No es tan fácil ser verde
El acuerdo Aukus pone de manifiesto la percepción de Gran Bretaña, Estados Unidos y Australia sobre el expansionismo chino y su juego sucio para crecer sin medida.
Boris Johnson se puso farruco ante la Asamblea General de las Naciones Unidas. Tenía la euforia a la altura de su pelambrera teñida de rubio tras haber firmado con Estados Unidos y Australia un tratado trilateral llamado Aukus. Ni falta le hace la Unión Europea ni la OTAN, teniendo de su parte al Tío Sam (aunque ahora se llame Joe). Por ello, Macron anda llorando por los rincones del Elíseo, pues Francia ha perdido un contrato de venta de submarinos por valor de 56.000 millones de euros.
Johnson se subió a la tribuna de oradores de la ONU y dijo que la humanidad parece una panda de adolescentes de dieciséis años. Púberes irresponsables que pasan el día holgazaneando a la espera de que sea otra persona quien les asee la habitación. Hasta tal punto considera inmaduros a los líderes mundiales que tuvo que sacar a la Rana Gustavo (Kermit the Frog, según su nombre original) para que lo explicara cantando “no es tan fácil ser verde”. En fin, como un maestro de secundaria, el primer ministro británico instó a los representantes mundiales a asistir a la cumbre sobre el clima que tendrá lugar en Glasgow dentro de pocas semanas.
Entre Johnson y la Rana Gustavo me quedo con el batracio, aunque sea de peluche. Por si alguien duda de a cuál de los dos me refiero, aclaro que pienso que quien acierta es la rana. Y conste que, entre los diversos líderes mundiales, en mi opinión, uno de los menos malos es el actual primer ministro británico. Así lo he escrito en diversos lugares desde que tomó posesión de su cargo en julio de 2019. Salvo algunos titubeos en medio de la gestión de la pandemia del coronavirus (obviamente por haber padecido él mismo, y de manera grave, la enfermedad) pocos errores van a poder reprocharle, hasta este momento, los británicos. A mi juicio, Johnson es un buen primer ministro... para ellos.
Sin embargo, mucha pedagogía va a necesitar Johnson si de verdad quiere que la cumbre de Glasgow sea algo más que otro brindis al sol. Como es sabido, los brindis al sol se hacen a sabiendas de que la faena no va a ser buena, en el malentendido de que quienes se sientan en la parte soleada de los tendidos serán capaces de aplaudir cualquier cosa que haga el torero.
Muchos países se van de rositas infringiendo los tratados internacionales que han suscrito
Mientras haya países como China que se pasan por el arco de triunfo los tratados internacionales sobre cambio climático, empresas que deslocalizan su producción a esos países para abaratar costes y, sobre todo, consumidores que sigamos comprando lo que se fabrica en dichos países de nada va a servir la celebración de cumbres como la COP26.
Recientemente hemos asistido a la mayor contaminación que ha sufrido la humanidad durante el último siglo, en su propio cuerpo y salud. Y todavía no he visto a los líderes mundiales exigiendo seriamente explicaciones y responsabilidad al país donde se produjo el origen de la contaminación. ¿Qué garantías han pedido los Estados a China para asegurar, o al menos prevenir, que no va a volver a suceder lo mismo que ocurrió hace menos de dos años en Wuhan y que, según las cifras oficiales, ya ha causado más de cuatro millones y medio de muertos?
Si no somos capaces de exigir explicaciones y responsabilidad cuando la contaminación ha causado varios millones de muertos, ¿alguien se cree de verdad que vamos a serlo cuando el daño es algo tan aparentemente difuso como la polución del aire? El Derecho internacional tiene un grave inconveniente y así lo sabemos los estudiantes de Derecho desde que cursamos el segundo año de la carrera: carece de fuerza coercitiva para su cumplimiento. Por eso, muchos países se van de rositas infringiendo los tratados internacionales que han suscrito. Todo ello sin tener en cuenta que ninguna norma internacional puede ser acordada contra la voluntad de ningún Estado.
La Carta de las Naciones Unidas, en su artículo 27, contempla el derecho de veto de los cinco miembros permanentes del Consejo de Seguridad: China, Rusia, Francia, Gran Bretaña y Estados Unidos. Esta, digamos, perversión del sistema, impide que las Naciones Unidas puedan adoptar resoluciones sustantivas que perjudiquen a alguno de esos cinco países. Por consiguiente, la única vía posible para evitar que uno de ellos vaya por su cuenta, perjudicando al resto, es mediante la adopción de represalias económicas contra el Estado dañino. No veo, de momento, a la ONU creando un ejército de cascos verdes para la defensa del medio ambiente
Que la primera potencia mundial sea un Estado poco transparente debería parecernos un hecho altamente contaminante
Pero ¿qué ocurre cuando ese Estado dañino es uno de los principales acreedores de la deuda soberana y privada de muchos de los países que podrían hacer uso de aquellas sanciones? La respuesta es bien sencilla: no pasa nada, nada de nada.
Me gustaría que el discurso de Johnson no se quedara en una exhibición de sí mismo ante el pleno de las Naciones Unidas. El acuerdo Aukus pone de manifiesto la percepción de Gran Bretaña, Estados Unidos y Australia respecto del expansionismo chino, y sobre el juego sucio que desarrolla el gigante asiático compitiendo de manera desleal respecto del resto del mundo. Hecho que le está permitiendo crecer de una manera tan desmesurada que resulta imparable que en poco tiempo se convierta en la primera potencia mundial. Tal y como apuntan los estudios que se han publicado sobre este asunto, China lo será antes de que lleguemos al 2030. Si lo hiciese en buena lid, nadie debería tener nada que objetar. Pero el caso es que no es así.
Por otra parte, que la primera potencia mundial sea un Estado poco transparente, que no juega limpio (en ningún sentido) y donde se vulneran flagrantemente los derechos humanos debería parecernos un hecho altamente contaminante, al menos desde el punto de vista moral.
Aunque la gente no lo piense, la ecología está ligada a otras cuestiones no menos importantes, como son la economía y el control político mundial. Por eso, it’s not easy being green (no es tan fácil ser verde).
*** Juanma Badenas es catedrático de Derecho civil de la UJI, ensayista y miembro de la Real Academia de Ciencias de Ultramar de Bélgica. Su último libro es Contra la corrección política (Ediciones Insólitas, 2021).