París es Roma vestida por Coco Chanel y adornada por los poetas simbolistas con un ramillete de flores del mal. París es Roma con iglesias acabadas en punta porque el gótico consistió en estirar el románico para acercarse más a Dios. París es París, pero paseando por sus calles podría ser Barcelona, Múnich, Lisboa o Nueva York.
Existe una estandarización de los gustos, de las esquinas, de las marcas de lujo que venden lo mismo en Serrano que en París y los consumidores son todos iguales: rusos, árabes, chinos en zapatillas y camiseta de Nike. Dior ya es sólo Zara con menos cosas, Chanel una tienda de disfraces con champán.
Paseo por Europa como paseaba Baudelaire en su spleen de París y me acuerdo de los ojos de los pobres y ya los pobres no son tres sino que somos todos, pero a diferencia de los del poeta hemos perdido la capacidad de asombro porque los oros de los junquillos se han desdorado.
Europa quizá ya no sea más Europa y tan sólo tenga vocación de parque de atracciones de otros siglos y otras vidas. Aquí viene el mundo entero, incluso los europeos, buscando una esquina de Instagram. Las iglesias por fuera están a rebosar y por dentro hay únicamente una vela encendida por todos nosotros.
París lo salvan sus librerías, que tienen en sus almacenes toda la literatura de Francia y de la civilización. Busco y encuentro la sección de poesía y lo primero que se ve son los sonetos de Góngora traducidos. Y el libro de Sarkozy, al que entrevista Alsina y le dice que encuentra similitudes entre su estilo y el de Sánchez. El francés sale airoso señalando que, a diferencia del presidente español, él ha escrito su libro de la primera palabra a la última.
Todavía queda orgullo en Europa. Eso será lo que nos salve de la pobreza de la estandarización, si es que algo nos salva.