En sólo cinco jornadas de cotización bursátil, las acciones del Banco Popular han pasado de valer 2.800 millones de euros a sólo 1.700 millones. El desplome en el parqué de la entidad que preside Emilio Saracho no sólo ha disparado todas las alarmas sobre el estado de salud de una entidad que era la envidia del sistema financiero hace una década. También ha vuelto a poner el foco en la credibilidad de la banca, cinco años después del rescate.
Aunque es lógico que la caída de un buque insignia como el Banco Popular levante suspicacias, su actual crisis es el colofón de una tormenta perfecta cuyas turbulencias no tienen por qué perjudicar la buena salud generalizada del sistema financiero español. Una cosa es preguntarse sobre si las recetas empleadas para salvar a la banca han sido eficaces, y otra muy distinta dejarse llevar por el catastrofismo y agravar la preocupación de los accionistas.
Huida hacia delante
La crisis del Banco Popular responde a una casuística singular. Hunde sus raíces en el pinchazo de la burbuja inmobiliaria y se ha visto agravada por la huida hacia delante de los anteriores gestores. La entidad se sumó tarde y mal a la fiebre del ladrillo.
El expresidente Ángel Ron dio créditos a manos llenas a promotores y compradores de vivienda, de tal modo que, de la noche a la mañana, se encontró en cu balance con 25.000 millones de activos tóxicos. En lugar de optar por una prudente estrategia de saneamiento, la compra en 2011 del Banco Pastor incrementó hasta los 32.000 millones la bolsa de activos problemáticos, lo que le obligó a provisionar más de 20.000 millones de euros para cubrir la exposición inmobiliaria.
Ampliaciones de capital
La entidad inició entonces una deriva suicida en la que las continuas ampliaciones de capital apenas servían para alargar la agonía y espantar a los inversores históricos. En sólo cuatro años, entre 2012 y 2016, el banco aprobó dos ampliaciones de capital de 2.500 millones, pero la debacle -que ha aflorado esta semana- era sólo cuestión de tiempo.
El resultado de esta errática deriva es que una entidad con 147.000 millones de activo vale solo 1.700 y arrastra un déficit en provisiones que podría ascender a los 6.000 millones. El escenario no es alentador. Para eludir el precipicio del rescate, al Banco Popular no le queda más remedio que buscar comprador, pues intentar otra gran ampliación de capital tan sólo serviría para postergar la búsqueda de una solución definitiva a su precaria situación.