El Premio Nacional de Tauromaquia es lo de menos. Lo de más está en la reacción de un ente político (primer problema: cuesta encontrar la palabra precisa que defina qué es Sumar) que sólo se da cuenta de que le han comido la tostada cuando de ésta no quedan ni los restos con destino a las depuradoras de aguas residuales.
La pantomima de los cinco días de Pedro Sánchez no será un ejercicio totalmente baldío. Ha servido para al menos una cosa: apuntalar la operación de absorción de votos del nicho que quedaba a su izquierda.
Haga la prueba con las personas más afectas a Yolanda Díaz que tenga en su entorno. Constatará que hace tiempo que no la hacen ni caso. Todas sus energías proselitistas se concentran en la defensa del actual presidente asaeteado por la máquina del fango. Dentro de la atonía general, las marchas a su favor de los últimos días han tenido un poquito más de vigor en ese segmento que en el propio PSOE.
El pan salió de la tostadora de la misma Díaz. El suyo es un caso único de socio minoritario de una coalición que ha precisado de babero cada vez que ha hablado en público del líder del partido más fuerte. "Me puedes votar a mí o a este gran estadista, eso ya es decisión tuya". El mensaje era cada vez menos implícito y no se puede culpar al ciudadano de haber tomado nota.
Ferraz desarrolló una estrategia anómala en 2023. Desafiando la lógica de vasos comunicantes que ha marcado sus resultados respecto a las distintas marcas a su izquierda casi sin excepción desde 1977, apostó por animar al voto a lo que entonces se creía iba a ser un Podemos refundado.
Es verdad que no le salió mal. Pero alguien debió hacer números. "Quizá, si hubiéramos ido directamente a por sus votantes podríamos hasta haber ganado las generales".
Por eso, hace tiempo que el discurso de Pedro Sánchez resulta indistinguible del de Pablo Iglesias. Imaginen jugar con habilidad la baza emocional en tiempos de polarización y contar con la trompetería del PSOE en el campo de la creación de opinión. Para cuando alguien en Sumar empezó a notar que olía a quemado, ya ardía toda la casa.
Así que debemos acostumbrarnos a movimientos de este tipo. Gestos más bien estéticos que busquen marcar un perfil propio para recordar que hay determinadas banderas que sólo se pueden ondear desde más allá del socialismo, tan sistémico de vocación. Tenderán a confundir el perfil del izquierdista urbanita con el del conjunto del censo electoral. Verán algo amplificado su eco real gracias a esa tendencia innata de la derecha española de entrar, literalmente, a todos los trapos. (Guiño, guiño).
No creemos que sirva de mucho. Moncloa y Ferraz tienen la maquinaria demasiado bien engrasada. Acabamos de ver que basta un chasquido para tener montado un conflicto diplomático que mantenga la moral de la feligresía.
Ya pueden Yolanda Díaz o Ernest Urtasun hacer las acrobacias de aquellos niños chinos que salían en los programas de Teresa Rabal. Pedro Sánchez les contemplará con la frialdad indiferente de quién repara en que al limón que está exprimiendo ya no se le puede sacar una gota más de jugo.