El lendakari Iñigo Urkullu presenta el plan Euskadi Basque Country.

El lendakari Iñigo Urkullu presenta el plan Euskadi Basque Country. Efe

LA TRIBUNA

Ucrania: de invasión a nación

Sabedor de que la forma más efectiva para articular una nación es afirmarse contra un enemigo invasor, el nacionalismo vasco ha empleado este argumentario para criminalizar a los inmigrantes "maketos".

25 marzo, 2022 03:34

Es un clásico de la historia política de todas las naciones: la invasión extranjera es una fase imprescindible en su desarrollo. Una invasión es mano de santo para convertir lo que era un Estado desestructurado, o un proyecto de nación, en una nación de cuerpo entero, con sus mitos, sus héroes, sus lugares de memoria y sus conmemoraciones.

Los carros de combate T-90, los más modernos  del arsenal ruso.

Los carros de combate T-90, los más modernos del arsenal ruso.

La invasión televisada de Ucrania muestra unos ribetes ciertamente apocalípticos, ausentes en otros episodios similares de la historia. Episodios que sólo hemos conocido por testimonios escritos o por ciertos cuadros y grabados, como los de nuestro Francisco de Goya sobre la Guerra de la Independencia Española de resultas de la invasión francesa.

Pero el caso es que, sea cual sea su resultado final, esta invasión tiene todas las papeletas para eclosionar en nación eterna ucraniana por agregación de todos sus ciudadanos frente a un enemigo común. Cuando los ucranianos consigan expulsar al invasor (lo que, con el apoyo occidental, ocurrirá antes o después, aunque sea quedándose fuera de la OTAN), la hazaña pasará a los anales gloriosos de su historia nacional.

Los ejemplos se han repetido en todos los rincones del planeta. Pero para qué ir más lejos cuando los tenemos tan cerca. En España mejor que en ninguna otra parte.

De no ser por la invasión napoleónica, es difícil concebir cómo la estructura política del Antiguo Régimen se podría haber transformado en esa organización constitucional, liberal y de demarcaciones provinciales que se configuró en el siglo XIX y que dura hasta hoy.

Se habían dado pasos, sí, durante el siglo XVIII. Se modernizaron ciertas estructuras arcaicas del pasado. Pero el trauma de la invasión fue tan tremendo que el nuevo espíritu nacional se alimentó de las batallas victoriosas contra el invasor francés, hasta que se consiguió expulsarlo.

Por no hablar de la invasión musulmana anterior, que dio lugar a la construcción de la nación española por agregación de los reinos cristianos que surgieron en las vertientes cantábrica y pirenaica.

Si hay una nación que se ha ido erigiendo por efecto de las invasiones, esa es la española. Hasta el punto de que el imaginario histórico que identifica invasión y emergencia de la nación ha quedado grabado en la mente de todos sus naturales hasta hoy.

Que esto fue así lo demuestra el nacionalcatolicismo que se construyó con ambos episodios históricos (primero la invasión musulmana y luego la invasión francesa). Así se situó el catolicismo en España por encima del islamismo y, después, del liberalismo.

"Los más fanáticos del nacionalcatolicismo, en el País Vasco y Cataluña, tenían hasta tal punto correlacionados los conceptos de invasión y de nación que dieron lugar a unos nacionalismos excluyentes y arriscados"

El liberalismo español inventó en las discusiones de las Cortes de Cádiz el concepto político de liberal que luego los exiliados tras la vuelta de Fernando VII expandieron por Europa y Estados Unidos. Era un liberalismo que creía posible e incluso normal ser liberal y a la vez católico, y que tuvo que enfrentar, primero, las acometidas de los absolutistas (que invadieron España otra vez desde Francia) con los llamados Cien Mil Hijos de San Luis. Y, luego, las del carlismo, que asumió como propia la ley sálica de los Borbones franceses.

