He de confesar una cosa: hasta el momento de ponerme a escribir esta columna no había visto la película de Barbie. Ni todo el revuelo del estreno, ni la millonaria taquilla, ni tampoco la maquinaria de marketing digna de estudio, llegaron a prender la menor de las inquietudes en mí. No me llamaba demasiado la atención (por no decir nada), ni la premisa de la película, ni el tufillo a sermón que se le intuía.

Además, a los cuatro años dejé de jugar a las Barbies, porque a esa edad mi hermana mayor decidió que había llegado el momento de arrancarle la cabeza a mi muñeca preferida. Podrá entenderse que, consecuentemente, el mundillo rosa de la melena larga e impecable, la sonrisilla estúpida pegada a la cara y los atuendos intercambiables dejó de tentarme muy pronto.

Greta Gerwig, Margot Robbie y Ryan Gosling en el rodaje de 'Barbie'.

Greta Gerwig, Margot Robbie y Ryan Gosling en el rodaje de 'Barbie'.

Para mi gran sorpresa, sin embargo, la película me ha gustado más de lo esperado. No me ha encantado, pero tampoco me ha hartado hasta querer arrancarme el pelo de raíz, que ya es decir.

Podría deberse a que partía con el listón muy bajo y una antipatía bastante marcada. No están las cosas como para perder el tiempo, y los 114 minutos que dura la película parecían ir directos a la basura. Y, sin embargo, no me ha desagradado.

Lo que me ha llevado a ver esta película ahora, bastante tiempo después de su estreno, con toda la polvareda del fenómeno medianamente asentada, no ha sido ni una inquietud artística ni la búsqueda de una buena historia. No me escondo, ha sido la polémica que se ha generado por las nominaciones a los Oscar. En concreto, por la ausencia de dos nominaciones y la presencia de una tercera.

Porque ni Greta Gerwig ni Margot Robbie han sido nominadas a Mejor Director ni a Mejor Actriz respectivamente, pero Ryan Gosling –¡Ken!– ha sido nominado a Mejor Actor de Reparto.

Ni guionizándola, hubiese salido una historia más redonda. Porque de esto, exactamente de esto, es de lo que habla Barbie. De cómo a las mujeres se las ningunea y a los hombres se les dan premios. Por favor, si se ha nominado al inútil de Ken.

"No hay Ken sin Barbie ni Barbie sin Greta Gerwig y Margot Robbie", firmó Ryan Gosling en una declaración al saberse las nominaciones, al enterarse de su propia nominación.

Está claro que no hay Ken sin Barbie, igual que no hay entrega de Oscars sin acusaciones de robo ni denuncias al patriarcado. Incluso Hillary Clinton, que lee el mundo en clave machista y sigue pensando que perdió las elecciones de 2016 por ser mujer, ha salido a mostrar su apoyo a las damnificadas.

Whoopi Goldberg, sin embargo, es una señora que le ha visto los dientes a la vida y ha decidido que tiene ya demasiados años a sus espaldas como para seguir jugando a la majadería que es la opinión pública pactada, que no deja lugar para la discusión.

En respuesta a Gosling, Whoopi ha sido clara: con Barbie no ha habido robo. Sólo hace falta ver el listado del resto de nominados. Pero también dijo una obviedad que, por tan obvia, resulta casi novedosa: sólo porque a ti te haya gustado no significa que a las personas que votan el premio también les vaya a encantar.

Con Barbie pasa una cosa de la que yo me di cuenta al hablar con una amiga a quien le había encantado la película: o tienes un vínculo emocional previo con la muñeca, una relación de años, de compartir horas de juego y compañía, de proyectar en ella tus anhelos y deseos de futuro, o esta película te deja fría.

En gran medida, por ser demasiado obvia. I am like you. Ugly and unwanted. Por supuesto que todos hemos pensado esto en algún momento y nos hemos dicho más de una y más de dos de las frases-eslogan que aparecen en la película. Y también habremos pensado en lo injusto que es el mundo tal y como lo resume America Ferrara en su pequeño monólogo (bastante previsible, por cierto).

Pero ¿dónde queda la sutileza? ¿Dónde queda el arte de la seducción en el cine? De coger una idea más vieja que el mundo, pero presentarla envuelta en un traje nuevo y original, exquisito. Incitante y retador.

Yo crecí viendo Esencia de mujer y Gladiator (y no es una forma de hablar, porque ambas las vi antes de cumplir los diez años). Luego vinieron Erin Brockovich o Shawshank Redemption. Carros de fuego, El Padrino, Master and Commander, Algunos hombres buenos, Mejor Imposible.

Todas ellas, nominadas a los Oscar. Todas ellas, absolutamente memorables.

En cambio, tengo mis dudas de que en unos meses nos sigamos acordando de la historia que cuenta Barbie. Tal vez nos acordemos del dramita que ha rodeado a la película y los lamentos y la aparente injusticia llevada a cabo por el mundo patriarcal en el que vivimos. Por el agravio a Gerwig y Robbie (que, por cierto, sí han sido nominadas a Mejor Guion Adaptado y Mejor Película).

Pero la realidad es que se trata de una película que, sin toda la narrativa exterior, sin las teorías feministas, ni las explicaciones sociológicas, ni el aparente genio sutil y finamente hilado, no habría llegado a crear el revuelo que ha generado.

Si sentáramos a una persona sin conocimiento de todo ello en una sala a ver esta película: ¿le parecería esa gran obra de arte de la que se está hablando? ¿La consideraría una obra maestra, merecedora de los seis Oscar a los que ha sido nominada y esos que se dice le han sido robados? ¿O le parecería una película entretenida, para ver un domingo por la tarde con amigas?

Envolver artefactos culturales en buen storytelling y marketing los convierte en fenómenos, pero no en obras maestras. Y eso es lo que deberían premiar los Oscar. Buenas historias, no eslóganes hechos guion.