Hay una paradoja muy curiosa dentro de la psicología humana: la tendencia, incluso la predisposición y preferencia, de saber menos para ser más feliz. O, por lo menos, para intentarlo.

Igual que ese dicho tan manido (con buena ración de verdad), de ojos que no ven, corazón que no siente, preferimos vivir en la ignorancia de no saber lo que pasa (aunque sepamos que algo pasa), para poder decir con indignada seriedad que "no tenía ni idea".

Cartel informativo sobre la subida del IVA en un supermercado de Mercadona.

Cartel informativo sobre la subida del IVA en un supermercado de Mercadona. X / @ovetus09

Pero ¿qué pasa cuando nos informan sin nuestro consentimiento, cuando nos hacen tener idea? ¿Qué pasa cuando el empresario de una cadena de supermercados empapela las paredes de sus establecimientos para informar de que sube el IVA en los alimentos de primera necesidad?

¿Por qué nos revolvemos ante ello, como si se tratase de un acto de mala fe (o campaña política, como dicen algunos), cuando está sencillamente informando sobre una realidad?

Ciertos productos pasan del 0% de IVA al 2%. Otros, del 5% al 7,5%. Dibujitos para quien necesite una referencia visual.

La reacción ante los carteles de Juan Roig en los establecimientos de Mercadona, en concreto el enfado ante esta medida informativa, me ha recordado la recomendación de hace unos días del presidente de la CEOE, Antonio Garamendi: que los trabajadores cobrasen sus nóminas en bruto, para que fuesen conscientes, en tiempo real, de cómo su cuenta corriente se convertía en un sumidero de cotizaciones.

Ya lo dijo Jean-Baptiste Colbert, ministro del rey Luis XIV, "el arte de la fiscalidad consiste en desplumar al ganso para obtener el mayor número de plumas con el menor graznido posible".

No es lo mismo tener dinero y ver cómo se evapora que no tenerlo en primer lugar. No genera la misma impresión ni se exigen las mismas responsabilidades.

Si aparece, para volver a desaparecer al instante, ya les anticipo que pondríamos más empeño en saber a dónde va. En qué se invierte. Cómo se gestiona. Y lo mismo pasa con el resto de dinero recaudado en impuestos, incluso el que provoca el aumento del precio del pan. Pero ya saben, ojos que no ven, corazón que no siente.

Parece que es preferible vivir en la ignorancia, en ese espacio tan calentito y mullido que es vivir con la menor responsabilidad posible. Mejor que no nos cuenten, ni cuánto pagamos, ni cómo ni dónde. Mejor vivir en el desconocimiento para poder decir "no tenía ni idea".

Porque, de lo contrario, si tuviésemos toda la información, si tuviésemos idea, si supiésemos quién y cómo y por qué, a lo mejor entonces se nos caerían las escamas de los ojos y seríamos un poco menos magnánimos con los despilfarros.

A lo mejor entonces atenderíamos a nuestra economía nacional como lo hacemos con nuestra economía del hogar.

A lo mejor entonces inspeccionaríamos con más recelo los presupuestos y gastos y, ante todo, seríamos más intencionales con dónde ponemos el dinero cuando tenemos ese zarandeo interno de saber que viene de nuestro bolsillo. Que lo hemos sacado con nuestras propias manos de nuestra propia cartera para ponerlo encima de la mesa común.

Los impuestos son necesarios, indispensables para el buen funcionamiento de un país. De esto no cabe la menor duda y refutar esta certeza no es de ninguna manera la intención de estas líneas.

Pero ¿en qué momento sostener el conocimiento en nuestras manos se ha convertido en una batalla ideológica, en una gresca de bandos?

¿En qué momento se ha convertido en aceptable, incluso preferible, no saber frente a tener toda la información?

Tal vez, para justificar la ausencia de reacción, la ausencia de responsabilidad, la ausencia de indignación.

O, tal vez, para justificar incluso la ausencia de interés, porque el inmovilismo de la ignorancia siempre ha sido un lugar más cómodo y plácido de habitar que el deber de acción que provoca la consciencia.