Nadie negará que Pedro Sánchez se enfrentó ayer jueves a la comparecencia parlamentaria más comprometedora desde que comenzó la legislatura. No es sólo que tanto sus socios como la oposición hayan convenido la necesidad de que responda por el escándalo Pegasus. Lo ha sido, también, porque el presidente del Gobierno lo ha hecho directamente, a pecho descubierto y con la carta ya empleada de la destitución de la directora del CNI, Paz Esteban.
El método socorrido por Sánchez para sacudirse la responsabilidad ha consistido en el anuncio de una nueva regulación para los servicios de inteligencia, el recuerdo de los casos de corrupción del PP en tiempos de Mariano Rajoy y la promesa inverosímil de su ignorancia sobre el seguimiento confirmado por Esteban a varios líderes del procés.
Pero necesitará mucho más que unas maniobras de prestidigitador para recuperar la complicidad de los nacionalistas y salir airoso de un caso que exige explicaciones pormenorizadas. Parecen en lo cierto quienes auguran que este asunto marca un punto de inflexión en su legislatura y su trayectoria.
Llama la atención que Sánchez, en su huida hacia adelante por el caso Pegasus, sostenga que no sabía nada sobre la labor investigadora del CNI. El presidente, con sus palabras, da a entender que los servicios de inteligencia van por libre y trabajan al margen de sus responsabilidades. Es una tesis indefendible. El CNI, que no tiene autonomía propia, rinde cuentas por unos objetivos definidos por la Moncloa.
La normativa que regula los actos de los servicios de inteligencia no deja lugar a las interpretaciones. “El Centro Nacional de Inteligencia es el organismo público responsable de facilitar al presidente del Gobierno y al Gobierno de la Nación las informaciones, análisis, estudios o propuestas que permitan prevenir y evitar cualquier peligro, amenaza o agresión contra la independencia o integridad territorial de España, los intereses nacionales y la estabilidad del Estado de derecho y sus instituciones”.
Una coartada inverosímil
Queda claro que la información no toca techo en un ministro. Mucho menos en cualquier subordinado. Los resultados del trabajo del CNI conducen inequívocamente hasta el presidente del Gobierno. Negar lo contrario es tan inverosímil como negligente.
Si Sánchez sugiere que Esteban miente, que nunca fue informado y que el CNI trabaja al margen de la ley, lo mínimo que debe hacer es afirmarlo sin ambages. Pero incluso ese escenario imprime una nota intrigante. Que durante años ha existido una facción rebelde en los servicios de inteligencia, ajena al Gobierno y al Estado de derecho, que pasó desapercibida para el presidente y para los fieles al presidente en el organismo. Pero ¿en qué lugar le deja su propia coartada? De ser cierto, ¿qué más habría escapado a su control durante años?
A cuenta de las declaraciones del presidente, sólo hay dos posibilidades. O el CNI ha engañado a Sánchez o Sánchez nos engaña a todos.