Los resultados de las elecciones alemanas alumbran una realidad: el país apuesta por la moderación y da la espalda a los cantos de sirena de extremistas y populistas. Tanto si gobiernan los socialdemócratas como si lo hacen los democristianos, con las previsibles alianzas que explicamos en esta tribuna, Alemania mantendrá la senda del sosiego. Una línea continuista que, a falta de los acuerdos que están por llegar, supone un alivio para los intereses de Europa y, por tanto, de España.
Todo indica que la llave del próximo Gobierno la tendrán los verdes y los liberales, que auguran meses de duras negociaciones que obligarán a posponer decisiones de calado en Bruselas, y que el veterano Olaf Scholz cuenta con muchas posibilidades de convertirse en canciller. Un político socialdemócrata que, paradójicamente, encontró en sus formas tranquilas tan similares a las de la conservadora Angela Merkel un verdadero reclamo de campaña.
Si se cumple el pronóstico, Alemania dejará prácticamente en fuera de juego a las fuerzas radicales y dará un ejemplo extraordinario de voluntad de amplios consensos. Demostrará que, aceptada la significativa fragmentación parlamentaria, el partido principal está dispuesto a armonizar las inquietudes y aspiraciones de los verdes (el partido que representa el ecologismo, los objetivos de desarrollo sostenible y los anhelos de la juventud alemana) con las de los liberales (el partido clásico de las libertades individuales y de la rectitud fiscal) por un bien superior: la estabilidad del país y de la Unión Europea.
Un hecho que contrasta con la realidad que vivimos en España, donde tanto el PSOE como el PP, imposibilitados para el encuentro y enzarzados en la trifulca, se han echado a los brazos de los populistas y han difuminado la centralidad del tablero.
Sin Merkel
Existía una enorme expectación sobre qué destino político esperaba a Alemania tras 16 años de Angela Merkel en el poder. Una líder que ha sido capaz de capear un siglo XXI de altos vuelos, con tres crisis de calado (la de la Eurozona, la de los refugiados y la del coronavirus) y una gran coalición con el SPD a sus espaldas, y sin embargo retirarse con un índice de aprobación popular del 80%.
La expectación se ha resuelto de la mejor manera posible. Con el triunfo de la centralidad sobre la histeria, aun cuando se ha inclinado la balanza algo más hacia la izquierda. Lo que certifica que Alemania no quiere dinamitar ciertos consensos que, a fin de cuentas, pesan más que las diferencias programáticas que puedan existir. Consensos que incluyen el papel que debe tener el país dentro de la Unión Europea, donde nada se hace a espaldas de su locomotora.
Estabilidad
Los alemanes, en definitiva, vuelven a fiar su futuro a la estabilidad. Y las dos formaciones históricas, a pesar del desgaste inherente a su gran coalición, tendrán en sus manos negociar las alianzas necesarias para formar Gobierno. Harían bien PSOE y PP en tomar buena nota de la lección teutona para abandonar tanto el enfrentamiento que los separa como sus preferencias por los pactos hacia los extremos.
Un enconamiento inaceptable que imposibilita la firma de grandes acuerdos, bloquea la renovación de órganos elementales del Estado y da alas tanto a los populismos de izquierda y derecha como a los nacionalismos periféricos. Los peores compañeros de viaje para salvaguardar los intereses de España.