Entre 1997 y 2013, mil cuatrocientas niñas fueron prostituidas en la ciudad de Rotherham, en Reino Unido, por un clan pedófilo de ciudadanos paquistaníes, algunos de ellos miembros de la misma familia. Algunas informaciones hablan de dos mil niñas. 

Las menores no sólo fueron violadas. También se les obligó a presenciar violaciones. Algunas niñas fueron empapadas en gasolina y amenazadas con ser quemadas vivas. A otras se les practicaron abortos. Algunas de las que dieron a luz no volvieron a ver a sus bebés, que fueron secuestrados por la trama. 

El caso pasó desapercibido hasta que el diario The Times destapó la noticia. Las denuncias habían sido silenciadas por las autoridades locales durante dos décadas por varios motivos. El miedo a ser calificadas de racistas, el machismo e incluso el clasismo, dado que la mayoría de las víctimas eran niñas de clase baja. 

Pero, sobre todo, porque destapar la trama habría puesto en peligro el voto paquistaní al Partido Laborista en la localidad

No fue la única trama de prostitución ocultada por las autoridades locales. Al caso Rotherham se sumó el caso Rochdale y otros similares en el entorno de la ciudad de Manchester. Las víctimas eran en casi todos los casos niñas blancas de origen británico. Las autoridades, simplemente, prefirieron mirar para otro lado. A las niñas que denunciaron los delitos se las acusó de mentir. "Son sólo sus novios" se dijo de los inmigrantes que abusaban de ellas. 

En 2001, la BBC publicó una noticia sobre estos casos. Lo tituló La crisis de prostitución infantil. "Sólo en Rotherham", decía el artículo, "se cree que hay ochenta niñas trabajando como prostitutas". 

"Trabajando como prostitutas". Eso tuvieron que leer las familias de las niñas que habían sido violadas durante dos décadas ante el silencio de aquellos cuyo trabajo era proporcionarles seguridad, la más elemental de las obligaciones de un servidor público (algunos creemos que la única) y la que fundamenta el pacto social entre gobernantes y gobernados. Sin esa protección, el pacto social se derrumba.  

Viajemos ahora hasta la tercera década del siglo XXI. 

En el verano de 2020 estallaron en todo Reino Unido cientos de protestas, algunas de ellas extraordinariamente violentas, por la muerte de George Floyd. A los habituales enfrentamientos con la policía se sumó la vandalización de cientos de estatuas, edificios públicos, locales comerciales y la ya rutinaria destrucción de mobiliario urbano.

En Estados Unidos, las protestas fueron mucho más violentas. Se calcula que veinticinco personas murieron en ellas. Los heridos se contaron por miles. 

Keir Starmer, hoy primer ministro británico, apoyó los altercados. "Sólo es gente que pide justicia", dijo de los violentos.

Hoy, el mismo Keir Starmer ha calificado de "matonismo de extrema derecha" las protestas por el brutal asesinato de tres niñas de seis, siete y nueve años a manos de un inmigrante de segunda generación de padres ruandeses.

Las protestas fueron en un primer momento, es cierto, espoleadas por algunos bulos propagados en los círculos de la extrema derecha. Bulos que atribuían los crímenes a un inmigrante ilegal musulmán y que llenaron el vacío generado por el silencio de unas autoridades que, como en el caso de Rotherham, se negaron a proporcionar información sobre el autor del triple crimen y los detalles del caso.

Cuando el juez hizo pública la identidad del asesino, los bulos cesaron. En la actualidad, las protestas han crecido más allá de los grupúsculos de la extrema derecha e incluyen ya a ciudadanos que de ningún modo pueden ser incluidos en ellos. 

A la violencia se han sumado ahora grupúsculos violentos islamistas. Violentos que recorren hoy las calles británicas armados con machetes y cuchillos.

Los altercados han acabado generando situaciones surrealistas. Una reportera de Sky News informaba en directo desde Middlesbrough sobre los choques de los manifestantes antiinmigración con la policía mientras a su espalda pasaba un grupo de inmigrantes enmascarados armados con machetes y cuchillos.

Otra informaba desde Birmingham cuando un grupo de matones islamistas la rodearon y lanzaron gritos a favor de Palestina mientras hacían el gesto de disparar contra la cámara. 

Otros ciudadanos han llamado la atención sobre la indignación de Starmer contra la extrema derecha a la vista de su anterior silencio frente a la proliferación de saludos nazis y discursos abiertamente genocidas en las protestas contra Israel. Starmer no es antisemita (su mujer, Victoria Starmer, es judía), pero como buen socialista ha mantenido un perfil bajo frente a las manifestaciones en las que se ha pedido el exterminio de todos los judíos "desde el río hasta el mar". 

Ni siquiera es posible establecer ya una distinción entre manifestantes de uno y otro bando. Si los primeros salieron a la calle espoleados por un bulo, el de que el asesino de las tres niñas era un inmigrante ilegal musulmán, los segundos lo hicieron espoleados por otros bulos similares. Como el de que los manifestantes de origen británico habían atacado a una mujer musulmana de Middlesbrough lanzándole ácido a la cara, algo que ya ha sido desmentido por la policía.

Este segundo bulo es especialmente significativo, porque no es precisamente en la cultura británica donde son habituales los ataques con ácido contra las mujeres, lo que demuestra la burbuja de mentiras retroalimentadas en la que se mueven algunos inmigrantes y su desconocimiento de la cultura que los ha acogido, a la que atribuyen los crímenes habituales en su propia cultura

¿Qué tiene que ver el caso Rotherham con los actuales disturbios británicos? 

Todo. Cuando has pasado más de veinte años diciéndole a tus ciudadanos que la realidad que estaban viendo sus ojos era un bulo, ¿cómo esperas que te crean ahora?

Ahora sólo queda lidiar con las consecuencias de las mentiras con las que las propias autoridades británicas, tanto del Partido Laborista como del Partido Conservador, han estado alimentando a los ciudadanos.

Algunos medios británicos especulan ya con la posibilidad de una guerra civil en Reino Unido y acusan a sus gobernantes de haber alimentado el conflicto étnico fingiendo que la inmigración es siempre y en cualquier caso una "bendición", incluso frente a casos como el de la ciudad de Rotherham. 

Las mentiras de Rotherham, que se repiten hoy a pequeña escala en muchos medios europeos a la hora de afrontar los delitos cometidos por inmigrantes, han acabado generando un conflicto que sólo hará que crecer durante los próximos años

Las mentiras generan vacíos. Pero esos vacíos nunca son rellenados por el silencio de los cementerios, como le gustaría a nuestras autoridades. Siempre son rellenados por aquellos que, tanto en un bando como en el otro, sí tienen un proyecto de sociedad alternativo. Un proyecto que nunca suele ser pacífico. 

Que lo tenga en cuenta quien deba tenerlo en cuenta.