El sondeo que EL ESPAÑOL publica hoy le concede al PP de Alberto Núñez Feijóo el 32,1% de los votos y 138 escaños. El PSOE se estanca en el entorno del 25,5%, que equivale a 94 escaños. Yolanda Díaz continúa subiendo poco a poco, aunque a un ritmo menor del que haría falta para arrebatarle la tercera posición a Vox (que supera a Sumar en nueve escaños, 44 a 35). Empata, en cualquier caso, con los resultados del Podemos de noviembre de 2019, una pequeña victoria pírrica para la ministra de Trabajo.
Con el PP y el PSOE relativamente estabilizados en el entorno de los 135-140 escaños el primero y de los 95-100 el segundo, las novedades están en los partidos a sus extremos. Vox tiene una tendencia descendente y Sumar, ascendente, pero el bloque de la derecha continúa muy por delante (182 escaños) del de la izquierda (129), incluso aunque a este último bloque se le sumaran todos los demás diputados del Congreso.
En estas circunstancias, ¿cuál será la posición del PSOE en una hipotética sesión de investidura de Feijóo? Porque el PP tiene ahora un escaño más (138) que Mariano Rajoy en 2016 (137). Es decir, un escaño más que cuando el PSOE se abstuvo para que el candidato del PP pudiera ser investido y se evitaran así unas terceras elecciones, que era la opción deseada por Pedro Sánchez. Recordemos que el "no es no" de Sánchez acabó entonces con un cisma en el PSOE y su dimisión como secretario general.
¿Se abstendrá el PSOE para facilitar la investidura de Feijóo y evitar así el chantaje de Vox? Feijóo se ha comprometido a hacer lo propio si es Pedro Sánchez el ganador de las elecciones, y eso a pesar de que el presidente ha expresado ya su voluntad de gobernar junto a Yolanda Díaz. Es decir, a pesar de que Sánchez no se presenta a las elecciones como líder del PSOE, sino como el de un bloque de coalición que incluye las mismas formaciones con las que ha gobernado durante los últimos cuatro años.
Si la preocupación del PSOE por la posibilidad de que Vox pueda gobernar es sincera, y no un simple argumento de mercadotecnia política, entonces a los socialistas no les queda otro remedio que facilitar la investidura de Feijóo para evitar la influencia de los populistas de la extrema derecha en el Gobierno de la nación.
La situación, sin embargo, no es la misma que en 2016. Porque en 2016 sí existía una mayoría alternativa a la del PP, como demostró la moción de censura de 2018. Pero hoy, con los resultados que arroja el sondeo de EL ESPAÑOL, y a falta de alternativa viable, sólo existen tres alternativas para el PSOE. Hacer presidente a Feijóo, forzar/permitir la entrada de Vox en el Gobierno, o abocar a los españoles a unas segundas elecciones.
La primera opción es la de un partido de Estado. La segunda, la de un hipócrita. Y la tercera, la de un incendiario.
Pero así como Feijóo ha demostrado ese sentido de Estado anunciando que facilitará la investidura de Sánchez si este gana las elecciones, no parece que el presidente esté, al menos hoy por hoy, por la labor. Su entrevista de ayer en La Sexta confirmó que el escenario que dibuja Sánchez en su cabeza es el de alguien atrincherado en una realidad paralela y que parece haber escogido ya al futuro culpable de una derrota en las urnas que parece ver como inevitable: la prensa y los empresarios "de derechas".
Es un discurso netamente trumpista y que obvia la abrumadora hegemonía de los periodistas y tertulianos de izquierdas en radios y televisiones privadas y públicas, por no hablar del muy relativo impacto de las preferencias políticas de unos empresarios obligados por razones obvias a no enemistarse con PP ni con PSOE. Por otro lado, ¿cómo pretende el presidente equilibrar ese supuesto desequilibrio entre periodistas afines y críticos con su persona, y acabar con ese exceso de empresarios derechistas?
Haría bien Sánchez en preocuparse menos de la prensa y de los empresarios críticos, sean quienes sean en su pensamiento, y en reflexionar más sobre la necesidad de que PSOE y PP gobiernen allí donde hayan ganado las elecciones sin el chantaje de partidos populistas como Vox o Sumar. En España no necesitamos más señalamientos de enemigos imaginarios ni más crispación, sino más sensatez y sentido de Estado.