Raúl Rivero, el periodista que “escribió sin mandato” en la dictadura castrista
Su empeño era «ejercer esta profesión para servir a la sociedad y a la democracia con limpieza, con obsesión por la verdad y con amor a la palabra».
«Por qué, Adelaida, me tengo que morir/ en esta selva/ donde yo mismo alimenté/ las fieras/ donde puedo escuchar hasta mi voz/ en el horrendo concierto de la calle».
Estos versos de Raúl Rivero fueron leídos en la antigua sede del diario El Mundo el 10 de diciembre de 2003. Se celebraba la entrega de los segundos premios de periodismo José Luis López de Lacalle y Julio Fuentes. Los premiados en la categoría de columnistas no pudieron acudir. Ambos estaban encarcelados en sus países. El periodista marroquí Ali Lmrabet, en Rabat; el periodista cubano Raúl Rivero, en La Habana.
Entre el público asistente al acto, se encontraban los entonces candidatos a la presidencia del Gobierno español, Mariano Rajoy y José Luis Rodríguez Zapatero. Tras escuchar las conmovedoras palabras del disidente cubano represaliado por Fidel Castro, ambos se comprometieron, ante los familiares presentes de los dos periodistas presos, a «hacer todo lo posible» para conseguir su libertad.
Un año después, en diciembre de 2004, tras arduas gestiones desde el periódico y desde el Gobierno español, ya presidido por Zapatero, ambos estaban en libertad. La labor de Trinidad Jiménez, secretaria de Relaciones Internacionales del PSOE, también fue fundamental. Rodríguez Zapatero utilizó unas palabras del poeta en su libro Sin pan y sin palabras, para explicar los motivos de su encarcelamiento: «a tenor del acta de acusación contra Rivero, su principal delito ha sido escribir sin mandato».
El joven Raúl Rivero se había entregado, como tantos otros, a la causa de la Revolución, que vio triunfar con solo quince años. Como recuerda en el poema que encabeza en este obituario: «yo mismo alimenté a las fieras». Se licenció en una de las primeras promociones de periodismo de la Universidad de La Habana. Fundó la muy influyente revista cultural El Caimán barbudo en 1966. Trabajó para el medio oficialista Juventud Rebelde. Y, más tarde, se incorporó a la agencia gubernamental Prensa Latina, de la que llegó a ser corresponsal en la decisiva plaza de Moscú entre los años 73 y 76.
Volvió a Cuba, donde siguió trabajando para la agencia como responsable de la información de cultura y de ciencia. Pero pronto se fue desencantando. En 1989 dio el paso decisivo al abandonar la Unión Nacional de Escritores y Artistas de Cuba, registro oficial de control por parte de la dictadura. Empezó a ejercer una oposición activa al castrismo. Dos años después, en 1991, firmó junto con otros colegas la llamada Carta de los intelectuales, en la que se exigía a Fidel Castro la liberación de los presos políticos.
Ese mismo año abandonó cualquier relación con el periodismo oficial, que calificó como «ficción sobre un país que no existe». Fundó su propia agencia de noticias, a la que llamó Cuba Press y participó en la creación de la primera asociación de periodistas cubanos independiente del Gobierno. Ejerció un periodismo crítico y se convirtió en portavoz de los defensores de la libertad de expresión en la isla.
Las continuas denuncias, amenazas y detenciones presagiaban lo que iba a ocurrir poco después. El régimen no toleraba la menor crítica. En 2003, estalló la llamada Primavera negra, paradójica forma de llamar a los masivos arrestos de detractores de la dictadura. Las decenas de disidentes detenidos por motivos de conciencia fueron bautizados como 'El grupo de los 75'. Entre ellos, estaba Raúl Rivero, condenado a 20 años de prisión. Otros compañeros fueron condenados a muerte.
La lectura de la sentencia da idea de la desproporción de la pena. Se le acusaba de crear la agencia Cuba Press, «la cual agrupaba a varios de estos elementos contrarrevolucionarios (…) y por medio de la cual se difundían falsas noticias sobre la situación actual en nuestro gobierno, en cumplimiento con las indicaciones recibidas por el gobierno norteamericano». Se añadía la acusación de «realizar actividades subversivas encaminadas a afectar la independencia e integridad territorial de Cuba, escribir contra el gobierno, haberse entrevistado con James Cason, un diplomático estadounidense, y haber organizado reuniones subversivas en su domicilio».
Rivero pasó un año y medio en la cárcel en condiciones penosas. Adelgazó más de 30 kilos. Las presiones ya se habían convertido en un clamor internacional. En una carta enviada a La Habana por el entonces presidente español, Zapatero –uno de los actores clave en la liberación, junto con el entonces director de El Mundo- citaba a Rivero al afirmar que «el periodismo es un patrimonio de todos los hombres de la Tierra y el derecho a opinar, una maravilla que nos distingue de los bueyes y los corderos».
El régimen se vio obligado a aplicar al escritor lo que se dio en llamar «licencia extrapenal» por motivos de salud. Lo primero que manifestó el poeta al salir de presidio fue manifestar su agradecimiento: «Siento una gratitud eterna a los políticos y periodistas españoles».
Zapatero citaba a Rivero al afirmar que «el periodismo es un patrimonio de todos los hombres de la Tierra y el derecho a opinar, una maravilla que nos distingue de los bueyes y los corderos».
Pronto anunció su decisión de abandonar el país, a lo que por otra parte, le obligaba el régimen. «No puedo trabajar con la espada de Damocles, porque no tiene sentido», aseguró. Decidió instalarse en España. Su llegada a la redacción de El Mundo fue todo un acontecimiento. Por fin, pudo recoger su premio. Siempre acompañado de su esposa, fue uno más en el periódico, con el que colaboró durante años, al igual que el también premiado Ali Lmrabet, con quien estableció una estrecha amistad, unidos sin duda por las penalidades sufridas por no ser sumisos a los regímenes de sus países.
En el Máster de Periodismo de El Mundo, explicó a los jóvenes periodistas cómo había entendido él la profesión, como había buscado «ámbitos de libertad, espacios para decir la verdad y expresar mi opinión, en medio del entramado policial de un Estado totalitario». Su empeño era «ejercer esta profesión para servir a la sociedad y a la democracia con limpieza, con obsesión por la verdad y con amor a la palabra». A lo que añadió: «Esa ha sido la mejor lección de mi vida».
Pasados los años, Raúl Rivero, pese a que le fue concedida la nacionalidad española, cayó en cierto olvido. Dejó de escribir para El Mundo y la enfermedad –un enfisema- empezó a hacer estragos. Finalmente, decidió instalarse en Miami junto con su familia y sus amigos cubanos del exilio. «Nunca se pudo recuperar físicamente de todo el daño que le hizo el régimen cubano», explicó la viuda tras conocerse la noticia de su muerte.
***Raúl Rivero nació en Morón, Ciego de Ávila (Cuba) el 23 de noviembre de 1945 y murió en Miami (Estados Unidos) el 6 de noviembre de 2021. Estaba casado con Blanca Reyes Castañón.