Lo que algunos llaman la Biblia de Bruselas, el diario Politico, informó a comienzos de semana de que la todavía presidenta de la Comisión Europea y aspirante a la renovación, Ursula von der Leyen, está paralizando un informe bastante negativo sobre la libertad de prensa en Italia. ¿No es conmovedor?

La maniobra coincide en el tiempo y en el espacio con el ruego desesperado de la conservadora alemana por el apoyo de Giorgia Meloni a su segundo mandato. Incluso con las súplicas del PP europeo para que la primera ministra italiana se una a ellos en el Europarlamento, como Silvio Berlusconi en el pasado, desbaratando de un plumazo los sueños de la francesa Marine Le Pen de formar un supergrupo de nacionalistas, más fuerte y más poblado que los verdes, los liberales o los socialdemócratas.

Giorgia Meloni y Ursula von der Leyen, en la reciente cumbre del G7 celebrada en Italia.

Giorgia Meloni y Ursula von der Leyen, en la reciente cumbre del G7 celebrada en Italia. Yara Nardi Reuters

De modo que aquí tenemos a una de las dos figuras más influyentes de la Unión Europea, escogida por sus prometidos desvelos para velar por la libertad de prensa y la independencia judicial en nuestros países, velando por que sus intereses laborales se atiendan primero que los nuestros.

¿Le servirá para continuar cinco años más en la oficina? Lo sabrán mejor en Roma. Nosotros recordaremos su cinismo, entre tanto, cuando alardee de europeísmo y se duela por la mala prensa de las instituciones. Porque estas operaciones de subsuelo terminan por quitarnos la razón a los románticos y por dársela a quienes creen, a veces con la hemeroteca a mano, a veces con el cuchillo entre los dientes, que "los burócratas de Bruselas" andan más ocupados con su supervivencia que por el funcionamiento de una Unión ajustada a "los valores europeos".

Von der Leyen y otros tienen la democracia, la libertad y otras ideas literarias tatuadas en la lengua, pero tampoco está la cosa para distraerse en los detalles, ¿verdad? Miren a Mark Rutte, ex primer ministro de Países Bajos, humillado pero feliz después de cerrar el trato con Viktor Orbán

Rutte necesitaba su apoyo para ser el próximo secretario general de la OTAN. Orbán quiso su dignidad a cambio. Rutte pagó de buen gusto. Esta semana se ha disculpado, en una carta, por pedir en 2021 que la Unión Europea debatiese la expulsión de Hungría por sus leyes contra "la promoción de la homosexualidad", incompatibles con los valores europeos. La voluntad de los europeístas es buena, pero débil. Tres años después, Hungría mantiene las leyes antieuropeas, los homosexuales húngaros conservan la condición de leprosos y Orbán es intocable. Ni siquiera será necesario que colabore con la defensa europea en Ucrania. Pero Rutte, al menos, será secretario general de la OTAN, porque es más fácil pasar por el aro de los autócratas que preservar tus principios a riesgo de perder el trabajo.

Entre unos y otros, nos acostumbramos a que palabras y hechos bailen por separado. Pedro Sánchez, por ejemplo, se envuelve en la bandera de los valores europeos y las causas justas, pero ¿qué obtenemos por el camino? España es el país de la OTAN que menos invierte para protegerlos (el 1,3% del PIB) y ni siquiera podrá mejorar las cosas en los próximos meses. Sánchez pudo negociar los presupuestos con la oposición, pero prefirió no hacerlo. Se sabe la lección al dedillo. Más vale una disculpa en Bruselas que un orgullo agrietado.