Pedro Sánchez ha comparado el "diálogo" con Junts con el "diálogo" con ETA. Como la comparación es suya y no mía, vamos a explorar el símil.
Los fetichistas del diálogo ven la realidad como una chocolatina Twix con sus dos barras (una para cada uno) y no como el niño al que Salomón propuso partir en dos mitades para que cada una de sus presuntas madres se llevara algo de él a casa.
A esos fetichistas del diálogo habría que informarles de que la solución dialogada entre la vida y la muerte es la enfermedad; en Ucrania es la entrega de parte del país al invasor ruso; en Israel, la aceptación de que los judíos deben pasar por un 11-S cada vez que se le antoje a la teocracia islamista palestina; y para Galileo, la idea de que la Tierra se mueve un poco, pero sin dejar de ser el centro del universo.
¿Y cuál era el punto medio dialogado en la II Guerra Mundial? Probablemente uno que Adolf Hitler e Hirohito habrían aceptado sin demasiadas reticencias. Para ahorrarnos 60 millones de muertos sólo teníamos que conceder la esclavitud de ¿1.000 millones?
Podríamos llamar la "ideología-Sudetes" a esa superstición que defiende que no existen conflictos intrínsecamente irresolubles por vías pacíficas, asépticas, indoloras y negociadas, sino sólo concesiones no ejecutadas tras un diálogo que es sólo un recitado de la lista de la compra por parte del más dispuesto a matar de los dos.
Es una idea del diálogo sospechosamente colindante con la del chantaje. De acuerdo con esa idea, tú también estás dialogando a la zapatera manera cuando aceptas entregarle tu cartera a un tipo que te ha puesto una navaja en el cuello. Desde esa visión del diálogo, el delincuente también está concediéndote algo a cambio: tu vida.
Quien dice vida, dice investidura.
En realidad, el fetichismo del diálogo es sólo un infantilismo más. No existe diálogo posible con quien sólo acepta una legitimidad en el contrario: la de concederle aquello que desea. Y si tu única legitimidad como interlocutor radica en tu condición de propietario de algo que el otro cree suyo, ¿qué ocurrirá cuando se lo hayas entregado y tu legitimidad, en consecuencia, se desvanezca?
¿Cuál es la fase siguiente del diálogo entendido como una cesión infinita sin líneas rojas?
Es la idea de que los terroristas de Hamás pasarán de violar mujeres israelíes a hornear dulces de miel cuando hayan tirado a todos los judíos al mar. Obviando la posibilidad, ciertamente inimaginable, de que continúen violando palestinas. Como por cierto hacían ya antes del 7 de octubre sin que a Occidente se le torciera media ceja.
¿Qué habrían respondido los votantes socialistas hace sólo unos meses si se les hubiera preguntado cuáles son las líneas rojas radicalmente infranqueables que no estaban dispuestos a cruzar? Probablemente habrían dicho la amnistía, la cesión del 100% de los impuestos a Cataluña y un referéndum de independencia.
¿Serían las mismas líneas rojas que mencionarían hoy? ¿O esas líneas ya se han movido hacia nuevas lindes?
¿Y qué nuevas lindes son esas, por cierto? Porque no hay nada más allá de esas tres concesiones. Sólo un cascarón vacío.
¿Qué podría hacer entonces Pedro Sánchez que llevara a los votantes socialistas a dejar de votar a Pedro Sánchez? Quizá sólo una cosa: dialogar con Alberto Núñez Feijóo.
Porque así se entiende el diálogo en el microcosmos monclovita. Como un tributo que se le ofrenda a un dios caníbal insaciable para que la lluvia de ranas de la ultraderecha no arruine las cosechas. Y si las cosechas se arruinan, será porque el tributo era escaso.
Supongo que les sonara la idea. Si el socialismo / el diálogo / los indultos no funcionan es porque no eran verdadero socialismo, ni verdadero diálogo, ni verdaderos indultos. Así que sólo queda redoblar la apuesta. Más socialismo, más diálogo, una amnistía.
Por supuesto, ni siquiera la tesis de la realidad como una chocolatina Twix puede ser aplicada a Pedro Sánchez. Porque el presidente no está buscando el hipotético 50% entre su programa y el de Junts. Sino la manera de esquivar las leyes que le prohíben hacer lo que le exigen los testaferros de Carles Puigdemont.
Y eso por no entrar en la obviedad de que el "diálogo" parece fluir sólo en la dirección de Junts, ERC, EH Bildu y Sumar, pero no en la del PP. Como dice el meme, la libertad de expresión es sólo para los que expresan lo mismo que yo pienso. De la misma manera, el diálogo es sólo con aquellos a los que yo he situado caprichosamente a mi lado del muro.
Son los beneficios de ser el propietario de la dialogante catapulta que lanza (o no) a los ciudadanos al otro lado de ese muro en función de los intereses personales de Sánchez.
Uno debería sospechar cuando su concepto del diálogo parece satisfacer sólo a los delincuentes que están a su lado del muro y no a los demócratas a los que ha lanzado al otro lado.