les han dado todo sin hacer nada!". Ahora los miramos y pensamos: "Pobrecillos. Les han quitado todo sin hacer nada".

Siento una profunda simpatía por Leonor. Nace de la pena, estoy seguro. No quiero parecer condescendiente, pero la miro y escribo con inmensa pena. Más cuando se trata de su dieciocho cumpleaños.

[Horario y dónde ver la jura de la Constitución de la princesa Leonor]

Miro atrás y pienso en todo lo que nos dieron los dieciocho: llegaba el verano y nos sacábamos el carné de conducir para hacer todos esos planes que antes no podíamos hacer; entrábamos pletóricos en las discotecas con nuestro DNI verdadero; volvíamos a casa creyendo que, si la libertad nos arrebataba, podríamos no volver; vislumbrábamos la soberanía para estudiar o no estudiar.

Éramos la encarnación de aquella melodía eterna: "Bailemos con estilo, bailemos un rato. El cielo puede esperar, sólo estamos mirándolo. Dejadnos morir jóvenes o dejadnos vivir para siempre. Forever young. I want to be forever young".

Recuerdo ese verano. Fui a ver Wimbledon. Dormí con Cristian en una campa enorme porque, con una cola de mil horas, se podían conseguir unas entradas baratísimas que daban acceso a un montón de partidos. Las legañas, el rocío helado y, de pronto, ese sol tibio en la cara. Cogíamos el Metro, nos zambullíamos en la luz de la noche y, después, tirados en el colchón, fabulábamos nuestro futuro, que iba a ser más libre todavía.

Nada de eso conocerá Leonor, que ha tenido que hacer la mili y estudiar lo que no ha querido. ¿Cómo no voy a desearle a Leonor la mejor jefatura del Estado posible? Se lo digo a mis amigos republicanos. Yo también soy republicano de corazón, aunque no de cabeza. Buceo en su empatía. Los problemas de ricos suelen ser más graves que los nuestros, hasta que se tienen verdaderos problemas de pobres.

Leonor se levantará. Ensayará sus movimientos, cada gesto de la cara, su discurso, cada palabra. Se esforzará ante el espejo. Vestirá, probablemente, como le digan. Luego se irá al Congreso en un descapotable. Participará en esa ceremonia horrible del Palacio Real, donde la saludará un montón de gente a la que ni conoce ni tiene ganas de conocer.

Me consuela que estén ahí su madre y su abuela. La reina Sofía ha aguantado carros y carretas. A un marido terrible del que no se ha podido divorciar por una cuestión de Estado, la juventud cruel de ver a su familia lejos en pleno golpe de los coroneles. La excelsitud de soportar ese sufrimiento por proteger un país que ni siquiera es el suyo. Y la reina Letizia, a la que dibujan como una villana, cuando en realidad es una de los nuestros, que renunció por amor a todo eso que nunca tendrán sus hijas.

Me gusta creer que las dos intentarán que Leonor disfrute. Su desayuno preferido, la música en el coche, la recepción de los amigos al caer la noche, lo que sea; cualquier rendija. Pero aun con todo eso, Leonor afrontará un dieciocho cumpleaños que no desea. Lo asume con pavorosa naturalidad. Le han enseñado con rigidez militar que su vida es esa: elegir y sonreír siempre ante lo que no quiere.

¿Qué importan la comida, el lujo o la fiesta cuando se está rodeada de estatuas sin alma? Sueño con una Leonor libre, escapada en el descapotable, fugada con sus amigas, con un novio o con quien sea.

Sueño con una Leonor tirada en la hierba, en Londres, con el rocío helado y el sol tibio. Rodeada de aquellos a los que quiere, a las puertas del concierto de su grupo favorito. Sueño con que esa Leonor, dentro de muchos años, cuando sólo fuera carne de esos reportajes "¿te acuerdas de?", regrese a España para presentarse a las elecciones de la República. Entonces, sí, princesa, me haré republicano.