Los más fanáticos del nacionalcatolicismo, asentados en el País Vasco y Cataluña, tenían hasta tal punto correlacionados los conceptos de invasión y de nación que dieron lugar, en dichos territorios, y a finales del siglo XIX, a unos nacionalismos excluyentes y arriscados. Pero partiendo de un supuesto fraudulento y atroz. La equiparación de la llegada de personas de otras partes de España (que lo único que llevaban encima, si acaso, era una maleta atada con cuerdas y llena de recuerdos de su pueblo) con una invasión en toda regla.

Tengo contados, en toda la obra de Sabino Arana, los términos invasión, invadir o invasor y derivados, y me salen no menos de 170 apariciones, aplicadas siempre a los inmigrantes españoles. Arana tiene hasta un artículo completo con ese título: La invasión maketa.

Esa fue, sin duda, la suprema perversión de la historia contemporánea de España. Porque los españoles, que protagonizaron el mayor ejemplo universal de defensa del catolicismo construyendo un imperio transoceánico con ese fundamento, se vieron tratados por el fundador del nacionalismo vasco como católicos renegados cuando llegaban por miles a trabajar a las minas y las industrias emergentes vizcaínas a finales del siglo XIX.

Sabino Arana les llamaba maketos y, como fanático nacionalcatólico que era, les consideraba un trasunto de los que invadieron la península en el siglo VIII ("los maketos, esos son nuestros moros"). Además de liberales perdidos para su concepto de catolicismo: "Contad y examinad a los maketos que invaden el territorio bizkaino: el 90% son con seguridad liberales".

Con el triunfo franquista en la Guerra Civil, el nacionalismo vasco (y catalán) quiso ver cumplido el delirio que identificaba invasión e inmigración. Los sublevados invadieron el País Vasco por tierra, mar y aire, según una lectura nacionalista que omite que esos invasores eran requetés navarros y que Navarra y Álava se sumaron desde el minuto uno al alzamiento.

"Mientras ETA asesinaba, los herederos de Sabino Arana siguieron equiparando a inmigrantes con invasores de manera harto significativa"

Los inmigrantes que siguieron afluyendo a esas regiones industrializadas fueron después considerados invasores franquistas, salvo que se reconvirtieran a la nueva nación imaginada. Algo que una mayoría de ellos hicieron.

Los nacionalismos periféricos en España construyeron sus naciones respectivas sobre una inmigración reconvertida en invasión. Donde no llegaron inmigrantes, esa nación alternativa nunca tuvo fuerza, aunque hubiera iguales elementos para que apareciera, por tradición y lengua propia. Es el caso de Galicia.

Mientras ETA asesinaba, los herederos de Sabino Arana siguieron equiparando a inmigrantes con invasores de manera harto significativa. Hay un artículo paradigmático, escrito en el diario Gara en el año 2000 por quien fuera director de Egin, un tal Jabier Salutregi Mentxaka, titulado ¿Inmigrantes o invasores?

En ese artículo se dice que si el que viene lo hace de manera sumisa, obediente y asimilándose a la cultura local, puede ser aceptado (será un inmigrante, entonces). Pero si viene con intenciones de mantener su identidad de origen, entonces es un invasor y hay que tratarlo como tal, aislándolo y, si fuera posible, expulsándolo.

Los nacionalistas vascos actuales en su versión moderada, que se dan golpes de pecho clamando contra la invasión rusa de Ucrania, pretenden ocultarnos su pecado original. Se reclaman, por boca del lendakari Iñigo Urkullu, los primeros para acoger inmigrantes. Antes, los rescatados del Mediterráneo. Ahora, los que puedan llegar de Ucrania.

¿Pero a quién quieren engañar? Porque esa pretendida hospitalidad esconde una doble limitación de hierro: que los que lleguen sean controlables en número y, sobre todo, sumisos. De lo contrario, si su número se disparara y si pensaran por sí mismos, entonces, sin ninguna duda, serían considerados invasores. Que es el mismo término, fijémonos bien, que se aplica a los rusos que entran a sangre y fuego en Ucrania.

*** Pedro Chacón es profesor de Historia del Pensamiento Político en la UPV/EHU.

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