Gritar mucho y decir tacos no te quita el título de liberal, pero bajar impuestos no te lo da. Algunos militantes liberales plantean el dilema entre el coche bomba y la motosierra, otros lo hacen entre los hospitales y los impuestos, mientras que el verdadero dilema está entre la libertad y la servidumbre.
Pero está tan mal planteado que al liberalismo, con esos defensores, no le harán falta enemigos.
O lo que es lo mismo, la probabilidad de que veamos una política liberal en este siglo me parece remota mientras los supuestos liberales se pongan siempre del lado de "los fuertes".
Lo que tienen en común los admiradores de algunos líderes que hablan más de libertad que de igualdad no es el respeto a la libertad, sino la fascinación por el coraje y la fuerza. Del presidente argentino se admiran sus "cojones", y de Ayuso sus "ovarios". Parece que las contradicciones no importan.
Un autócrata puede bajar los impuestos y desear una moneda fuerte, y no ser liberal.
De la presidenta de la Comunidad de Madrid no importa que su principal batalla política sea la defensa de la mejor sanidad pública del mundo y que luego aplauda un discurso contra la justicia social. Da igual porque lo que hoy se valora no es la libertad, es el coraje.
De Milei se aplaude su defensa contra los "zurdos", aunque sea a costa de aprobar una ley ómnibus que se salta todas las garantías del Estado de derecho.
Vista la falta de criterio de la Internacional Liberal, acabarán metiendo en el saco de la ejemplaridad liberal a Meloni. Les dará igual que la presidenta italiana esté impulsando una reforma constitucional para la elección directa del primer ministro porque el Parlamento le parece un engorro.
Algo así sólo ha sido intentado recientemente en Israel, lo que quizás explica la admiración de esos mismos "liberales" por Netanyahu. Fascinación que se extiende a Orbán o Bukele y su capacidad de imponer "orden".
Tampoco en estos casos importa la concentración de poder, la arbitrariedad en su aplicación, y que el poder policial y militar se concentre en el Ejecutivo. Da igual, porque lo que se admira no es el respeto por las libertades, sino el orden y la autoridad, la fuerza aplicada contra el enemigo.
La cuestión es genital, y cada vez lo está siendo más. Algunos están "hasta los huevos", y por eso reclaman "cojones y ovarios". Lo que gusta es Meloni poniéndole cara de Hannibal Lecter a Macron, y Ayuso dándole en el hocico a Sánchez. Es una cuestión de coraje, no de libertad.
Por eso Abascal tiene una vía abierta como la del Titanic, y Luis Pérez (a.k.a Alvise) es su iceberg. Porque muchos han visto que el influencer de Telegram tiene más agallas que el líder de Vox. Esos seguidores no votarán a la formación conservadora por sus políticas de seguridad e identidad, sino por la firmeza de sus declaraciones públicas contra el stablishment. A ver cómo hace ahora Abascal para parecer más musculado, proteínico y heroico que Alvise sin convertirse en un histrión.
La discusión sobre el liberalismo es, por tanto, vana. El liberalismo original (Mill, Constant, Tocqueville, Turgot, Jovellanos, etcétera) es otra cosa. Se preocupó mucho por la cuestión social y el problema del pauperismo.
El liberalismo nació a la vez que la economía política y fue el que creó la solución de la justicia social. Ese mismo liberalismo defendió el Estado de derecho, la separación de poderes y el constitucionalismo. Y es el mismo que dio más importancia a las libertades individuales que a las colectivas.
Porque ese liberalismo creció contra cualquier tipo de abuso de poder, ya fuese político, económico o religioso.
Pero nada de eso importa a la Internacional Libertaria que hace la guerra a la justicia social y admira a líderes como Orbán o Meloni, que cultivan el poder del Ejecutivo, se declaran nacionalistas y dan por muerta la separación de poderes.
Que no nos cuenten historias. No esperan el momento liberal, sino el regreso de los hombres (y mujeres) fuertes.