Joe Biden reapareció ayer viernes en un mitin electoral del Partido Demócrata en Raleigh, en Carolina del Norte. Lo hizo sólo unas horas después del debate que le enfrentó a Donald Trump y que ha llevado a los analistas a plantearse si el actual presidente estadounidense está en las condiciones físicas y mentales necesarias para afrontar una campaña electoral de varios meses y una posible segunda legislatura.

En Raleigh, Biden pareció sin embargo otra persona. Más enérgica, más coherente, más articulada. "Sé que no soy un hombre joven, eso es una obviedad" dijo. "No me expreso tan fácilmente como solía. No debato tan bien como lo hacía antes. Pero sé lo que sé. Sé decir la verdad. Y sé cómo hacer este trabajo". 

Está por ver que el mitin de Raleigh haga olvidar los balbuceos, las incoherencias y las ausencias que Biden evidenció durante el debate del jueves contra Trump. Pero es improbable que el debate en el Partido Demócrata amaine. Porque cuanto más se acerque la fecha de las elecciones, menos margen tendrá un hipotético nuevo candidato para organizar una campaña con posibilidades de éxito.

Biden no dio ayer ninguna señal de estar pensando en su renuncia. Y sin su renuncia voluntaria, el Partido Demócrata no puede iniciar el proceso para la elección de un nuevo candidato. Todo depende, en resumen, de la voluntad de Joe Biden. Y en Estados Unidos se afirma que sólo hay dos personas capaces de obligarle a dar un paso al lado. Una de esas personas es su mujer, Jill Biden. La otra, Barack Obama

Las dudas sobre Joe Biden en el Partido Demócrata no son fruto de una actuación extraordinaria de Donald Trump. De hecho, el candidato republicano ni siquiera hizo gala de una especial crueldad, y en ningún momento aprovechó las carencias de Biden para humillarlo. Se limitó a dejarlo hablar. Y eso es lo que ha llevado a los medios afines al Partido Demócrata a hablar de "pánico" y de "dolor". 

El problema para los demócratas es que el tema de la edad y la condición de Biden amenaza con opacar los escándalos que afectan a Donald Trump. Y si la campaña se centra en el estado físico y mental del presidente más que en las carencias de su rival republicano, las elecciones se convertirán en una batalla casi imposible de ganar. 

El Partido Demócrata tiene hasta el 22 de agosto, día final de la Convención Demócrata que deberá escoger oficialmente al candidato a la presidencia, para tomar una decisión. Pero sin la renuncia de Biden, cualquier maniobra para sustituirle es impensable.

Los nombres de los posibles candidatos alternativos han empezado a aflorar, pero ninguno de ellos, como es lógico, ha afirmado de forma explícita estar pensando en esa posibilidad. Se habla de la vicepresidenta Kamala Harris, del gobernador de California Gavin Newsom e incluso de Michelle Obama, aunque ninguno de los tres nombres parece otra cosa que una solución de emergencia con muchas posibilidades de salir mal.

El dilema no es menor. Porque Biden alterna momentos en los que "sólo" parece un anciano de 81 años con otros en los que se muestra como un hombre claramente incapacitado para ejercer la presidencia de los Estados Unidos. Y a medida que se acerquen las elecciones, el margen para corregir el rumbo será cada vez menor