Hace bien el PSOE negándose a tomar medidas disciplinarias contra Emiliano García-Page por sus críticas al partido. Porque el presidente de Castilla-La Mancha no es, como se ha querido caricaturizar en ocasiones desde el entorno mediático del PSOE, un submarino de la derecha en el seno del socialismo. Mucho menos un traidor, un agente provocador o un caballo de Troya en el corazón de la fortaleza progresista.
Y no lo es porque si alguna virtud tiene Emiliano García-Page es que jamás ha engañado a nadie respecto a sus opiniones sobre los pactos con los nacionalistas vascos y catalanes y las concesiones a las que obligan esos pactos.
Unas opiniones que, por otro lado, coinciden con las que el propio presidente y muchos de los altos cargos del PSOE defendían hace apenas unos meses.
La pregunta de quién representa mejor al PSOE, si Emiliano García-Page o Pedro Sánchez, es legítima. Porque cuando todo tu partido se ha movido hacia nuevos terrenos ideológicos, es lícito preguntarse quién representa mejor los valores del socialismo de 2024. La ortodoxia pasa a convertirse rápidamente en herejía cuando la vieja herejía se convierte en la nueva ortodoxia.
Pero, en última instancia, la pregunta es irrelevante. Porque ambas opciones son compatibles. O deberían serlo en un partido sano.
Y Page es, en este sentido, un activo para el PSOE.
Lo fue cuando, en diciembre de 2020, criticó los indultos preguntándose retóricamente "¿qué responsabilidad asumiríamos ante España y ante la gente si mañana se indultara y pasado mañana volvieran por el mismo camino los mismos independentistas, qué ridículo histórico no estaría haciendo un Gobierno o un partido?".
Lo fue cuando el 13 de diciembre de 2022 criticó la eliminación del delito de sedición y la reforma de la malversación con el argumento de que "no es tolerable pactar con los delincuentes su condena" y cuando dijo a renglón seguido sentirse "dolido como español y como militante" del PSOE.
Lo fue el 14 de mayo de 2023, cuando durante un acto de campaña en Puertollano (Ciudad Real), y frente al mismo Pedro Sánchez, dijo tener "clarísimos" sus "valores y principios". Luego añadió "con los asesinos de ETA, ni a la vuelta de la esquina".
Lo fue también el pasado 29 de octubre, cuando fue calificado de desleal por afirmar que ni siquiera la amnistía "garantiza que el independentismo renuncie a volver al punto de partida". Y eso a pesar de que el presidente del Gobierno, durante el comité federal del partido celebrado en esas mismas fechas, mencionó una y otra vez a Milagros Tolón, posible alternativa a Page al frente del PSOE de Castilla-La Mancha.
Y lo fue finalmente de nuevo este jueves, cuando Page situó las enmiendas a la ley de amnistía "en el extrarradio de la Constitución y a punto de pisar la frontera de lo constitucional". Unas afirmaciones a las que Óscar Puente replicó diciendo que el que está en "el extrarradio del PSOE" es el propio Page.
Emiliano García-Page, sí, tiene opiniones firmes, está convencido de ellas y las defiende con vehemencia. Incluso sabiendo, como es evidente para cualquier observador imparcial, que la suya es hoy una postura minoritaria en el partido. Al menos, mientras Sánchez esté al frente de la secretaria general del PSOE y siga ocupando la presidencia del Gobierno.
Pero el PSOE, que debería evitar a toda costa la tentación de enseñarle a Page la puerta de salida, abandonará algún día el poder tras unas elecciones. Y el PSOE deberá plantearse entonces una muy necesaria autocrítica respecto a todo lo ocurrido durante estos últimos cinco años en España.
Y quizá sea en ese momento hipotético del futuro cuando el PSOE agradezca que, incluso en momentos en los que el socialismo vivía un tensionamiento extremo de los que han sido sus principios más elementales, hubiera alguien en su seno que se opusiera a las políticas del actual secretario general.
El PSOE agradecerá entonces no haber sido un ente monolítico. Porque Page es hoy la prueba de que el PSOE no es todavía un partido ideológicamente muerto y rendido al más puro interés coyuntural.